A DESCACHARRAR A DESCACHARRAR QUE SE VIENEN LOS MOSQUITOS !

1953 - Jorge

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Óleo sobre hardboard
0,30 x 0,37
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1998 - Rubro 58

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Acrílico sobre compose de telas
0,80 x 100

1997 - La mujer del policia, se aburria cuando el mariso no estaba?

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Boceto

Acrílico sobre chapadur

0,30 x 0,40

Probablemente, Alberto Balaguer Mendoza, se hubiera preguntado:

"Si el chancho que desparramo la gripe era norteamericano ¿ Habra sido un chancho republicano o una chancha demócrata?

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Un fin de semana en el Delta

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Caminaba por la calle Corriente, como siempre, ensimismado y pensativo, cuando de pronto, una fuerte palmada en la espalda, me trajo a la realidad. Era Ricardo, un amigo de la infancia, hacía añares que no nos veíamos,
_ ¡Que hacé, zombi! ¡Siempre en la nuve vo!
Pese a tener un poco más de panza no había cambiado nada, igual que antes, seguía bromista, medio pesado y bastante pasado de revoluciones.
Nos fuimos a tomar un café. Con su verborrea habitual me contó, en diez minutos toda su vida y la de algunos viejos amigos más.
Estaba feliz de encontrarme porque justo la semana venidera, pensaba festejar su cumpleaños. Había organizado, junto con otros dos de la antigua barra, una festichola.
De entrada el asunto no me gustó nada. El programa era pasar sábado y domingo en una casa de su propiedad en el Delta, por supuesto incluía asado corrido y alguna sorpresita como para pasarla bomba. Intente alguna excusa, pero no hubo caso.
Me corrió por el lado de la nostalgia y de la alegría que le causaría a los otros el verme aparecer. Además podríamos darnos el gusto de pescar unas buenas tarariras, y hasta por ahí, algún lindo doradito. Al cuete explicarle que a mí la pesca, me parecía la cosa mas aburrida del mundo y el pescado de río me parecía un espanto.
No tuve más remedio que aceptar.

Ocho y veinte de la mañana, nos encontramos en la estación de tigre.
Saludos, abrazos y José mientras, intenta estacionar su coche, resultado final, cuando llegamos al muelle vimos como se alejaba la lancha. La siguiente salía recién a las catorce y treinta. Tomarla significaba perder prácticamente el día, el viaje era, más o menos de dos horas y media,
Quedaban dos opciones, volvernos a casa o tomar otra lancha, que salía a las nueve pero, dejaba en un arroyo del otro lado de la isla.
Según Ricardo, la caminata no era muy larga y además existía la posibilidad de encontrar a un vecino amigo, que nos alcanzaría en su lancha.
Pese a mi opinión en contrario, optaron por tomar la lancha colectiva.

Dos horas veinticinco minutos después, desembarcábamos en el muelle de una bonita casa.
En el mismo, un cartel rezaba: “Prohibido desembarcar propiedad privada”.
Salió a recibirnos un señor con cara de pocos amigos. ¡¿Ustedes no saben leer?! Fue lo primero que dijo.
Pese a las explicaciones de Ricardo diciéndole que íbamos a la casa vecina, que el lanchero nos había informado que tenía el muelle roto, no cambio su cara de culo.
Cuando nos alejábamos lo oíamos murmurar que a él eso le importaba tres carajos, que si al estúpido ese, los lancheros brutos le habían roto el muelle, que se joda y un montón de cosas más, que ya no llegamos a entender.
Caminamos unos doscientos metros, por una vereda muy bien afirmada, bordeada por setos de ligustrina y matas de hermosas hortensias, hasta llegar a la casa del señor, que supuestamente debía llevarnos en su lancha. Estaba todo cerrado y la altura del pasto, indicaba que nadie había estado por allí, en un largo tiempo. Era de imaginar, de acuerdo a como empezaba todo en este fin de semana.

Cargando bolsos, bolsitos, bolsas y bolsitas, desandamos el camino, tratando de pasar frente a la casa del tipo desagradable, lo más rápido posible. Por la misma veredita avanzamos unas siete u ocho cuadras, hasta llegar a un lindo puente que cruzaba un zanjón que venía del interior de la isla. No pasamos por el mismo, nos internamos en cambio, caminando sobre la defensa que bordeaba dicho zanjón.
Esta defensa, que evitaba en parte que el agua cubriera todo, estaba hecha con la misma tierra del dragado. En su parte superior, que era por donde caminábamos, medía unos sesenta centímetros de ancho, pero a medida que avanzábamos, la falta de mantenimiento, la reducían a menos de treinta centímetros. La humedad habitual de estos lugares, sumada a la lluvia que no había parado durante la semana anterior, la convertían en una pista de patinaje, donde se hacía casi imposible mantener el equilibrio. La humedad, el calor sofocante y los mosquitos, sumados al barro y a los resbalones, convertían a nuestra marcha, en lenta y penosa. Si bien los otros, parecían mas acostumbrados que yo a estos avatares, el humor había decaído y más que risas, se escuchaban puteadas.
Casi una hora después, cuando ya creía desfallecer, vi a la distancia, sobre nuestra ruta, una modesta vivienda. Se levantaba a orillas del zanjón, que a esta altura, no era mucho mas que una zanja maloliente.
Incluso se alcanzaba a distinguir una pequeña construcción sobre la misma zanja. Sufrí una gran desilusión al enterarme que ese no era el fin del recorrido. Llegando casi a la casita, en realidad un ranchito, dimos con los restos de lo que fuera un puente. Por él debíamos haber cruzado. Unos metros más adelante, un par de tronquitos, habían sido colocados, en su reemplazo.
Creo que si no hubiera sido por el fastidio de reandar lo hecho hasta allí, habría dado vuelta sin más,
Alentado, al ver cruzar a mis compañeros sin mayores problemas, lo intenté resueltamente.
También, resueltamente, patiné, y fui a dar al fondo del zanjón. En él quedaron rotas dos botellas de vino, mi orgullo y gran parte de mi dignidad. Por el olor, comprendí que funciones cumplía la pequeña construcción, vista anteriormente.
Entre las risas, de mis amigos y las de los isleros, que habían salido al escuchar voces, conseguí salir de tan embarazosa situación.
Estaba cubierto de pies a cabeza de una mezcla de barro y mierda, que hizo que todos se apartaran de mí, como si tuviera la peste.
Continuamos internándonos en la isla, ya no teníamos como camino a la defensa, ahora avanzábamos por una estrecha y barrosa picada. En realidad, apenas una huella, que pronto se fue perdiendo. De ahí en más, seguimos adelante, con el barro o el agua a la altura de las rodillas, entre espadañas y plantas pinchudas. Todo sazonado con todas las especies de zancudos conocidas y algunas más.
Luego de más o menos media hora de este suplicio, fuimos a dar a una forestación que recientemente había sido talada. Los troncos ya se los habían llevado, pero las ramas no. Todo el terreno estaba cubierto por ellas, lo que hizo peor aún nuestro avance. Por suerte, encontramos las vías de decauville por las que habían sacado la madera, aún sin levantar. Estas nos permitieron, salir en poco tiempo más, a la costa del arroyo. Por él, apareció un islero, navegando en un pontón. Respondió a nuestro llamado y por unos pesos, nos llevó sin inconvenientes a nuestro destino, del que estábamos ya bastante cerca.

El muelle donde desembarcamos, no ofrecía mucha seguridad. En realidad, era un antiguo y deteriorado muelle, que había sido reparado con palos de sauce.
La casa, era una especie de prefabricada, que parecía hacer equilibrios, en la punta de unos palos raquíticos. A un costado, una construcción, parecida a un rancho de adobes, ya casi tapera, completaba el lamentable aspecto edilicio de la propiedad.
Lo que debía haber sido el jardín, era un terreno descuidado, que daba la impresión de nunca haber sido desmalezado.

Mientras mis amigos abrían la casa para ventilarla y trataban de buscar algo de leña seca, yo lo único que quería, era sacarme la ropa maloliente y lavarme.
Armado de un balde, me fui directamente al muelle. En él, aprovechando que un tropezón me había mandado al agua de cabeza, me bañé prolijamente y lavé toda mi ropa. Todo quedó de un leve tinte amarronado, pero al menos no olía a mierda.

Almorzamos unos salamines, queso y algunas aceitunas, o sea lo que debió haber sido una picada. El asado se pospuso para la noche.
La lluvia caída durante toda la semana, sumada a que el agua había estado arriba, hizo que no se pudiera encontrar un solo palo seco en toda isla. El bolsón de carbón, que cargamos gran parte del camino, había quedado abandonado, porque total para que cargarlo cuando en casa podemos usar leña.
Después de tan opíparo almuerzo, busqué un lugar donde poder dormirme una siesta. Encontrada que hube una reposera, coloquéla bajo umbrío árbol. Experimentaba las bonazas del primer adormecimiento, cuando el ruido del motor de una lancha que atracaba en el muelle, me despabiló. Era una taxi, que nos traía a las sorpresitas.

Las sorpresitas eran dos pibas. Una tendría con suerte, dieciocho años, la mayor, alrededor de los veinticinco. Tenían más cara de miseria, hambre y miedo, que de putas. Sonreían tontamente, tratando de agradar. Lo del hambre, lo demostraron comiéndose hasta la última miguita de lo que había sobrado de nuestro almuerzo.
Mis amigos, mientras tanto ponían cara de galanes y se hacían los seductores, a la vez que decían los chistes de peor mal gusto que he escuchado.
Sentí verdadera vergüenza ajena.
Y no es que tuviera nada contra las putas, todo lo contrario, las respeto, creo que son necesarias y que brindan un importante servicio. No creo que ninguna se dedique a este desagradable oficio por gusto. No obstante, una cosa es una profesional, que sabe porqué, cómo y cuándo, y otra muy distinta, estas pobres pibas miserables.

Así entre bromas estúpidas y manoseos, subieron a la casa. Me excuse de acompañarlos diciendo que algo de lo comido, me había caído muy mal y que tenía una diarrea tremenda, en cuanto pudiera subiría.
Esto dio lugar a grandes risotadas y tuvieron un buen motivo para decir todo tipo de pavadas.
Busqué nuevamente, la comodidad de la reposera, e intenté descansar un rato. Cada tanto, me llegaban desde la casa las risotadas. Al rato, se asomó uno que me gritó que me apurara, que me estaba perdiendo lo mejor. Realmente no sé a que se referiría, pero conteste que enseguida iba. Tres cuartos de hora después, lo sentí gritarme nuevamente ¡Dale boludo que si las locas pierden la lancha de vuelta, las tenemos que aguantar toda la noche!
Esta vez preferí no contestar, y trate de mantener la calma.

Por fin, llegó la hora de la lancha y las pibas se fueron. Note que mientras se embarcaban, me miraban con cierta extrañeza.
Mis amigos, con caras satisfechas, no terminaban de contarse y contarme, las grandes aventuras amatorias de ese día. Por supuesto, omitiré los detalles, me resultaría vergonzoso tener que repetir tanta gansada desagradable.
Algo me quedó claro, estos eran realmente, unos verdaderos gansos.
Debería haber tomado yo también esa lancha, pero mi ropa estaba totalmente empapada, tendría que aguantarlos hasta el día siguiente.
Lo que no me quedó tan claro y en cambio quedo dando vueltas en mi cabeza, fue una sospecha. Era algo que subyacía en el fondo de estas historias. ¿No sería que toda esta promiscuidad, no fuera otra cosa que una excusa para toquetearse entre ellos, aprovechando la oscuridad?

Por suerte pasó la lancha almacén, que venía muy atrasada. Pudimos comprar carbón. Esa noche por fin, comimos un buen asado.
Me dediqué a comer a dos carrillos y a tomar vino, después de todo era lo mejor que había ocurrido, en este desagradable día.
Me trataron de intelectual paspado, tirifilo y cagón de mierda. No les di ni pelota, hubiera terminado a las trompadas.

Nos fuimos a dormir temprano, estábamos cansadísimos.
La noche no quiso ser menos que el día.
La cama que me tocó en suerte, tenía el elástico de malla metálica, totalmente vencido y uno quedaba hundido en un pozo.
El colchón era una maza húmeda, con un olor insoportable a moho.
Los mosquitos, de tamaño gigante, se dedicaron a dejarme sin gota de sangre. Las cucarachas, que infectaban la casa, se pasearon alegremente por mis brazos y cara. Pude comprobar, que el contacto de sus patas pinchudas, es una de las sensaciones más desagradables y duraderas. Otra espantosa sensación que descubrí esa noche, fue el sentir a un mosquito revolotear enredado en los pelos de mi nariz..

Sería las tres de la mañana, cuando tuve que levantarme para hacer pis. Me llamó la atención, al asomarme a la puerta, el brillo de la luna en el agua. Pronto descubrí, que estábamos totalmente rodeados. La casa parecía un barco en alta mar.
En ese mar, boyaban las sillas, la mesa y cuanta cosa habíamos usado y dejado abajo. Por supuesto, gran parte de la ropa que había dejado secándose, también navegaba lentamente.
A los gritos, los obligué a despertarse. Me costó bastante hacerles entender lo que pasaba, mientras aguantaba sus puteadas
No tuvimos más remedio, hubo que meterse, con el agua a la cintura, y a la luz de una linterna, juntar todo lo que flotaba, antes que la corriente se lo llevara.
Cuando terminamos la interesante tarea, descubrimos que a Jorge, le habían aparecido unas feas manchas rojas en las piernas. Probablemente se debieran a algún tipo de alergia, el asunto era que le picaban bastante. Como no había en la casa nada mejor, se me ocurrió hacerle una friega con ginebra. Fue una pena desperdiciarla así, pero le hizo bien, a la mañana las manchas prácticamente habían desaparecido.
Terminamos lo que quedaba de la noche, muertos de frío, envueltos en mantas y tratando de calentar agua para hacer café, en un viejo, mal oliente y humeante, Bran Metal.
Amaneció a las seis y media, una densa bruma cubría todo y la temperatura había bajado notoriamente. Por suerte el agua, también había bajado un poco. A las ocho, esta vez con el agua a la rodilla, salimos a ver que más podíamos rescatar. Salvamos algunas cosas que habían quedado varadas en un parte mas alta del terreno y otras hundidas, con las que por casualidad tropezamos.

Por fin a las dos de la tarde, apareció la lancha que nos llevaría de regreso. Habíamos estado parados media hora en el muelle, con el agua a media pierna. Estábamos muertos de frió y de hambre. Al carbón se lo había llevado el río y lo poco que teníamos comible, sin necesidad de ser cocinado, se había acabado temprano a la mañana.
Yo tenía mi ropa empapada, me sentía afiebrado, me dolía todo y estaba furioso.
Llegamos a Tigre, nos despedimos rápidamente, con frío y fríamente.
Nos prometimos llamarnos.

Pasé una semana en cama, con fiebre, anginas, engripado, enculado y qué se yo con cuántas porquerías más.
Al Delta no he vuelto, creo que deberá pasar mucho tiempo antes que lo haga.
De mis amigos no he tenido más noticias, espero no volver a tenerlas.

_________________2006.

1968 - 21 de septiembre - 2

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Óleo sobre tela
0,40 x 0,80
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1985 - El petiso tomaba mate todo el día

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Boceto

Óleo sobre tela
0,30 x 0,50
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1992 - El estafador y la princesa

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Acrílico sobre composé de telas
100 x 130
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Funes el memorioso

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De pequeño viví durante algún tiempo en un diminuto pueblo, en el interior de la
Provincia de Buenos Aires. El pueblo se llamaba Juan N. Fernández.
Me imagino que seguirá existiendo.
En el cursé los primero grados de escuela.
En realidad, mis recuerdos de esa época son escasos. Probablemente, el pueblo en si, no debía tener nada interesante. Calles de tierra, los cordones de las veredas muy altos, una plaza con árboles raquíticos, una iglesia insignificante, los grandes baldosones colorados del piso de la escuela, un Ford T, pintado de marrón claro y la cantidad de extraños objetos que se apilaban en el almacén de ramos generales.
Tal vez, haciendo mucha memoria aparecería algo mas, pero no creo que mucho.
En cualquier sentido que uno caminara, a las pocas cuadras, la vista se perdía en los inmensos campos que nos rodeaban.
En cambio, si recuerdo a algunos de mis compañeros de colegio. En especial a uno. Se llamaba Funes, creo que Ricardo de nombre, pero no estoy muy seguro, generalmente, nos llamábamos por el apellido, acostumbrados a escucharlos todos los días en la lista que cada mañana, pasaba la maestra.
En verdad, me acuerdo ahora de él, debido a un hecho fortuito que hace que regrese en estos momentos del pasado. Me doy cuenta que lo tenía totalmente borrado de mi memoria.
Sigamos hablando de Funes.
Vagamente, recuerdo su aspecto físico. De escasa estatura, más bien flaco, con cabellos ensortijados y piel color cetrino, no se diferenciaba en nada de otros muchos chicos. Haciendo memoria, lo más recordable de él, es justamente, su memoria. Era capaz de recordar todo. Lo que oía, lo que veía, lo que pasaba a su alrededor, las formas, los movimientos, los cambios climáticos, que se producían en cada instante y las sensaciones, que todas estas cosas juntas le causaban mientras las registraba. Para peor, si se veía obligado a referir cualquier hecho o circunstancia, se le sumaban, a aquel recuerdo, todo lo acaecido durante el relato.
Pronto dejo la escuela. Aprendía todo a una velocidad pasmosa pero, por supuesto, de memoria, se le hacía muy difícil razonar.
Supimos, que pasaba gran parte de su tiempo tratando de olvidar algo, por insignificante que esto fuera. Lo malo, era que a más de no conseguirlo, lo único que lograba era recordar todos los esfuerzos realizados para olvidar. Faltando poco para final de ese año, a mi padre lo trasladaron en su trabajo. Nos mudamos a Mar del Plata.
El cambio de paisaje, me resultó impactante. El descubrimiento del mar, la vida en una gran ciudad, la nueva escuela, todo hizo que prontamente, fuera olvidando mi vida anterior y sus circunstancias.

Pasaron los años.
Escapando al insoportable verano porteño, no hace mucho de esto, me hice una escapada a esquiar a Chamonix. Conocía prácticamente todas las pistas europeas, sin embargo no sé porqué, estas tenían para mí un encanto especial.
Antes de mi regreso a la Argentina, decidí hacer una corta visita a Martincito, un querido primo, que a la sazón, vivía en Roma.
Me recibió con gran alegría, ya que hacia mas de un año que no nos veíamos. Lamentablemente al día siguiente, contra su voluntad, no tuvo más remedio que dejarme solo ya que debía atender importantes asuntos en su estudio de arquitecto. Para no aburrirme, dado que el día frío y desapacible no invitaba a ninguna actividad en exteriores, me metí en un cinematógrafo cercano. La película que proyectaban era francamente mala.
A la mitad de la misma me levanté y salí de la sala. Afuera llovía. Por suerte descubrí en las proximidades una vieja librería, que a más de refugio, me dio la oportunidad de realizar una de mis actividades favoritas, revisar libros. Por pura casualidad, encontré un pequeño libro, escrito por ese extraordinario actor, que fuera Vittorio Gassman. Se llamaba Vocalizzi y era una edición de Longanesi de Milán. No quiero aburrirlos, contándoles mi gran admiración por este talentoso actor, al que había tenido el gusto de ver en memorables actuaciones en el Piccolo Teatro, hasta las últimas en Buenos Aires, donde lamentablemente, el hijo no estuvo a la altura del padre. En cine, creo haber visto prácticamente todas sus películas y de su obra literaria, había leído “Un grande avenire dietro le spalle”, su tierna y cínica autobiografía.
De regreso en la casa me dediqué a leerlo con fruición. Se trataba de un tomo de no más de ciento cincuenta páginas. A una breve pero encantadora introducción, seguían poesías del autor y luego de estas una segunda parte compuesta de traducciones al italiano más o menos libres, de poemas de diferentes autores. Entre estos últimos encontré, no sin sorpresa, una de Jorge Luis Borges. Me encantó. Decididamente me predispuso a retomar, en la primera oportunidad, la fenomenal obra de este autor.
Caminando por Buenos Aires una agradable tarde de otoño, buscando algo para leer, en una librería de usados, di con un libro de Borges. Se trataba de un tomo de una Antología personal, que había editado el diario Clarín. Al revisar su índice, descubrí con alegría, que dos o tres trabajos que en el se publicaban, no los había leído. Uno en especial, me resultó muy notable y me dejo lleno de dudas, se llamaba “Funes el memorioso “. Me parecía imposible que el autor hubiera conocido a mi antiguo compañerito de colegio.
Ya en casa leyéndolo detenidamente, encontré una serie de similitudes y grandes diferencias, entre mis recuerdos y el relato.
Primera coincidencia, y no menor, las características del personaje y su apellido. No así sus nombres. El que yo conocí, según creo recordar, se llamaba Ricardo, mientras que el nombre del otro, era Ireneo. Este murió en 1889, y el otro fue mi compañero en 1940. En el mejor de los casos, podría llegar a ser un nieto o bisnieto del primero, pero Ireneo era oriundo del Uruguay y me es absolutamente imposible llegar a saber hoy, si algún Funes, se hubiera trasladado a la provincia de Buenos Aires.
Otra sugerente, aunque no demasiado importante, coincidencia, es que Borges conoció al tal Funes, durante una visita a la estancia de los Haedo en Fray Bentos. Yo vivo en la localidad de Haedo, partido de Morón y la ciudad uruguaya, en la actualidad es portada de todos los diarios por el conflicto con las papeleras.
Por desgracia, no logro similitud, entre la calidad de lo escrito, por el ya fallecido autor, y lo mío.
Mi gran duda hoy, es que al no poder comprobar parentesco, lo que explicaría una posible herencia de las cualidades recordatorias, es saber si estas cualidades no son inherentes al apellido. Deberé investigar mas este tema.

____________________2007