NUEVA FORMULA

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Por suerte para nuestro país, tenemos en estos momentos, una notable cantidad de notables ciudadanos, valga la redundancia, dispuestos a restaurar la democracia y así salvarnos de la cruel dictadura impuesta por los K.
Lamentablemente estos honorables caballeros y distinguidas damas, no consiguen ponerse de acuerdo, en quien será más candidato que el otro, para candidatearse a candidato a ser el que presida los destinos de la Patria mancillada.
Tenemos en primer lugar a un señor (¿?), al que le pagamos un sueldo de vicepresidente para que patee en contra.
Luego a un cabezón ex ex, que se pelea con un siempre segundón, que pretende representar a los agrogarcas; puesto, que también quiere el bigotudo ex gobernador de la Provincia.
Entre las damas (juanas), a la inefable denunciadora.
Siguen en la lista, desde un caballero de industrias extranjero, hasta un bastante repulsivo anciano innombrable.
Hay algunos más y hasta es probable que a estos se sume un autónomo intendente ducho en negocios inmobiliarios.

En definitiva, creo haber encontrado la formula del éxito.

Compatriotas, recuperemos el tiempo perdido en vanas disputas.
Formemos una nueva y pujante UD. y

En las próximas elecciones

Voten

TAMBORINI – MOSCA


La formula del éxito

1999 – Foto familiar

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Óleo sobre tela
0,80 x 100

CANCIÓN 28

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Naves de Sanlúcar salen
para el Paraná.

Garcilazo de la Vega
Hubiera podido embarcar.

Hubiera llegado,
no para en ellas guerrear.

Sino para cantar el río
Paraná

Sauces le hubiera dado el río
Paraná.

Y verdes ninfas él al río
Paraná.


Rafael Alberti
Baladas y canciones del Paraná
(1953-1954)


2009 - Composición Careta Nº 2

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Óleo sobre chapadur
0,40 x 0,50

2009 –Composición Careta Nº 5

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Óleo sobre tela
0,40 x 0,50

2009 – Espantos acrobáticos

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Técnica mixta sobre tela
0,75 x 101

Amanecer feliz de un triste día

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Estaba oscuro aun, muy lejos se escuchó el llamado de un zorzal, pronto otro le contestó. Rápidamente los llamados se fueron acercando. Aparecieron en escena los horneros con sus cantos estridentes.
Ante tanta barahúnda, el Sol tuvo que despertarse.
Tímidamente al principio, una leve claridad apareció en el horizonte. La noche, discretamente, optó por la retirada sabiendo del mal humor con que amanecía, el aún somnoliento, antes del desayuno.
Luciendo un raro color naranja fue apareciendo.
Aparentemente, el baño en el Río de la Plata, le hizo bien por que pronto se mostró refulgente.
Con gran batifondo, salieron a saludarlo los chingolos, cabecitas negras y las ratonas, a las que se unieron pronto gorriones y otro montón de bichos ruidosos, como las cotorras y las calandrias en sus diferentes idiomas.

A gran distancia aún, se comenzó a oír un extraño y rítmico sonido.
A medida que se aproximaba, todo empezó a temblar al compás de sus marcados bajos, semejantes a bombos golpeados con furia y a estridencias de teclados electrónicos aporreados por inexpertas manos.
Pararon las orejas los animales que las tenían. Callaron los pájaros y buscaron refugio en las más altas ramas de los árboles. Unos y otros, con caras de espanto y a la vez de desaprobación, trataban de esconderse como mejor podían.
Se vio aparecer por fin, al causante de los infernales ruidos. Lentamente asomó un cientoveintiocho. Su conductor, con cara de satisfacción y aire de superioridad, escuchaba con delectación los horribles ruidos, que a través de sus cinco parlantes, emitía un compacto de cumbia villera.
Por suerte Dopler ya había inventado el efecto y el bochinche pronto se perdió en la distancia.

Ahora un nuevo cambio se producía, el canto de los pájaros era reemplazado de a poco por el sonido de infinitos motores y bocinas.
Los camiones de La Serenísima se lanzaban con ferocidad draconiana a pasar las esquinas y un montón de impasibles barrenderos poblaban las calles.

El señor Gonzáles, reconoció con fastidio que ya era hora de levantarse.
Se tomó unos mates. Se vistió lentamente y después de una rápida afeitada, salió rumbo a la estación. Miró con cariño a los árboles y al verde de la plaza, sabiendo que era lo último agradable que vería en el día.

Luego de más de media hora de sacudones, apretones y pisotones en el tren, llegó a la encantadora plaza Once. Cruzó entre los estentóreos llamados al arrepentimiento de los pecadores, lanzados al aire por innumerables pastores evangelistas, esquivando putas representantes de todas las provincias del país y de varios países latinoamericanos, entre linyeras, viejos desahuciados y niños aspirando en bolsas con pegamento.
Luego de este entretenido paseo, subió al colectivo, que tras varios minutos de nuevos apretones, pisotones y sacudones, lo dejó frente al edificio donde trabajaba.
Éste, una alta torre revestida en cristales, hermosa por fuera, espantosa por dentro. Frío laberinto de acero, aluminio y pulidos mosaicos, con oficinas que asemejaban grandes hangares, subdivididos en múltiples cubículos de bajas paredes, con el espacio justo para un escritorio y una silla, con el permanente zumbido producido por las infinitas computadoras.
Ése era el lugar donde el señor Gonzáles, pasaba gran parte de sus días. A veces, de puro aburrido, pretendía entrar a alguna página porno, pero siempre alguna mirada vigilante se lo impedía.

Ese día no se sentía del todo bien. Algo le había pateado el hígado.
No tuvo más remedio que ir varias veces al baño, cosa que le desagradaba muchísimo. Primero por la cara de culo que le puso la jefa la segunda vez que lo vio pasar. Segundo por las estúpidas bromas de sus estúpidos compañeros de trabajo. ¡Che, Gonzalito, te comiste un perro muerto! Y cosas por el estilo.
A los baños les habían quitado las puertas y dejado apenas unos pequeños manparos divisorios para evitar que los empleados pudieran encerrarse a leer el diario o a fumar un cigarrillo, cosa esta, totalmente prohibida dentro de la empresa.

¡Oiga Gonzáles! Bramó la jefa, la tercera vez que lo vio pasar.
¡A usted la empresa no le paga para estar yendo al baño a cada rato!
¡Si está con cagadera, tómese un carbón y póngase a trabajar inmediatamente, que tanto joder!
Esto, por supuesto, provocó la hilaridad de sus compañeros, que si bien no se animaban a levantar la cabeza para no caer en la volteada, lo miraban socarronamente de reojo.
A esta altura de los acontecimientos, ya se sentía realmente furioso.
Se le hacía evidente, que las oficinas de Mariani(*), parecían ahora, envidiables cosas perdidas en el tiempo.
A su lado paso el ruso Jatimliaski, el peor de los rompe bolas, ¡¿Que decís cacarelo?! Le dijo por lo bajo. ¡Que te pasa a vos, pelotudo! Le gritó él, ya harto. ¡Gonzáles! Pego el grito la mandamás ¡Déjese de molestar a sus compañeros, déjelos trabajar a ellos por lo menos ya que usted no lo hace!
Este fue el detonante. Con cara de loco, escrachó el monitor contra el suelo y entro a revolear cuanta cosa tenía a mano.
¡Seguridad! Gritaba histérica la jefa,
¡Así que querés seguridad, hija de puta! Le respondió él, mientras le ponía el escritorio patas arriba y de un piñón la tiraba de culo al suelo.
Ya estaba embalado. Empezó a prender fuego a cuanto papel caía en sus manos. Pronto eso se convirtió en un pandemonio. Todos corrían de un lado a otro dando gritos como locos. Los matafuegos no aparecían y ya empezaban a prenderse los plásticos, o sea el ochenta por ciento de lo que había en esa especie de galpón. Una densa y espesa humareda comenzaba a cubrirlo todo. La gran mayoría de los empleados corría escaleras abajo aterrorizados, uniéndoseles los de los demás pisos, que por diversión o por las dudas, aprovechaban a rajarse.

Él, ahora con cara de satisfacción, rompiendo el vidrio de una ventana, respiró una gran bocanada de aire fresco. El hermosísimo día primaveral y el recuerdo del dulce canto matutino de los pájaros, lo inspiró. Resueltamente salió volando a unirse a las palomas de Plaza de Mayo. Fue una pena. No pudo lograrlo, no era pájaro y no sabía volar. De haber sabido, tal vez sí, pero no. Quedó untado en la vereda.
Mientras tanto, de los pisos superiores del edificio, salían densas nubes de humo negro y algunas coloridas llamas.


(*) Mariani Roberto- Cuentos de la oficina.- 1926.

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2006

Felices fiestas para todos

(menos para los traidores,
los vende patria,
los torturadores,
los genocidas,
los agrogarcas,
los innombrables
y algunos mas)

1968 - Los robustos

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Óleo sobre tela
0,30 x 0,40

1985 - La tía Augusta

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Óleo sobre tela
0,50 x 0,70
Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana,
esfuérzate en ser feliz hoy.
Coge un cántaro de vino,
siéntate a la luz de la luna
y bebe pensando que mañana quizás la luna
te busque en vano

Omar Khayyan
(1040 – 1123 )

2009 - Espantos com-partidos

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Técnica mixta sobre bandas de tela
1,10 x 1,55

TRAVESTI

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Travesti, según algunos diccionarios, es aquel que se disfraza o enmascara.
Sin embargo usamos este vocablo para referirnos solamente a personas que, con distintas argucias, pretenden hacernos creer que poseen un sexo distinto al real. Tales argucias van desde rellenos quirúrgicos varios, a postizos de diferentes tipos y formas.
Generalmente pensamos en hombres que intentan parecerse a mujeres.
Aparentemente, la gran mayoría de estas personas se dedica a la prostitución.
No ocurría lo mismo con el pobre señor Adolfo Fernández Inchauspe, que pese a intentarlo de todas las formas posibles, nunca logró que alguien, hombre o mujer, pagara por sus servicios sexuales.

Es probable que su fracaso se debiera a una mezcla de factores. Creemos que los determinantes fueran su asombrosa fealdad y la poca habilidad para travestirse. Debo aclarar que en su partida de nacimiento figuraba como Dorotea Nilda Fernández Inchauspe.
Lo que no tuvo en cuenta, es que generalmente, un señor que recurre a una señorita-señor, lo hace porque la apariencia, más o menos femenina del requerido, lo libera en alguna manera, del sentimiento de culpa que sentiría, si se confesara que no le disgustan los muchachitos. No debemos dejar tampoco de hacer mención al hecho de tener estas señoritas, un valor agregado que, evidentemente las hace muy atractivas.
Mal podía entonces Dorotea, ganarse la vida, convirtiéndose en hombre ya que la demanda para ese tipo de travestismo es muy limitada.

Se afeitaba tres o cuatro veces por semana para ver si le crecían la barba y el bigote. Recurrió a todo tipo de ungüento y pomadas caseras, algunas bastante repugnantes por cierto, pero logró sólo una triste pelusa que más que varonil, le dio aspecto de adolescente desprolijo.
Para peor cuanto más se empeñaba en ocultar sus enormes y colgantes tetas, estas, más parecían crecerle.
En general su apariencia, terminó siendo, a más de desagradable, absolutamente andrógina, o sea ni chicha ni limonada.
Consiguió que se interesaran, solamente, un par de señoras, que no querían confesarse sus tendencias. Lamentablemente, en todos los casos, se negaron a pagarle ya que él se negaba a ser considerado mujer, por esas cochinas lesbianas.
Para demostrárselo, a una de ellas le encajó una flor de piña.
Por supuesto intervino la policía, el fiscal, el juez y algunos más, lo que le valió un mes de detención.
Como el juró que era hombre, lo cumplió en Caseros. En el pabellón fue muy bien recibido por los demás presos, los que lo introdujeron en la dura vida de la cárcel, de tal forma, que le costó varios meses poder volver a sentarse.

Después de esta dura experiencia se confesó, no sin tristeza, la necesidad de encontrar otro tipo de trabajo para poder subsistir.
Luego de intentarlo en diferentes oficios, más o menos masculinos, consiguió por fin un conchabo de camionero.
A esto lo ayudo su notable parecido con Moyano, lo que hizo que lo tomaran sin muchas preguntas, creyéndolo familiar directo del sindicalista.
Tuvo así un tiempo de aparente felicidad ya que era tratado y hasta puteado como hombre.
Sin embargo era mirado como a un bicho raro por sus compañeros de oficio, que se guardaban de hacer comentarios por el antedicho parecido.
Por supuesto que se le presentaron infinidad de problemas para poder ocultar su verdadera identidad, pero logró sortearlos, con femenina astucia.
Todo transcurría bien hasta el día en que, por pura casualidad, al ir a estacionar su camión frente a una parrilla de la ruta, casi choca a otro que pretendía hacer lo mismo en sentido contrario. Era un equipo enorme con patente brasileña, Más enorme aún, le pareció el negro que bajó de la alta cabina. Se quedó atontada ante tremenda bestia y con bastante miedo ante la posible reacción del fiero bicho, pero éste pasó a su lado diciendo ¡ Teña mais cudado, boludo! y entró al boliche.
Buscó un lugar justo frente a él y se sentó a comer, no podía dejar de mirarlo.
Una extraña sensación la embargaba. Se había enamorado perdidamente de ese tipo. No sabía qué pensar ni qué actitud adoptar frente este nuevo sentimiento. Un serio interrogante se le presentaba, no sabiendo ya como considerarse a sí mismo. ¿Era acaso un hombre homosexual o simplemente una mujer caliente?
Trató por todos los medios de congraciarse con el grandote. Pidió disculpas por su torpeza al estacionar, convido con cerveza y hasta intento pagar la cuenta del almuerzo.
El negro miraba con cierto recelo, mientras pensaba ¿Será que voy a tener que cojerme a este puto?.
Por supuesto, terminaron en la cómoda cucheta del enorme camión, donde al ritmo de música brasileña, franelearon como locos.
El grandote se comportó con una gran delicadeza, hasta sacó una botella y preparó una caipiroshca para convidarla, se excusó por que la cashasa se le había acabado. Todo fue perfecto, hasta que llegó el inevitable momento de sacarse la ropa. Cuando la vio desnuda, el negro, se puso blanco y dando un grito de bronca, la sacó afuera a patadas, le tiró la ropa por la ventanilla y furioso arrancó el camión.
Mientras se iba, entre puteadas se lo escucho decir ¡Puta que parió, eu quiria coger homen, no a gorda puta!.
Ese fue el triste fin de su carrera de chofer. Todos vieron a ese extraño ser parado en bolas en medio de la banquina y se rieron de ella con verdadera saña de rudos camioneros. En poco tiempo la noticia se desparramó y Moyanito, tal el apodo que le habían puesto, se convirtió en el hazmerreír de todo el gremio.

Desesperada y abatida por este nuevo fracaso, se refugió en su casa, donde al menos encontró el consuelo que le brindo su hermano. Éste, en definitiva era la única persona que realmente la comprendía. Se llamaba Oscar pero en Palermo era más conocida como la colorada Gisela.
Varios días de conversaciones con él, que conocía a fondo el oficio, terminaron por convencerla, tenía que dejarse de macanas y ser mujer nuevamente.
A su edad y con esa facha no le sería fácil conseguir nuevo trabajo
Pese a todo, la casualidad vino nuevamente en su ayuda.
Le ofrecieron un puesto atendiendo la ventanilla de reclamos de no sé qué repartición municipal. En ella, feliz, pasaba cómodamente sus días poniendo cara de culo a cuanta persona se arrimaba y cumpliendo así a la perfección la tarea encomendada.

Años pasó en este puesto y hasta tal vez hubiera llegado a jubilarse, pero un buen día, sin haber conseguido que una persona lo hiciera, la cirrosis la tumbó.


___________________2005


LOS DUEÑOS DEL HAMBRE

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Ellos están allí, fumando un puro,
fermentando sus lentas digestiones,
rozándose las calvas en los muslos
de alguna amante cara.
Ellos están allí, no saben nada
Menean la cabeza, se lamentan,
cotizan los trigales.

Son obesos riñones alfombrados.

Acusan un perfil feliz sin sangre,
regatean la luz,se dan la mano,
empujan el destino con bolsillos,
racionan el esperma semanal,
no se derrochan.

Van con el pan de los otros descontado,
con la risa llenando portafolios,
con robados veranos asaltados.

Se llaman chebrolet y billetera,
Abono en el Colon, estancias, haras.
…………………………….
………………………………
(Fragmento)

Nira Etchenique
1956

1994 – Las bolitas

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Óleo sobre tela
1,00 x 1,30

2009 – Composición careta Nº 6




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Óleo sobre tela
0,50 x 070

2009 – Espantos procreando con ahínco

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Técnica mixta sobre tela
0,50 x 0,70

Opus 4

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Llegó y se sentó.
Después de todo ese sillón no era incómodo, el resto de la habitación estaba un poco demasiado limpia y ordenada para su gusto.
Los otros, al principio, lo miraron con cara de asombro, pero, pasado el primer momento de sorpresa, parecieron acostumbrarse a su presencia. Sin embargo, el viejo, gordo, mas bien bajo, dejó de leer el diario y se miraba detenidamente la punta del zapato. La mujer, flaca, reseca, de edad indefinida, terminó la vuelta que estaba tejiendo, metió todo en una canasta y se sentó frente a él mirándole fijamente la corbata.
Esto lo puso nervioso. Se dijo que no tenía ningún derecho a mirarle a uno de esa forma la corbata, menos aun cuando esta estaba deshilachada y sucia de grasa y para peor, cuando uno lo sabía y hubiera deseado tener una de esas hermosas corbatas con dibujos de mujeres desnudas que dicen que usan los norteamericanos. Pensó que cuando tuviera tiempo, le escribiría con tinta china un cartelito que dijera “Disimule, es la única que tengo y no puedo romper con las costumbres, debo usarla.”
Claro, era un poco largo y tal vez le produjera algunas molestias. Seguramente, en la calle más de una vez tendría que parar para que alguna señora un poco miope terminara de leerlo.
En fin, ya vería como arreglar eso, En general el texto le pareció correcto y lo suficientemente explícito como para no tener que dar otras explicaciones.
Por otra parte, con un poco de imaginación, podría hacer que quedara una cosa muy bonita. Esa mancha tan redondita por ejemplo, que se hizo cuando comió el chorizo, con unos pétalos bien dibujaditos y un tallo con hojitas, quedaría convertida en una hermosa florcita. Luego vería qué otros motivos agregar, que a su vez, entrelazados con las palabras, escritas con letras góticas, llegarían a hacer un conjunto muy presentable.
Estos pensamientos lo reconfortaron.
Miró a la mujer con cara desafiante, pensó sacarle la lengua, pero se contuvo. Después de todo no los conozco, él debe ser un meridional jodido y ella una menopáusica neurótica,
El perro se fue acercando despacito, lo olió y se puso a lamerle los zapatos. Él, como siempre que un perro le lamía los zapatos, le pateó el hocico. El perro, que como a todos los perros del mundo menos a uno, no le gustaba para nada que le patearan el hocico, le pegó un feroz mordisco en la rodilla.
¡Perro sarnoso! Gritó ¡Era el único lugar del cuerpo donde no me habían mordido nunca!
La mujer pegó un brinco y con un alarido de terror salió corriendo.
El perro con cara de satisfacción, lo miraba desde atrás del televisor.
Él se quedó avergonzado viendo cómo se manchaba de sangre la alfombra.
El viejo le levantó la pierna y con un pañuelo trató de limpiar el tapiz, dobló el diario en cuatro y se lo puso debajo del pie para que no siguiera manchando.
La mujer apareció con un gran botiquín a la rastra y se dedicó, pese a las protestas del interesado, a desinfectarle la boca al perro.
El viejo se sentó ahora frene a él.
.- ¡Y bien! - dijo
- Señor Strossen...- comenzó él-
- ¡No me llamo Strossen!
- Me lo temía.
. ¡Mándese a mudar de acá inmediatamente!
- Un momento- argumentó- no creo que esta sea la forma más correcta de tratar a un desconocido.
- Tiene razón- dijo el viejo- quédese a cenar o a desayunar con nosotros, así no podrá andar diciendo por ahí, que en casa del Señor Strossen lo atendieron mal.
.- Perdón- dijo él, y rengueando, se fue.


________________________1963



Suramérica

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Nadie la para ya, no pueden detenerla,
ni la calumnia, ni el boicot, ni nada.
Ni el odio temeroso, porque sabe
que la tierra jamás fue derrotada.

La aventura de América morena,
a los aventureros se los traga;
los sube por la sombra despacito,
y el ojo codicioso les socava.

Vendrán los desahuciados de la tierra,
buscando sus riquezas legendarias,
hasta que un día, en una sola greda
se confundan las lenguas y las razas.

América, animal de leche verde,
por la gran cordillera vertebrada,
hunde el hocico austral bajo el polo,
y reposa en su fuerza proletaria.

Camina hacia la luz, lenta y segura,
con el polen del sol en las entrañas,
y su destino torrencial, fijado
está en el tiempo por la vía láctea.

El Hambre, La Injusticia, La Violencia,
La Voluntad del Pueblo, traicionada,
no harán sino aumentar su rebeldía,
el hijo de la luz que viene a unirnos
en una sola espiga esperanzada,
por que América, “tierra del futuro”,
igual que la mujer, vence de echada.

Jaime Dávalos



1959 – Piccinina

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Óleo sobre tela
0,24 x 0,30

1999 - El polaco y su mujer

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Óleo sobre tela
0,53 x 0,70

Años atrás Alberto Balaguer Mendoza se preguntaba:

“Aparentemente, los habitantes de Norteamérica, llevan consigo una desgracia de la que nadie podrá liberarlos. Sean blancos, negros, o del color que sean, cultos o incultos, inteligentes o brutos, siempre seguirán siendo norteamericanos, ¿Deberíamos por ello tenerles pena?”
Pensar que no conoció a Obama.

2009 – El penado 14

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Óleo sobre tela
0,80 x 1,00

2009 - Espantos del atardecer





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Técnica mixta sobre tela
0,60 x 1,00

Detallada relación de cómo y porqué, me convertí en el hombre más rico del mundo

4ª parte

De paso por Buenos Aires, mientras hacía conocer un poco la ciudad a mi primo, me despedí de mis compañeros de trabajo, renuncié al mismo y tuve una larga charla con mis ex patrones. Se me había ocurrido, la posibilidad de hacer, algunos negocios juntos. Pensé, por ejemplo, que podría proveerles de autos usados, con no más de tres años de antigüedad, reacondicionados a nuevo, en nuestro taller de Sicilia.
Quedamos en charlar un poco más adelante, de este y otros temas. Para mí, lo más interesante, fue que con la charla, me avivé, de un montón de cosas que no se me habían ocurrido antes, o que ignoraba. De a poco me convertía en un perfecto hombre de empresa.
En Calingasta, nos esperaba una recepción impensada. Éramos algo así como una especie de héroes nacionales.
Además de mis familiares, estaban todos los vecinos, amigos, curiosos y sobre todo detecté a mangueros de todo tipo.
Mis padres y hermanos, recibieron a Pascual, como a un hijo más.
La alegría era general, mis hermanos hacía tiempo que no se reunían.
El mayor, Pedro, era abogado, tenía su estudio en la ciudad de San Juan. La que lo seguía en edad, mi hermana Clara, había enviudado y vivía, con sus dos hijos en la finca paterna. La otra, Ofelia, casada, con cinco hijos, tenía con su marido, una chacra en San Rafael. Por último, Enrique, se había hecho cargo de la finca y además, trabajaba en la Cooperativa.
Al día siguiente, y ya en estricta reunión familiar, les expliqué mis intenciones de radicarme en Italia. Conté, que nuestros parientes en Sicilia, me habían ofrecido un puesto, en una de sus tantas empresas.
El sueldo en Euros, me permitiría, no sólo ahorrar, sino que podría hacer algunas inversiones en nuestra finca y a la vez, trabajar, en conjunto con ellos, tanto en viñedos, como en olivares, en Argentina.
A Pedro, le pedí que fuera viendo, qué debíamos hacer, para convertirnos en una sociedad anónima. A todos les recomendé una total discreción, sobre estos temas, pero que a la vez, fueran estudiando todas las posibles formas de expansión.
Pocos días después y con gran pena, tuvimos que emprender el regreso. Pascual, era el que más sufría. Se había enganchado, seriamente, con una niña del lugar y prometió volver a verla a la brevedad más breve.
A mis viejos y hermanos, les dejé de regalo, las últimas monedas y piedras, que me quedaban y pese a que no eran muchas, provocaron el general asombro.
.-¿En qué andá vo nene? Preguntó mi madre. La tranquilizamos, lo mejor que pudimos y entre abrazos, besos y lágrimas, nos despedimos.

Ya en Roma, me dediqué a comprar unos cuantos objetos que me serían necesarios. Cargando cantidad de paquetes y cajas, partimos directamente para Cerdeña. En un par de días, terminamos con el papeleo de la compra del barco. Cargamos todo lo comprado, más una importante cantidad de cajones para pescados, lo amarinamos y muy de madrugada zarpamos. Recién entonces le mostré a Pascual, en la carta, el punto a donde nos dirigíamos y le marqué el rumbo, Por supuesto, estaba sumamente asombrado, tanto con mis extrañas compras, como con el sitio marcado, pero no hizo preguntas.
Anclamos lo más cercano a la costa, que nos permitió nuestro calado y en el gomone, llevamos la carga hasta la playa.
Viendo que no había, ni barcos en el mar, ni gente en el islote, llevamos todo hasta la entrada de la cueva.
Cuando retiré el mármol, tuve que sostener a mi primo, que casi se cae de culo al ver el túnel. Una vez adentro, le fui contando como había descubierto el lugar. Mientras tanto, colocaba clavos, de los que se usan para escalar, y cada tantos metros, colgaba de ellos, pequeños faroles a gas, de esos que trabajan con garrafitas descartables, de las que había llevado gran cantidad.
En la zona de los escalones, fijé una cuerda, a modo de pasamanos, y un juego de poleas, para levantar las cargas. La cara que puso y el tremendo impacto que le produjo ver el cartel que decía SPADA, no fue nada comparado con la expresión posterior, al ver el contenido de las tres cavernas. Me costó hacerlo reaccionar.
Trabajamos el resto del día, la noche, el día siguiente y la otra noche como mulas y sin embargo, no alcanzamos a sacar ni la cuarta parte del tesoro.
Había comprado cuatro valijas grandes, de esas que parecen changuitos, como los que usan las señoras para hacer las compras. Tenían fuertes ruedas y nos aliviaron en gran medida, el transporte de la preciada carga. Sobre todo en los lugares que debíamos transitar en cuatro patas.
Mientras uno acomodaba lo extraído en los cajones de pescado, el otro, entraba por más. Cuando teníamos tres o cuatro llenos, debíamos subirlos a bordo y estibarlos en la sentina. No queríamos que nada llamara la atención, ante el eventual paso de una embarcación por las cercanías. Cada tanto, dormíamos un par de horas, comíamos algo y seguíamos con la agotadora tarea.
Viendo que no era conveniente, seguir allí fondeados tanto tiempo, resolvimos partir. Las valijas estaban ya en muy mal estado, la comida se nos acababa y teníamos a bordo, una importantísima cantidad de riquezas. Cerramos nuevamente, borramos lo mejor posible nuestras huellas y cazamos unas cuantas gaviotas, como para mantener mi historia inicial.
Llegamos a Cagliari, bien entrada la noche. Dejamos el barco bien cerrado y nos fuimos a dormir. A la mañana cargamos combustible y comida. Aprovechando el muy buen tiempo, nos largamos a toda maquina, rumbo a Trapani.
Otros cinco viajes, nos llevaría, sacar el resto, y dejar la cueva vacía.
Para que nadie metiera las narices en la misma, una vez que conseguimos dejarla limpia, pegamos con cemento el mármol que cubría la entrada.
En el ínterin, habíamos conseguido formar un excelente directorio. Domenica, la hermana de Pascuale, que había estudiado algo así como administración de empresas, resultó ser una luz para los números y las finanzas. Pese a la resistencia de algunos hombres de la familia, terminó siendo nuestro ministro de economía. El cargo de asesor legal, se lo dimos a Tomaso, que no obstante ser muy joven, era un excelente abogado. Trabajaría de común acuerdo, con mi hermano Pedro, que se haría cargo de los negocios en Argentina. No podía faltar el tío Chicho en este directorio, sería algo así como el jefe de logística y de seguridad.
Mi hermano Enrique, que había hecho, en San Juan, un curso de enología, vino a especializarse en la Universidad de Palermo. La idea era que pudiera estar al frente, de la futura bodega y de los viñedos que queríamos comprar en la provincia. Cuando regresara a casa, mandaría, al mayor de mis sobrinos, para que estudiara todo lo concerniente a la olivicultura.
En esta forma, iríamos integrando, a la familia americana con la italiana.
Mientras tanto, los tanos, enterados de las bellezas de Calingasta y del país en general, hacían cola para poder viajar a visitar a mis padres.
Por último, para dejar contentos a todos, nombramos como asesores en política y relaciones públicas, a los dos integrantes mas viejos de la familia.
Siguieron meses de intenso trabajo. Entre otras cosa debía hacer rápidos viajes, a las más importantes ciudades y capitales europeas. Tenía que vender parte de mi oro, en diferentes lugares y en pequeñas cantidades,
de forma de no llamar la atención. En Suiza, y en otros varios países, deje en cajas de seguridad, el resto.
En un corto tiempo, nuestros negocios habían crecido en forma acelerada
Se hacía evidente aquello de que la plata trae a la plata. La facturación crecía en forma impresionante. Previendo que si la cosa seguía así, se nos complicaría el control de nuestras diferentes empresas, resolvimos comprar una propiedad en Palermo, donde instalamos la administración general. A cuanto lugar de la isla llegaba, era recibido por los funcionarios comunales, como si fuera el presidente de la república.
Pascuale, divertidísimo me cargaba llamándome “Vizconde de Pietra al Mare”. Por supuesto ninguno, de los que por casualidad lo escuchaban, entendía de dónde salía el tal título.
En Cerdeña, compramos una importante planta productora de sal, cercana a Cagliri. Además, algunas hectáreas de olivares y viñedos, así como buena parte de las acciones de una firma productora de plomo.
En general en las dos islas, la producción agrícola era bastante pobre. Los métodos de cultivo eran casi medievales. Pretendíamos modernizar la cosa.
En Sicilia, nuestras inversiones fueron múltiples. Llegamos a manejar casi el ochenta por ciento de los olivares, más una fábrica de aceite.
El sesenta o setenta por ciento, de los viñedos eran nuestros, así como la bodega más moderna. A nuestra pequeña flota pesquera, le sumamos, la más grande fábrica de conserva y enlatado de pescados.
Compramos un establecimiento productor de ácido cítrico, que estaba barranca abajo y lo pusimos a trabajar con todo.
Desde nuestro, ahora, gran taller y concesionaria de automóviles, exportábamos a América del Sur, gran cantidad de automotores de todo tipo. Teníamos importantes paquetes accionarios en varias industrias, sobre todo en cemento y petroquímicas.
Me di el gusto de poner una fábrica de maquinaria agrícola de alta tecnología. Estas máquinas, me apasionaban desde mis tiempos de mecánico rural. Por una vez, hicimos algo diferente, esta fabrica, figuraba como subsidiaria, de otra que había instalado en la provincia de Córdoba, de esta forma los royalties, se pagaban a la Argentina.
Otra de nuestras firmas, era propietaria, de dos de los transbordadores más grandes, que hacían el cruce del estrecho de Messina hasta Reggio, Calabria.
Todo esto, más otros emprendimientos de menor cuantía, nos garantizaban, que ninguna persona que tuviera algo que ver con la familia, estuviera sin trabajo.
En Argentina, compramos en San Juan, el edificio de una antigua bodega, lo restauramos a nuevo pero, conservando todo su primitivo aspecto, lo convertimos en un museo de la vitivinicultura provincial.
Se convirtió en un éxito turístico. Adyacente a ella, construimos una nueva bodega, con lo último en tecnología.
Dentro del rubro, compramos una gran cantidad de acciones, de una fabrica de alcohol, más una cantidad importante de viñedos, tanto en la provincia, como en Mendoza.
De la misma forma, adquirimos olivares en diferentes provincias. A estos le sumamos una planta productora de aceites, que podían competir con los mejores europeos.
En el rubro automotor, contábamos con tres concesionarias, más la fábrica en Córdoba de maquinaria agrícola.
Teníamos previstas, inversiones en empresas varias y ya estaba a punto de empezar a desarrollar sus actividades, nuestra propia compañía de seguros, con filial en Italia.
Si bien, seguía repartiendo mis sueldos nominales, la mitad de las acciones que adquiríamos, quedaban a mi nombre.
Con todo esto ya encaminado, quería dedicarme a gozar un poco de mi dinero. El tiempo pasaba y yo corría de un lado a otro, ocupándome de los problemas de todos y sin ocuparme realmente de mí mismo.
No se trataba de que la estuviera pasando mal ni nada por el estilo. Tenía una hermosa casa, en Trapani. En el sur de Argentina, una estancia junto al lago, con montañas y lago incluido.
Señoritas, de todo pelo y color, no me faltaban. Podía tener todo lo que se me ocurriera. Era hora de vivirla.
Hacía más o menos un mes, que habíamos hecho el último viaje a Pietra al Mare. Éste había sido bastante más largo que los anteriores. Aparte de retirar la última carga de valor, queríamos dejar todo limpio y que no quedara ningún rastro de nuestras actividades en el lugar.
Como siempre antes de irnos cazamos un buena cantidad de gaviotas, que eran nuestro habitual justificativo.
De regreso en mi casa, pasé una muy buena noche con Juliana. Cada tanto aparecía de visita.

Lamentablemente se me acaba el tiempo y no podré contarle más detalles. Perdóneme pero me canso mucho.
Pascuale, murió hace cuatro días.
Yo, parece que no llego al fin de semana.
Las putas gaviotas, venían con gripe aviar incluida.-




_____________________ 2006

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ANTIGUO LABRADOR

(fragmento)
……………………….
…………………………

Yo se, señor,
yo he visto la noche sobre el campo,
su condición de estrella, su silencio pesado
y digo que no es cierto que puedan alquilarla,
que le alambren el dorso, que le vendan la espalda,
porque la tierra entera pertenece a la noche,
que mueve la fatiga campesina del mundo,
la voluntad labriega como una enorme pala,

Pertenece al que sabe
celebrar la alegría de ver crecer las plantas,
al cómplice del sol, al sembrador callado
que pone la semilla como un semen dichoso
y espera, lentamente, el milagro del agua

Por que sin esta frente,
sin este rudo brazo,
sin el tiempo a destajo de gastarnos las manos,
quien dará testimonio de la vida en la tierra,
quien ha de prepararnos la primavera, el vino,
el fermento gredoso de donde viene el canto.

Por eso yo pregunto, señor: ¿cuándo es el día,
a que hora justamente, vamos a rescatarla,
que hombres vendrán conmigo,
que canción cantaremos
que flores sembraremos donde está la alambrada?

Digo que este mensaje debe saberlo América,
que no solo nosotros,
que cada uno lo sepa,
porque hay un continente de tierra sometida,
gordos concesionarios
carbón comprometido,
hay zonas donde el hambre tutea a la agonía
y esclavitud de estaño
y cobre de miseria,
hay trigo condenado a los precios siniestros,
petróleo al que amenazan su primavera negra,
naranjas exportadas con todo el sol a cuestas,
hay niños que no encuentran al hombre,
caen antes,
se van, sonrisa abajo, muerte abajo,
se pierden
entre lo destituido que cae y se disgrega.

Que no solo nosotros
que cada uno lo sepa

…………………………………….
…………………………………….

Armando Tejada Gómez
1957

1959– De paro

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Óleo sobre lona
0,50 x 0,60

1960 - Marucha en el sillón





Óleo sobre tela
0,18 x 0,50

2009 – Hermoso día de sol a orillas del río Tamesis




Técnica mixta sobre arpillera
0,70 x 1,00

2009 – Espantos de complicada nominación




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Técnica mixta sobre arpillera
0,60 x 100

Detallada relación de cómo y porqué, me convertí en el hombre más rico del mundo

.
3ª parte


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Comenzó entonces una tediosa ceremonia, donde de a uno se presentaban, besaban mi mano, presentaban a su mujer y a sus hijos, los que los tenían, que a su vez repetían todo lo mismo. Algunos me decían algo o me contaban sus cuitas, en la misma extraña jerigonza que hablaba mi abuelo. Pascuale me traducía lo más importante y me daba cuenta, que a la mayoría, les decía que ese no era el momento y que no faltaría la oportunidad de hablar con tranquilidad.
Cuando hacía grandes esfuerzos para no quedarme dormido, uno me presentó a su hija. Por las sonrisas que noté a mi alrededor, mi cara de boludo debe haber sido notoria. Estaba ante la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Esta niña, de unos veinte años. Reunía en si, todo lo bello que podía brindar el Mediterráneo. Lo griego, moro, español, judío y algo más, se juntaba en ella. El pelo renegrido y ensortijado, su blanca y tersa piel, de un ligero tinte oliváceo, su boca carnosa, un cuerpo perfecto, pero, para los cánones actuales de belleza, con un par de kilos de más. Pero, por sobre todo sus ojos, de un color intensamente verdes, de lánguida expresión gatuna, que por momentos parecían echar chispas, formaban una mezcla altamente explosiva. Se llamaba Juliana.
Cuando besó mi mano, sentí que se me quemaba y caía al suelo convertida en un montoncito de cenizas. Un monstruo furioso pretendía salir rompiendo mis pantalones. Me costó no empezar a dar gritos sacando afuera a todo el mundo, para poder quedarme a solas con esa increíble, medio parienta.
Por fin me recompuse, ayudaron bastante, las caras de satisfacción de los padres. Se hacía notorio, que en ese momento estaban pensando, que por fin, se sacaban de encima a la nena. Mi interés por casarme rápidamente, había cambiado radicalmente
Cuando terminó esta cosa del besamanos, pedí una inmediata reunión, con los más importantes representantes del clan. Al resto les pedí que dejáramos los agasajos y fiestas para más adelante. Todavía estábamos de duelo por Don Calogero y además estaba el asunto del accidente de mi tía, luego de su recuperación tendríamos tiempo para esas cosas.
Con los notables, quería dejar todo bien claro desde el principio para evitar problemas posteriores.
Mientras se despedían los que no participarían de la reunión, me crucé con Juliana. Llamándola aparte, le regalé una lindísima esmeralda que me había quedado, le expliqué que era en honor a su belleza y al color de sus ojos. Dejó el charquito. Me costó bastante que en el momento, no se agachara y abriera mi bragueta. Emocionada hasta las lagrimas me agradeció, en el extraño idioma, con una voz espantosa.
Mi primo que pasaba al lado, me dijo al oído “ojo, en este caso, no todo lo que brilla es oro”.
Bien, de todas formas era hermosa.
Poco tiempo después, me demostraría en la cama que además, era una verdadera profesional y que no por que sí, se pintaba los labios bien rojos, como las antiguas fenicias.

Ya reunidos, dejé bien en claro, que antes de aceptar el ofrecimiento, quería exponer mis condiciones. Les advertía primero que nada, que no pretendía obtener ganancias de ningún tipo, por el contrario, había pensado invertir el suficiente dinero como para pasar a ser, una de las más importantes, sino la más importante, familia de la isla.
Les expliqué que mi dinero, provenía de un galeón español, que habíamos descubierto, con unos amigos, hundido en el Río de La plata. Si este hallazgo lo declarábamos, debíamos entregar una gran parte al gobierno, cosa a la que no estábamos dispuestos.
Por lo tanto, yo debía figurar como presidente de las empresas familiares, cobrando sueldos muy importantes, como para justificar mis nuevos ingresos. Dichos sueldos, en la realidad se repartirían, proporcionalmente, entre los allí presentes.
Este pequeño discurso, los entusiasmó tanto que me juraron amor eterno, fidelidad y obediencia debida.
Mi segunda condición era, que todos los negocios, de ahora en más, debían ser absolutamente legales. No quería, que por ninguna causa se estropearan mis planes. Por de pronto les dije, me había enterado, que uno de ellos tenía un taller, donde se disfrazaban autos robados. Ese taller debía cerrar inmediatamente. Comprendía que no podía dejar, a las personas involucradas en la calle y por lo tanto lo reabriríamos como taller mecánico o concesionaria de autos. Lo que más conviniera.
Entendieron, que uno que cayera por actividades ilegales, podría involucrarnos a todos y eso no le convenía a nadie. Les rogaba que solucionaran lo más rápido posible cualquier otro caso, del que yo no me hubiera enterado.
Por último, mi deseo era que Pascuale, fuera mi mano derecha y que en todo se lo respetara y se le obedeciera como a mí mismo.
Por supuesto, estuvieron en un todo de acuerdo y mientras ellos se felicitaban entre sí por haberme elegido, yo les agradecía efusivamente el honor que me había hecho eligiéndome.
Durante toda la charla, hice todo lo posible, para que no se me hincharan los carrillos, y tratando que mi voz, se oyera clara y comprensible.
Me parecía increíble, haber pasado, en tan poco tiempo, de ser un rata, a tener tanta guita, con el poder que esto conlleva. Mi primo, que no era tonto, me agradeció, pero dejando claro, que le había hecho una jugada, que hacía que él también se jodiera, con la responsabilidad que le caía encima.
Les pedí a todos, que en la semana, me pasaran un detallado informe, de todos los campos en que nos movíamos, agregando en cada caso las ideas que tuvieran para agrandar el negocio. Por fin me pude recostar un rato. Amanecía y debía viajar a Cerdeña temprano.
A primer hora de la mañana, partía hacia Roma la madre de Pascuale, acompañada por otras dos mujeres, en un avión sanitario.
Antes de irme, dejé instrucciones para que gestionaran la partida de nacimiento del abuelo y de mi madre, en Nápoles, para iniciar, cuanto antes, los trámites de mi nacionalidad italiana. Por otro lado, pedí que me consiguieran una buena casa, cercana al mar, para alojarme durante mis estadías en la isla. Tenía especial interés en que fuera en la zona de Trapani, al norte de la isla y cercana al mar.
No gustó mucho el que no quisiera alojarme en la residencia familiar de Calsanisetta. Tuve que explicar, que si bien esta casa estaba ubicada en el centro geográfico de la isla, nuestros intereses comerciales, se hallaban distribuidos a lo largo de toda el territorio y que por lo menos durante los primeros tiempos, debería moverme de un lado al otro. Contaba desde ya, conque me reservaran un dormitorio. En Catania me alojaría en casa del Tío Chicho. Pero que quería contar con un lugar, donde poder estar más aislado, de vez en cuando. Creo que lo entendieron.
Por otra parte le pedí a Chicho, que ubicara a algún ganador de la lotería o el Totocalcio, por supuesto de un pozo importante y le comprara el billete premiado, antes de que lo cobrara, Esto serviría luego como importante justificativo, de mis gastos.
A Cerdeña, me acompañó Pascuale, que ya se había convertido en mi sombra. Cada vez nos entendíamos mejor.
Sentía un verdadero afecto por él.
Dado el hecho, que la distancia a mi islote, era mucho menor desde Cerdeña, que desde Sicilia, quería conservar la casita de Cagliari. Al menos por un tiempo serviría de discreto depósito.
Como mi ahora secretario, tiempo atrás, había trabajado en un barco pesquero y estaba capacitado para pilotear uno, decidí que era hora de tener uno propio. Quedó bastante sorprendido por mi decisión, pero le dije que quería iniciar el negocio de la pesca y que tenía otras razones de las cuales se enteraría mas adelante. Nos dedicamos entonces a recorrer el puerto en busca de algo que sirviera a mis propósitos. Dejamos señado, un hermoso barquito de unos doce metros de eslora, provisto de un poderoso motor. Era ideal y se veía muy marinero, al menos al futuro capitán, timonel, marinero y grumete, le gustó mucho y quedó muy entusiasmado de poder navegar nuevamente. Le aclaré que mi idea, no era confinarlo a un barco pesquero, que él estaría a cargo del mismo, solo cuando tuviera que acompañarme en mis asuntos privados, para el resto ya contrataríamos tripulación.
Dada la inexperiencia, nos llevó, casi dos días, fundir el polvo de oro que había dejado guardado. En Sicilia había comprado un soplete que trabajaba con una garrafa común y un pequeño tubo de oxígeno, mas un par de crisoles. Con arcilla, hicimos moldecitos, y lo convertimos todo, en pequeñas barritas. Terminado este trabajo, dejamos encajonadas las herramientas, para evitar miradas curiosas. Retiramos las monedas y las piedras que quedaban y las empacamos. Esto quería guardarlo en la caja de seguridad de algún banco de Palermo.
De regreso en la sede de mi estado mayor conjunto, debí pasar dos semanas de recorrida, conociendo y solucionando pequeños problemas familiares, así como recogiendo los informes que había solicitado.
Recibí, además de informes, quejas y lastimeros pedidos de ayuda, las más increíbles ofertas. Daba pena y bronca, ver como algunos, con tal de acomodarse, me entregaban a sus hijas y hasta a sus esposas. Por suerte pude zafar de todas estas transas, gracias a que, en la mayoría de los casos, el objeto a transar, no valía la pena de ser transado.
Pretendía crearme una imagen de hombre serio, recto y bastante honesto.
En el ínterin, mi primo viajó a Roma a visitar a su madre. Al regreso traía buenas noticias. Las operaciones habían sido un éxito, debía pasar un tiempo hasta su recuperación total, pero mejoraba rápidamente.
Esta noticia trajo alivio y alegría a todos, era una mujer muy apreciada y tenida en cuenta, por del clan. No olvidemos que ahora, el hecho de ser su hijo el segundo al mando, la había colocado en una posición social, aún más alta, que la que tenía anteriormente.
Aproveché también, a visitar la casa que me habían conseguido en Trapani. Era realmente estupenda. Pegada al mar, tenía al frente una pequeña bahía, ideal como para fondear una nave. Dejé las instrucciones para que se realizaran algunas pequeñas reformas y tareas de mantenimiento.
A esta altura, el eficiente tío Chicho, ya había encontrado al ganador de un muy importante pozo. Lo consiguió convencer de vendernos el billete, con tres importantes razones. La primera era, que al no figurar su nombre como ganador, evitaría los posibles robos y los mangazos. La segunda, nosotros le pagaríamos, con una quita de sólo el quince por ciento, en vez del treinta que le haría el gobierno. De la tercera preferí no enterarme.
Mientras cobraba el premio, conseguimos que algunos diarios, me sacaran fotos y que la cosa quedara así registrada.
Giré a Cerdeña, el dinero faltante en la compra del barco y les solicité que tuvieran los papeles listos para firmarlos, en veinte a treinta días.
Pretendía comenzar a utilizarlo, en ese tiempo.
Con todo, más o menos encaminado, resolví hacer un rápido viaje a la Argentina para ver a mis padres y dejar unas cuantas cosas arregladas.
Lo invité, a Pascuale, a acompañarme, quería que mi viejo conociera a su sobrino.



QUEMAR LAS NAVES

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El día o la noche en que por fin lleguemos
Habrá que quemar las naves
pero antes habremos metido en ellas
nuestra arrogancia masoquista
nuestros escrúpulos blandengues
nuestros menosprecios por sutiles que sean
nuestra capacidad de ser menospreciados
nuestra falsa modestia y la dulce homilía
de la auto conmiseración

y no solo eso
también abra en las naves a quemar
hipopótamos de Wall Street
pingüinos de la Otan
cocodrilos del Vaticano
cisnes de Buckingham Palace
murciélagos de El Pardo
y otros materiales inflamables

el día o la noche en que por fin lleguemos
habrá sin duda que quemar las naves
así nadie tendrá riesgo ni tentación de volver

es bueno que se sepa desde ahora
que no habrá posibilidad de remar nocturnamente
hasta otra orilla que no sea la nuestra
ya que será abolida para siempre
la libertad de preferir lo injusto
y en ese solo aspecto
seremos mas sectarios que Dios Padre

no obstante como nadie podrá negar
que aquel mundo arduamente derrotado
tuvo alguna vez rasgos dignos de mención
por no decir notables
habrá de todos modos un museo de nostalgias
donde se mostrara a las nuevas generaciones
como eran
Paris
el Whisky
Claudia Cardinale


Mario Benedetti

1985 - El guitarrista

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Óleo sobre tela
Boceto
0,50 x 0,60

1999 - El viejo

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Óleo sobre tela
0,40 x 0,50

2009 - Madre e hija

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Técnica mixta sobre arpillera
0,70 x 1,00


Detallada relación de cómo y porqué, me convertí en el hombre más rico del mundo

2ª parte
.
Dos días después, contraté a un pescador para que me llevara, en su barqueta, hasta Pietra al Mare. La excusa fue que quería estudiar a unas raras gaviotas que había visto en la isla. El pescador me miró con asombro y juró, que las gaviotas de allí, no tenían nada de raro.
Ante mi insistencia, se encogió de hombros, diciendo que si yo tenía ganas de gastar mis liras de esa forma, a él no le molestaba. Arreglamos que saldríamos al amanecer para llegar bien temprano y que pasaría a buscarme a la caída del sol, para emprender el regreso. Él aprovecharía esas horas para pescar.
Partimos, de acuerdo a lo convenido, aún de noche. Iba provisto, además de comida y agua, de una buena barreta, una soga, una linterna, una lupa y algunas herramientas más. No sabía muy bien para qué todo eso, pero tampoco sabía, con qué podía encontrarme, si es que algo encontraba. Por las dudas, pensé.
Una vez desembarcado, y habiendo visto alejarse al barquito que me había
traído, efectué una recorrida sistemática de todo el terreno.
Primero, quería constatar la no existencia de otras notas discordantes y segundo, comprobar que ninguna persona pudiera estar observándome.
Efectivamente, no encontré la menor piedra, aparte de la vista anteriormente, que me llamara la atención por no pertenecer al lugar.
En cuanto a la presencia de gente, seguramente salvo, los que por pura casualidad, habíamos desembarcado días atrás, en años, nadie habría pisado el poco atractivo islote.
Por fin, me dediqué a estudiar detenidamente, el trozo de roca, que tanto me había preocupado. Sin lugar a dudas, era un mármol. Probablemente, un travertino oscuro. Se notaban aún las marcas efectuadas, para mimetizarlo con el lugar. Observando detenidamente se podían apreciar restos de algún tipo de argamasa, con el que había sido fijado.
Convencido de estar frente a una especie de puerta, me planté delante de ella y con voz firme dije las palabras mágicas “Ábrete sésamo”.
Por supuesto, no pasó nada. Después de todo, no creo que el jefe de los ladrones, las dijera en castellano. Vaya uno a saber en que idioma hablarían, para hacerse entender por las piedras.
Con mucho cuidado fui quitando este pegamento. Parecía yeso o cal con arena, teñidos de color grisáceo. Suavemente y tratando de no dejar marcas, hice palanca con la barreta. Al tercer o cuarto intento, se soltó. Me costó bastante sostenerla, porque era más pesada de lo previsto.
Apareció ante mi vista la estrecha entrada de una cueva.
La emoción me embargaba. Me sentía inmerso en la historia de algún libro de aventuras, de esos que leía en mi primera juventud. Se notaba a simple vista, que se trataba de un túnel que bajaba en suave pendiente.
Después de un rato de indecisión, me armé de valor, y, en cuatro patas entré. A medida que avanzaba, pude comprobar con alivio, que se ensanchaba. Llegó un momento en que podía estar parado. Se notaban, en partes, las marcas del cincel con que se habían quitado trozos que, seguramente, obstaculizaban el paso. Cada tanto, una tenue claridad, iluminaba el pasadizo. Provenía de pequeñas grietas u orificios que, desde la altura, dejaban pasar la luz del sol. No pude saber si eran naturales o habían sido efectuados intencionalmente.
Calculo haber andado unos cien metros, cuando me encontré, con que el socavón, descendía abruptamente. Luego de una minuciosa búsqueda, descubrí unos escalones tallados en la roca, que facilitaban el descenso.
Pienso que a esta altura, debía estar bajo el nivel del mar.
Habiendo bajado unos cuatro o cinco metros, comprobé, que se abrían, tres brazos, en diferentes direcciones. Dudaba cual elegir para continuar explorando cuando, en uno de ellos, el de la izquierda, me sorprendió una inscripción burdamente marcada en la entrada. Me llevó bastante tiempo poder descifrarla. Decía “SPADA”.
Con la esperanza de que fuera la indicación de la ruta correcta, entre en él decididamente. Debía caminar lentamente y poniendo mucha atención.
Acá la oscuridad era total y corría el riesgo de caer en un pozo, o de golpearme la cabeza. La luz de la linterna que había llevado era demasiado puntual y no me daba una visión total.
Noté, con desagrado, que el pasillo por el que avanzaba se estrechaba cada vez más y el techo bajaba en forma pronunciada. Pronto me vi. en cuatro patas nuevamente. Ya pensaba seriamente en pegar la vuelta, cuando vi que a cada lado, se abrían sendos túneles. El que estaba utilizando, pocos metros más adelante, terminaba abruptamente.
A la luz de la linterna se notaba, que tanto el de la izquierda, como el de la derecha, se ensanchaban y que nuevamente podría avanzar parado.
Tomé entonces, al azar, el de la izquierda. Cuando había recorrido unos veinte pasos, desemboque en una caverna bastante amplia. Si bien su forma era irregular, calculé que tendría alrededor de veinte a veinticinco metros de diámetro.
Con asombro, descubrí, en todo su entorno, una gran cantidad de cajones.
Eran todos iguales y estaban perfectamente estibados. Aunque un poco borroso, se notaba que estaban todos numerados. Estaban confeccionados en madera dura y perfectamente clavados. Medían tres cuartas por cuatro y otras cuatro de alto, o sea, más o menos, sesenta centímetros por ochenta y otros ochenta de alto. Llegué a contar ciento cincuenta y seis. Eran sumamente pesados.
En un rincón, alcance a ver una cierta cantidad de clavos, del tipo patente, con los que habían sido clavados.
Antes de tocar nada, resolví averiguar si el paso, que había visto se abría a la derecha, me deparaba alguna nueva sorpresa.
El tramo a recorrer, era un poco más largo que el anterior, terminaba en una caverna de menor tamaño que la ya visitada, que a su vez, se comunicaba con otra mayor.
En la primera, pude observar una veintena de cajones similares a los anteriores. En la segunda, en cambio, se veían unos diez o doce arcones, quince cajones de menor tamaño que los anteriores. Además, acá se apilaban bolsas confeccionadas, aparentemente, con lonas para velas.
Todo esto, estrictamente ordenado, igual que en el otro lado.
Debo aclarar que en ningún momento, encontré esqueletos, espadas o cualquier otro objeto, de los que aparecen en los cuentos, asociados a este tipo de encuentros. Por el contrario, acá todo tenía un aspecto bastante burocrático. Parecía más la obra de un eficiente administrador, que la de piratas malos y borrachos. En el mismo momento en que pensaba esto, me di cuenta, que lo que había encontrado, era nada menos que el tesoro de Spada. El siguiente pensamiento fue ¿y qué cornos es el tesoro de Spada?
¿De dónde saqué eso?
Las horas pasaban y no estaba la cosa para perder el tiempo cuestionándome nada. Abrí al azar, un par de cajones con la barreta. Casi me caigo de culo. Estaban totalmente llenos de monedas de oro. Sospechando que el contenido de los otros fuera el mismo, abrí un par de los cajones más chicos. Uno, contenía paquetes de oro en polvo, el otro estaba completo de piedras preciosas, hermosamente talladas. Una de las bolsas resultó estar completa de piedras preciosas en bruto. Los dos arcones que investigué, tenían toda clase de objetos de oro y joyas de rara belleza.
No tenía más tiempo para quedarme admirando nada, ni para calcular el monto de mi inesperada riqueza. Vacié el contenido de un morral en el que llevaba algunas cosas que había considerado útiles, y lo llene de monedas. Creo que hasta en los calzoncillos cargue piedras preciosas, tratando que la mayoría fueran brillantes.
Recorrí el camino de regreso, en contados minutos. Una vez afuera vacié la mochila, que allí había dejado. En ese momento me di cuenta que estaba muerto de hambre y de sed. Tome un trago de agua y a la carrera, volví a entrar para llenar la mochila con unos paquetes de oro en polvo, y completé la carga con monedas.
Una vez afuera nuevamente, oculté bajo unas piedras, todo lo que había traído en mi mochila, menos el agua, la comida y una escopeta de bajo calibre. que también formaba parte de mi equipaje. Con ella tuve la suerte de poder cazar una gaviota, a la que até, bien visible, sobre la tapa de mi mochila. Acomodé el mármol, lo mejor que pude, tapando la entrada.
Ahora sí, me pude sentar a descansar un rato y a comer algo.
Había sido tan fuerte todo lo pasado ese día, que apenas pude probar bocado. Pese a todo, me doy cuenta, que todavía no entendía la magnitud de lo ocurrido, ni era conciente del cambio total que esto produciría en mi vida.
A la media hora llegó el pescador. Le llamó la atención, que cargara con el pajarraco, que para comer, no servía. Le expliqué, en la forma mas complicada que pude y mezclando palabras pseudo científicas en castellano, que estaba realizando un estudio de la glándula que segregaba la sustancia grasa que impermeabilizaba las plumas del bicho y que esto le servía para no hundirse, al estar posada sobre el agua. Hasta le mostré el lugar donde se ubicaba, sobre el rabo. Le conté además, que cada vez más, al menos en el hemisferio norte, se notaba que las aves marinas, sufrían mayores problemas de este tipo, debido a la contaminación aparentemente, de las aguas por el petróleo. Por una vez el Discovery, me había servido para algo.
Esto no hizo más que reafirmar su convencimiento de que yo, estaba totalmente loco. No cambiamos palabra en el resto del viaje.
Al llegar a puerto, le pagué y me fui al modesto hotel donde me había alojado. Caminaba lentamente, tratando que no se notara, que venía cargado como mula.
Al día siguiente, me dediqué a buscar un nuevo alojamiento. Conseguí una pequeña casita, en las afueras de Cagliari. Estaba en bastante mal estado de conservación, pero, dado a que la construcción era de piedra y la puerta y la ventana, se veían fuertes y cerraban bien, consideré que era suficientemente segura.
Hice un pozo bajo las lajas del piso, para ocultar una caja, que contenía parte de las monedas y piedras, acomodándolas nuevamente, de forma que no se notara, que habían sido removidas,
Para terminar de acomodarme, tuve que comprar, un colchón, mantas, sábanas, y enseres de cocina. Estas cosas, aparte de serme útiles, bastaban para justificar los candados y cerraduras, que coloqué en la puerta y ventana.
Al día siguiente, viajé a Palermo, para realizar las compras de las cosas que, para no llamar la atención, no quería comprar en el pueblo.

Ya en Sicilia, hice las compras en diferentes negocios, tratando de pasar lo más desapercibido posible, Para no tener problemas de movilidad alquilé un auto. Cuando conseguí todo lo que buscaba, como todavía tenia bastantes kilómetros libres, me decidí y me hice una escapada a Caltanisetta a conocer a mis parientes. Nada perdía y me podían ser de utilidad. Mis tarjetas de crédito, estaban al rojo vivo.
Cuando llegué a la pequeña ciudad, me dio la impresión, que todos me miraban, como si me conocieran. Es más, parecía que se extrañaban, por que no los saludaba. Por las dudas comencé a saludar a diestra y siniestra y noté que me respondían afectuosamente.
Ya en la casa, a diferencia de los napolitanos, no bien dije mi apellido, fui recibido con muestras de cariño y con verdadera alegría. Estaba toda la familia reunida, y cuando apareció un primo a saludarme, quedó develado el misterio. Aunque un poco mayor y más bajo, era casi un calco de mi facha. Se me hizo evidente además, que todos los allí presentes, teníamos un indudable aire de familia. Mi primo, era hijo de un medio hermano de mi padre, aunque de diferente madre. Se llamaba Pascuale, por suerte hablaba un correcto italiano y entendía bastante bien el castellano. Desde el mismo momento que nos vimos, sentimos un mutuo afecto de verdaderos hermanos.
Pronto me explicaron que la llegada de un nuevo pariente, los había sorprendido gratamente, ya que se encontraban en pleno cónclave familiar. Muchos de los allí presentes vivían en otros puntos de la isla.
La reunión se debía, a la urgencia que tenían, en juntar dinero.
La madre de Pascuale, había sufrido un serio accidente y estaba en delicado estado, tenían que trasladarla urgentemente a Roma para ser operada. La discusión giraba entre vender parte del olivar familiar o, solicitarle a un tal Don Miquele, un préstamo. La venta, podría llevar un tiempo, del que no disponían y la segunda opción, significaría caer en manos de un inescrupuloso prestamista, que para peor, era un capo mafia, perteneciente a una familia, de largo tiempo enfrentada a la nuestra.
Ante esta situación, hice lo que me pareció más correcto, y más conveniente, para ellos y para mis intereses.
Aclarando, que no era mi intención inmiscuirme en sus asuntos y mucho menos en sus negocios, como me consideraba parte de esa familia, ofrecía mi ayuda desinteresada. Podían contar con el dinero necesario, en el momento que lo necesitaran. Esto produjo, pasado el primer momento de asombro, una explosión de alegría y de efusivo agradecimiento, digno de una comedietta italiana.
En un aparte con Pascuale, le expliqué que mi único problema, era que contaba solamente con monedas de oro, y que no conociendo a nadie, no sabía a quien recurrir para cambiarlas discretamente. Comprendió rápidamente que no debía hacer muchas preguntas y me dijo que no me preocupara, que el tío Chicho, era el indicado para hacer las conexiones debidas. Enseguida de almorzar, partimos para Catania, lugar donde vivía el tío Chicho. Bastaron dos o tres llamados de teléfono, para ponernos en movimiento. Recorrimos algunos lugares de la ciudad y continuamos más tarde, la recorrida en Palermo. Un poco en cada lado, conseguí vender todo lo que había llevado. En realidad, con la venta de algunos diamantes y brillantes, quedaron cubiertas las necesidades de la familia. Con el resto podría poner al día las tarjetas de crédito y aún me quedarían unos cuantos euros, como para moverme con tranquilidad.
En el momento de partir con Pascual para Caltanisetta, me llamó la atención la despedida del Zio. Con toda solemnidad me besó la mano.
Me dijo que contaba con él, incondicionalmente, para lo que yo mandara.
En el camino se lo comenté a mi primo. Me contó entonces, que quince días antes, había fallecido Don Calógero, que era el Capo de la familia.
Por eso había encontrado a los más representativos reunidos. Ya no tenían quien resolviera por el resto, cuando se presentaba un problema. El beso en la mano era la demostración de respeto y significaba que me reconocía como el nuevo capo. Esta explicación me dejó tan alelado, que casi choco contra un camión. Le dije que se dejara de macanas, que yo no era capo de nada, que para lo único que era capo era para arreglar autos.
Muerto de risa, me dijo directamente que me jodiera, no había forma de que la familia no me considerara el nuevo jefe. Primero que mi actitud solidaria, los había desconcertado, seguramente más de uno de los allí presentes, tenía la cantidad de dinero requerida, escondida debajo del colchón. Por avaros, ninguno quiso ser el primero en ofrecerlo, y ahora se sentían bastante avergonzados. Por otra parte el día del velorio del Don, la vieja más vieja de la familia, que era considerada bruja y adivina por el resto, había vaticinado que el nuevo capo vendría de afuera.
Este nuevo argumento, me dejó totalmente descolocado, ya no supe que responder. Seguimos en silencio un buen rato.
Como quien no quiere la cosa, le pregunté, si para él tenia algún significado “el tesoro de Spada”. Me miró primero con cierto asombro, para después sonriendo, decirme, que por supuesto. Se trataba de una leyenda que se repetía de generación en generación, desde tiempos inmemoriales. El no recordaba bien como era el asunto aquel, aparentemente un tal Spada, había ocultado en alguna de las islas, una fortuna fabulosa. De todas formas, dijo riendo, no debía preocuparme, por que ya, el Conde de Montecristo, lo había encontrado.
Ahora comprendía, de donde me sonaba. Recordaba que de niño, había sacado de la biblioteca de la escuela, el novelón de Dumas, en una versión abreviada y hasta me acordaba que era de editorial Tor. De la novela en sí, recordaba bien poco. Apenas, que a un pobre tipo, lo metían preso sin razón, le piantaban la novia y se chupaba un montón de años adentro.
Creo que se llamaba Edmundo Dantes. De los malos uno se llamaba Danglars. Además había un viejo medio loco, que también estaba preso, que cuando se muere le da el plano del tesoro. El asunto es que cuando consigue escaparse, encuentra el tesoro, se cambia el nombre y se dedica a hacer mierda a todos los que lo jodieron.
Me pareció, que después de lo que me había contado, se le borraba la sonrisa y se quedaba mirándome, con una rara expresión en sus ojos.
Pensé que podría estar atando cabos. Por suerte estábamos llegando a la casa.
Allí una nueva sorpresa me esperaba, pese a lo tarde que era, me aguardaban, una innumerable concurrencia. Todos querían conocerme y presentarme sus respetos.
Sumamente confundido, al principio, pronto me di cuenta, que por sorprendente que pareciera, esto, era lo mejor que podría haberme ocurrido.
Era un negocio redondo para las dos partes. A mí me significaba un medio de poder justificar mis nuevos ingresos. Para ellos era una forma de sacarse un montón de problemas de encima. Me transferían sus responsabilidades sobre el cuidado de la familia y tenía la ventaja, que siendo yo de afuera, no pertenecía a ningún bando.
En una amplia sala escritorio, me hicieron sentar en un imponente y cómodo sillón. Supuse que era el sitial del viejo Don.
Formaron una larga fila, para presentarse y besar mi mano.
Ya era Don Carlo.




Canto a los hombres del Dólar

…………………
...............................

Porque pusieron pie y robaron tierra
Porque nosotros somos
ese ejercito limpio de cachorros
con un diente en la lengua y un puño en cada lance
y un amargo sudor donde acabadamente
han de caer los hombres de los dólares,
los cajeros del caucho y del petróleo,
los que dieron luz sin alumbrarnos,
los ricos mercaderes que creyeron
que América no es de carne y hueso.


Mario Jorge de Lellis
(fragmento)
1956

1964 – Carita

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Óleo sobre tela
0,40 x 0,50

1990 - El Pelado y su hija

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Óleo sobre tela
0,50 x 0,70

1995 – Naranjita

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Acrílico sobre tela
0,70 x 0,90

Detallada relación de cómo y porqué, me convertí en el hombre más rico del mundo

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Este cuento es medio largo. Por eso lo dividí en cuatro partes, como los viejos folletines de la revista Leoplan. Algún viejo se acordará. Espero que alguien tenga la paciencia de seguirlo.

Primera parte

Nací en la provincia de San Juan.
Mi madre era oriunda de Nápoles y mi padre argentino, hijo de sicilianos
No conocí a mis abuelos maternos y no tengo la menor idea de porqué mi madre, vino a parar a América.
Conocí en cambio a mi abuelo paterno. Era bastante viejo, murió siendo yo muy chico. Había venido de joven a América, siguiendo a Garibaldi.
Recuerdo que con mi padre hablaba una jerigonza, totalmente incomprensible tanto para mi madre, como para mí.
Vivíamos en una pequeña finca, cercana a Calingasta, éramos muy humildes. Yo era el menor de cinco hermanos.
Mi infancia fue de lo mejor. Si bien había épocas, en las que, las estrecheces económicas en que vivíamos, se hacían sentir, el entorno era tan hermoso que todo se hacía más llevadero. La cordillera al alcance de la mano, el río, las chacras, los campos cercanos, todo era para nosotros una aventura constante.

Estaba en quinto o sexto grado, cuando apareció de visita en mi casa, un señor que me cayó muy bien.
No supe cuál era el motivo de su visita, ni de dónde conocía a mi padre, pero era evidente que su relación amistosa, venía desde hacía ya bastante tiempo.
Era geólogo y estaba haciendo estudios en el yacimiento de cobre de El Panchón, en plena cordillera.
Por lo visto, yo también le caí bien. Decía tener un hijo de mi edad al que hacía tiempo no veía, vivía en Buenos Aires, junto a su madre.
Varias veces me invitó a recorrer los cerros cercanos o a visitar el yacimiento.
Si bien yo era medio chico y había cosas que no comprendía, las explicaciones que me daba y la forma de hacerme ver las cosas de la naturaleza, cambiaron mi vida. Pronto supe reconocer una cantidad de piedras y minerales.
Desde un principio tuve la certeza, que todos los conocimientos que adquirí en esa etapa de mi vida, me serian de utilidad en algún momento.
Lamentablemente, terminada la escuela primaria no pude seguir estudiando y entré a trabajar en un taller mecánico. Oficiaba como ayudante, aprendiz, peón, cadete ceba mate y que sé yo que más.
Pese a todo, leía cuanto libro caía en mis manos.
Pasaron los años y me fui a Buenos Aires, a tentar fortuna.
Me consideraba un buen mecánico, capaz de dar vuelta de arriba abajo tanto a un auto como a un camión o a un tractor.
Me alojé en la casa de unos parientes lejanos, que tenían allí, una especie de pensión y alquilaban habitaciones.
Por suerte, por recomendación de un amigo de la familia, conseguí trabajo en los talleres de una concesionaria de autos importados.
Al poco tiempo tenía novia. Todo iba viento en popa.
En esa época, pese a mi escasa edad, estaba apurado por casarme y formar una familia.
Sin embargo, mi novia, no tenía el mismo apuro. Decía que todavía era muy joven y quería gozar de su libertad un tiempo más.
Las cosas empezaron a andar mal entre nosotros y poco tiempo después me colgó la galleta. Según dijo, yo era un plomo.
Este asunto me dejó hecho bolsa pero, otra vez se cumplió el refrán popular. A la semana siguiente me gané el Prode.

El pozo era muy interesante. Me permitiría abrir mi propio taller.
No obstante, en cambio de hacerlo, pedí un mes de licencia y me dediqué a pasear.
Muchas veces había soñado con conocer la tierra de mis ancestros.
Por supuesto que lo tenía como a un sueño imposible. Ahora, de golpe, dejaba de serlo y no quería desperdiciar la oportunidad.
Además, hacer un viaje me vendría bien, ya que me permitiría tomar distancia de mi desilusión amorosa.
Por supuesto, ella había pretendido ante mi inesperada fortuna, recomponer nuestra relación. Le dije, con todo respeto, que se fuera a lavar las partes.
Por fin, una vez cobrado el premio y terminados trámites y papelerío, me embarqué rumbo a Italia.
Aproveché a pasar dos días conociendo Roma, antes de seguir viaje a Nápoles. La ciudad, bastante grande, todo muy lindo, pero, los lugares realmente interesantes, los más viejos, se veían, medio abandonados y ruinosos.
Nápoles en cambio me encantó. Pese al olor a meo de algunas esquinas, es una ciudad muy pintoresca y la gente bastante macanuda.
Lo primero que hice al llegar, fue buscar a unos parientes de mi madre que aun vivían allí.
Cuando conseguí ubicarlos, fui alegremente a visitarlos.
Me sorprendió la frialdad con que me recibieron. Contrariamente al resto de los napolitanos que suelen ser extrovertidos, estos eran secos, antipáticos y duros. En realidad, analizando sus escasas palabras, pude sacar en limpio, que lo que temían, era que ese americano caído de las nubes, viniera a reclamar alguna herencia.
Cuando lo comprendí, les aclaré que la herencia, se la podían meter en el culo y que se fueran a la mierda. Pese a que se los dije en castellano, por la cara que pusieron, creo que lo entendieron.
Seguí con mi viaje, esta vez a Sicilia.
Sabía que en Caltanisseta, vivían los parientes de mi abuelo pero, después de la experiencia con los napolitanos, preferí no conocerlos. No hubiera sido divertido encontrarme con una banda de mafiosos enojados.
La isla, pese a la mala prensa, es una maravilla, la recorrí de punta a punta y me gustó bastante.
Hice una excursión por las islitas cercanas y esto sí, me gustó tanto, que resolví recorrer integro el Tirreno.
Ischia, es tan linda, que me hubiera quedado a vivir allí. Lamentablemente, está llena de yanquis estúpidos, alemanes prepotentes y japoneses fotógrafos.
Preparan un limoncelo excelente, sin embargo, me gustaba más el que prepara una hermosa morocha de Hurlingam.
Cuando iba a conocer Cerdeña, al pequeño barco en que viajaba se le planto el motor y quedamos a la deriva. Estábamos muy cerca de un pequeño islote. El capitán nos explicó que no debíamos temer, que era un problema fácilmente solucionable. Bajaron una de las lanchas salvavidas, y con ella remolcaron la nave hasta ponerla al socaire de la isla y allí fondearon. Mientras trabajaban en el motor, nos contaron que la isla se llamaba San Pietro al Mare pero, se la conocía como Pietra al Mare. En realidad no era mucho más que eso, una piedra que sobresalía, apenas unos quince metros y aparentemente no alcanzaba a tener una superficie de más de una hectárea. Era totalmente árida, no se veía nada que no fueran piedras. Tenía un monótono color gris.
Sin embargo, del lado donde estábamos anclados, se veía una pequeña, pero bella playita. Como el día estaba realmente hermoso y nos aburríamos, algunos de los pasajeros, pedimos que con la lancha, que aún estaba en el agua, nos llevaran a la misma. Accedieron rápidamente, con tal de tenernos entretenidos y evitar así más protestas.
Mientras la mayoría, nadaban o tomaban sol en la playa, me dediqué a recorrer el promontorio.
Era notorio que era de origen volcánico, en gran parte estaba cubierto por un manto cárstico. Encontré dos tipos de basaltos y diferentes rocas ígneas. El agua y el viento lo habían desgastado bastante y lo surcaban profundas canaletas. Al fondo de una de esas canaletas, me llamo la atención una piedra distinta al resto. Pese al trabajo del tiempo, de la erosión, de la atrición y de todas esas cosas juntas, se notaba su origen sedimentario, algún tipo de mármol seguramente. Debía tener más o menos un metro por ochenta centímetros y un espesor de alrededor de quince centímetros.
Se hacía evidente, para el ojo avizor, que esa piedra, no había nacido allí.
Daba la impresión de ser una puerta.
No pude ver más, ya se oía la bocina del barco, llamando a embarcarse.
Una vez a bordo, no comenté con nadie el asunto, primero por que no creía, que a alguien, en el barco, le importaran las piedras y segundo por recordar aquel axioma, aprendido en la colimba, que dice “No avivés giles porque sí”.
Me quedé en Cerdeña. Algo me decía que debía investigar el asunto de la piedra.

Lento pero viene

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Lento viene el futuro
lento
pero viene
…………………..
…………………..
convaleciente y lento
remordido
soberbio
modestísimo
ese experto futuro que inventamos
nosotros
y el azar
cada vez mas nosotros
y menos el azar

Mario Benedetti
(fragmento)

1956 - Luisa, la cocinera

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Óleo sobre tela
0,50 x 0,70

1969 - Ultimando detalles

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Óleo sobre tela
0,60 x100

1996 - La mujer del futbolista tomaba sol en Cannes

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Acrílico sobre arpillera
0,80 x 1,00

Enrique de Lagardere

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Podríamos decir que él, la había heredado.
Realmente su hija, no era hija suya.
Irina, la madre de la niña, había llegado a Bs. As. junto a su padre y a su hermano, algunos años mayor que ella.
Tenía entonces doce años y miraba con sus grandes ojos, deslumbrada, este nuevo mundo,
Venían de un ignoto país, de esos que formaran parte, hasta no hacía mucho tiempo, de la U.R.S.S. Uno de los tantos, que gracias a la separación, los terremotos y las guerras intestinas, habían quedado en la ruina más absoluta.
A la distancia, las noticias recibidas de América, que contaban maravillas de estos países pletóricos de carne y leche, fueron suficiente motivación, para que su padre comenzara las averiguaciones y los trámites, para embarcarse rumbo a estos lares.
Por supuesto, cuando llegaron acá, además de no conocer a nadie, no hablaban una sola palabra de castellano.
Tuvieron la suerte de encontrarse con gente buena. Los conectaron con el cura de una parroquia, donde alguien hablaba en ruso y ya, en otra oportunidad, habían dado albergue a paisanos suyos.
Poco después, recomendado por el cura, el viejo entró a trabajar de sereno, en una fábrica en el barrio de Pompeya.
Al muchacho, que rondaba los veinte años, lo acomodaron en un lavadero de autos.
En cuanto a la niña, le presentaron a un señor, que se comprometía a entregarle un pequeño acordeón, darle unas clases, suficientes como para tocar una o dos melodías fáciles y con estos rudimentarios conocimientos, le ubicaría alguna esquina concurrida de la ciudad donde pudiera hacer lo suyo. Del dinero recaudado él, se quedaría con el cincuenta por ciento.
Pronto, entre los tres y ahorrando como sólo ellos sabían, pudieron alquilar una piecita con cocina y baño, no demasiado lejos de la estación de Ciudadela.
Al principio estuvieron un poco apretados, hasta que Serguei, que así se llamaba el joven, se mudo.
Una señora un tanto mayor, que por pura casualidad, pasó por el lavadero de autos, lo contrató como ayudante de cámara o algo así y se lo llevó a vivir a su casa en San Isidro.
Dicha circunstancia, no sólo mejoró la capacidad del alojamiento, sino que con el aporte en dinero que efectuaba, de vez en cuando Serguei, pudieron comer y vestirse un poco mejor.
Era notorio, lo mucho que la acaudalada señora, valoraba los servicios del fornido muchacho. El joven, era ahora un elegante dandy, que se paseaba ufano, en la regia voiturette de su patrona.
Irina, pronto convertida en una bellísima adolescente, dejó la música e ingresó como aprendiz de manicura en una peluquería de su barrio. Al poco tiempo, por recomendación de la protectora de su hermano, quien dejo claramente asentado no tener el menor interés en tener tratos de ningún tipo con la familia, comenzó a trabajar en un distinguido salón de belleza de la Avda. Santa Fe.
Así las cosas, todo hacía prever un agradable futuro. Sin embargo, un inesperado hecho, cambió la vida de la joven.
Una noche, un grupo fuertemente armado, irrumpió en la fábrica donde trabajaba su padre. No se supo muy bien si pretendió resistir al robo o simplemente no les gustó la forma en que hablaba, el asunto es que le pegaron un tiro en la cabeza.
Irina, se encontró desolada, sin saber a quien recurrir. Su hermano se encontraba en algún lugar de la Polinesia, paseando con su benefactora y no tenía forma de comunicarse con él.
Fue en la parroquia, donde estuvieran alojados, que recibió consuelo y ayuda para zanjar todos los trámites burocráticos para el velorio y posterior entierro de su padre.
En la fábrica, le dieron unos pesos, con los que pudo solventar los gastos que todo esto le ocasionó.
Sin el apoyo de su padre, ni el de su hermano, tuvo que afrontar su soledad y resolver por sí misma.

Descubierta por alguien, dejó su puesto de manicura, para convertirse en promotora de una firma de cosméticos, donde pronto, se convirtió en la cara del producto. Entró así al mundo de la publicidad.
Comenzó a recibir, de señores y señoras, toda clase de propuestas más o menos indecentes. Por supuesto, aceptó algunas y de a poco se encontró inmersa en un mundo nuevo e insospechado. Un nuevo entorno lleno de fiestas, reuniones divertidas y pretendidamente elegantes.
Sin embargo, ello no evitó que se sintiera cada vez más sola y triste. Comprendía que su vida no transcurría por buen camino y que pronto este constante jolgorio se acabaría.
Tenía entonces diecinueve años y un embarazo de un mes.
Fue entonces que conoció a Enrique.

Enrique, era peruano. De padre francés y madre mestiza, había heredado los rasgos del primero, motivo por el cual, las cholitas, en su país, se lo disputaban.
Su familia vivía en las afueras de Lima, en un barrio de clase media.
Si bien no nadaban en la abundancia, no tenían carencias.
Era el menor de cuatro hermanos, todos, al menos habían logrado una buena educación media.
Al cumplir los dieciocho años, resolvió viajar a Argentina, siguiendo los pasos de su hermano mayor, que lo había hecho un año antes.
Llegado a Buenos Aires, sufrió los primeros desencantos. El hermoso departamento, donde decía vivir su hermano, era en realidad una pieza en un destartalado edificio tomado, en San Telmo. El puesto de importante ejecutivo de una gran empresa, era el de encargado de un locutorio trucho.
No tuvo mas remedio que aceptar esta triste realidad y prometerle a su hermano no contar nada a sus padres.
Según éste, se trataba de una situación momentánea, que le permitiría ahorrar buenos pesos, para poder luego instalarse por su cuenta, con un negocio legal.
Dispuesto a conseguir un empleo digno, no aceptó la oferta de su hermano, que le ofrecía quedarse trabajando con él.
Rápidamente descubrió, que si bien no era discriminado por su aspecto, como ocurría con la mayoría de sus compatriotas, al decir que era peruano, ya lo miraban con desconfianza.
Le costó bastante, pero después de dar muchas vueltas y por pura casualidad, un día que lo habían llevado a conocer el puerto de San Isidro, consiguió quedar de peón en el varadero de un club náutico.
El sueldo era bajo, pero entre otras ventajas, le ofrecían un lugar donde vivir, más la posibilidad de hacer en sus ratos libres, trabajos de mantenimiento y pintura en las embarcaciones. Eso le reportaría unos pesos extras. El lugar le gustó, la idea de trabajar al aire libre, también, pero, sobre todo, lo decidieron las ganas que tenía de salir prontamente, del lugar de vivienda de su hermano, el cual le resultaba sumamente desagradable.

Hizo bien, pocos días después de su mudanza, la policía allanó la casa y el locutorio. Encontraron drogas, armas y objetos robados, y si bien al hermano, no pudieron implicarlo en nada de esto, por el locutorio y por las líneas telefónicas robadas, sí. Fue deportado poco tiempo después.
Durante un año y medio, Enrique, siguió con su trabajo en la rivera,
En este tiempo hizo algunos buenos amigos. Entre el lavado, pintado y pequeñas reparaciones en los barcos, sumado a lo que le pagaban los propietarios, por poner y sacar las lonas de los mismos, pudo redondear un buen sueldo.
En general era estimado y respetado por todos. No es de extrañar, entonces, que el dueño de un importante velero, le propusiera trabajar en su empresa.
Remiso al principio, no se decidía a dejar la vida al aire libre. No debemos olvidar que a esta altura ya debía padecer el mal del sauce. Sabido es que, el que se ha quedado dormido en horas de la siesta, a la sombra de este árbol, corre el riesgo de recibir en su cabeza una de sus lagrimas, con lo cual es probable que entre otras cosas, pierda toda afición al trabajo y trate de allí en más de pasar el resto de sus días panza arriba a orillas del río.
La proximidad de un nuevo invierno, con sus rigores y las condiciones realmente favorables, que le ofrecían, terminaron de convencerlo.
Con sus ahorros y algo que le adelantaron en su nuevo empleo, pudo alquilar un departamentito en Capital, bastante confortable. Al principio su mobiliario, constaba de un colchón en el piso, su bolsa de dormir y muy poca cosa más. Con el tiempo lo fue aperando.
Al principio, fue muy feliz con su nuevo estatus, sin embargo, en su nuevo hogar, la soledad se sentía mucho más fuerte que en el río.
No bastaban las niñas de sábado a la noche, que visitaban su departamento con bastante asiduidad o las esporádicas salidas con algún compañero. El resto de los días, lo encontraban muy solo. Comenzaba a extrañar a su familia y a su país.

Una tarde, esperando en una agencia de publicidad que le entregaran las fotos, para la nueva campaña grafica de su empresa, observó que unos grandes y tristes ojos lo miraban. Inmediatamente reconoció a la protagonista de la tal campaña. Deslumbrado por su belleza, con una excusa cualquiera, se acercó a hablarle.
Salieron de allí juntos y después de tomar un café, caminaron horas, charlando y contándose sus vidas.
A la tercera cita resolvieron irse a vivir juntos y tratar de sobrellevar así, sus respectivas soledades

Al enterarse del embarazo de Irina, Enrique, sorprendido en primer momento, se dijo que ella era un hermoso paquete, y que lo aceptaba completo. Por supuesto, ello tranquilizó a la madre en ciernes.
Vivieron así unos meses de verdadera felicidad y de intenso romance.
A ella el trabajo le había mermado mucho, pero la llamaron para hacer una serie de tiernas fotos, para una firma que justamente lanzaba su nueva línea de ropa futura mama y que le aseguro poder cubrir los gastos del parto y algo más. Pudo lucir orgullosa su creciente pancita.
Ya sobre la fecha, en la última ecografía, se vio a la criatura, colocada en una peligrosa posición, por lo que los médicos decidieron adelantar los tiempos y realizar una cesárea.
La operación, fue realizada sin ningún problema. La niña era realmente hermosa. Tenía un gran parecido con su madre y vaya a saber qué, del padre.
Los problemas comenzaron al tercer día. Aparentemente una infección hospitalaria, se convirtió rápidamente en una septicemia generalizada, llevando a Irina a la muerte.

Serguei, al enterarse del fallecimiento de su hermana, dijo sentirse muy apenado, pero, de la niña no quería saber nada. Su catolicismo militante, no le permitía hacerse cargo de la hija del pecado. Sugirió que Enrique, debería entregarla en adopción o que, en el peor de los casos, la vendiera.
Por supuesto, el joven pasó a ser el padre putativo de la criatura.
La bautizó Tatiana, en recuerdo a su abuela, tal como lo hubiese querido su madre.
Por fortuna para la niña, en la misma clínica, había estado internada una joven mujer peruana, que en el parto perdió a su hijo. La misma se ofreció gentilmente a ser el ama de leche, tal vez más interesada en serlo del padre, que de otra cosa. De este último aspecto de la cuestión, Enrique, o no se dio cuenta o se hizo bien el burro, pero arregló con ella, que no sólo amamantase a la beba, sino, que la cuidara en las horas que él debía trabajar.
Pasaron así años de arduos sacrificios. Eso de ser padre y madre a la vez, era más complicado de lo que él hubiera imaginado.
En alguna oportunidad pensó en regresar al Perú, a buscar la ayuda de sus padres. Dejó de lado la idea pues allá no podría conseguir un trabajo, ni un sueldo, similar al que tenía acá.
Se había convertido en la mano derecha del propietario de la empresa y era tratado por su empleador como un hijo.
Así pasó la época de cambiar pañales y preparar mamaderas y un día casi sin darse cuenta se encontró haciendo tareas escolares.
Tatiana, cada vez más hermosa, había dejado de ser una ocupación más. Era ahora su compinche. Con ella, la soledad había desaparecido, hacía ya tiempo.
Un día, descubrió con cierta preocupación, que la estaba mirando, no como a una niñita. Evidentemente ya no lo era.
No había cumplido él, para esa época, los cuarenta años. Algunas canas empezaban a anidar en su cabeza. Ella se divertía despeinándolo y diciéndole que estaba hecho un viejo, que pronto debería mandarlo a un geriátrico. Estaba por cumplir los dieciocho años.
Así las cosas, notó que las caricias y los besitos que ella le daba, tampoco eran del todo ingenuos.
Al fin, una noche que regresaron al departamento sumamente alegres, tras ver una divertida obra de teatro y haber cenado opíparamente, Tatiana, sin la menor explicación, se desnudo y se metió en la cama de Enrique. Si bien en principio, lo tomó por sorpresa, rápidamente acepto la situación. Al día siguiente dio parte de enfermo y nadie los vio salir de allí durante una semana.
Vivieron unos meses de juvenil y desenfrenado romance. Les costaba ocultar su felicidad y pronto empezaron las murmuraciones.
Aceptando el consejo de amigos y del dueño de la empresa, resolvieron mudarse.
Muy poco tiempo antes habían inaugurado una importante filial en Córdoba. Él se hizo cargo de la dirección de la misma y se instalaron en la provincia. Consiguieron una hermosa casa en las cercanías de Unquillo, pueblo que a más de lindo, quedaba cerca de la capital provincial, y al no conocerlos nadie, no debían dar explicaciones de ningún tipo.
Allá tuvieron a su primer hijo.
No sabemos cuantos más habrán tenido ya que prácticamente, ninguno de los que los conocíamos, tuvimos más noticias de ellos. Pese a esto, todos imaginamos que mal no la pasaron y que fueron felices. Tampoco supimos si comieron perdices, pero en cambio estamos seguros que tomaron mate con peperina.-



_____________________2005


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