29 de enero de 2010
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HOY CUMPLO MIS PRIMEROS SETENTAYSIETE AÑOS

1952 – Alejandra

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Óleo sobre carton tela

0,30 x 0,40

ODA A LA PACIFICACIÓN

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No se hasta donde irán los pacificadores con su ruido metálico de paz
pero hay ciertos corredores de seguros que ya colocan pólizas
contra la pacificación
y hay quienes reclaman la pena del garrote para los que no quieran ser pacificados.

cuando los pacificadores apuntan por supuesto tiran a pacificar y a veces hasta pacifican a dos pájaros de un tiro.

es claro que siempre hay algún necio que se niega
a ser pacificado por la espalda
o algún estúpido que resiste la pacificación a fuego lento

en realidad somos un país tan peculiar
que quien pacifique a los pacificadores un buen pacificador será.


Mario Benedetti

El paylebot

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Le encantaba pasearse por el puerto.
Los barcos fondeados en la rada o los amarrados a sus muelles, lo hacían soñar con viajes a ignotos países. Estos países en general, tenían palmeras, aguas cálidas y extensas playas, por donde paseaban gran número de hermosas y casi desnudas mujeres, que le sonreían incitantes.

Le llamó la atención un lindísimo paylebot, que se hallaba fondeado a cierta distancia de la costa. Tenía dos altos palos con masteleros y enormes velas cangrejas Una carreta de altas ruedas, llevaba a un grupo de pasajeros para embarcase. Se veía que estaba listo para partir. Seguramente debía ir al puerto de Conchillas, de donde traería arena. Era el Gloria, tiempo después se enteraría que había sido vendido y sus nuevos dueños le cambiarían el nombre por el de Roca XVII.
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Era intenso en esos tiempos, el transito de chatas y barcos de todo tipo, entre la costa uruguaya y Buenos Aires. La mayoría transportaba arena y piedra desde Conchillas o desde las canteras del Rosario, para la construcción del puerto de esta margen del Río de la Plata. Además el vapor de la carrera, salía del puerto de Bs.As. con rumbo a Colonia, Conchillas y Soriano, este último sitio era el elegido por muchas familias acaudaladas porteñas, para pasar vacaciones. De allá se hacían traer barriles con agua. Se creía que estas aguas tenían cualidades curativas para males varios.
Pese a que la construcción recién se iniciaba, ya se veían amarrados a sus muelles, a un carguero de la Delta Lines, a un enorme trasatlántico de la línea “C” y enfrente a un tremendo porta contenedores, recién llegado de Hamburgo. Mas allá, acababa de partir el catamarán a Punta del Este, casi al mismo tiempo que Buquebus, anunciaba su salida, con rumbo a Colonia.
Ahora, atrajeron su atención, unas chatas, de las que descargaban caolín. Recién llegaban de Holanda. Allá habían construido los cascos a pedido de una empresa argentina. No contaban con motor, ni obra muerta, se tenían que terminar acá. Para poderlas traer, les habían colocado palos, caolín como lastre y a vela, sin ningún instrumento
familias completas, habían navegado hasta aquí.

Amaba ese ancho y marrón río. No alcanzaba a comprender, cuál podía ser el interés de achicarlo. Los rellenos que se estaban haciendo para construir la costanera norte, le resultaban absurdos.
Habían destruido, prácticamente, la hermosa costanera sur, permitiendo rellenos para hacer la ciudad deportiva de Boca, con esa espantosa confitería y en cambio habían cerrado la Munich, que era hermosa.

Se fue caminando despacito para el bajo. Le gustaba recorrer los barcitos y piringundines que por esos lados había.
Lo atraían esos lugares siempre llenos de marineros y putas. Allí escuchaba hablar en los más exóticos e incomprensibles idiomas, que hacían volar su imaginación mas allá del mar.
Hacía ya un tiempo, en uno de ellos, se había puesto a charlar con un viejo marino, que decía haber quedado varado en Bs.As.
Cada tanto se lo encontraba y tras pagarle algunas copas, lo escuchaba, embobado contar sus aventuras en los siete mares. Algunas veces, le resultaban sospechosamente similares a algunos cuentos de Conrad, rondaban por allí Lord Jim, Tifón y hasta creyó reconocer al Gordon Pinn, de Poe.
No obstante haberse convencido de los macaneos del viejo, le encantaba escuchar sus relatos, los decía con mucha gracia y sentido del humor.
A veces se le iba la mano, un día contó pormenorizadamente, unas operaciones y amputaciones, realizadas en alta mar, que era evidente que habían salido del libro de Oexmelin.

Sin darse cuenta, él, había ido copiando la forma de moverse, los gestos y expresiones y hasta la forma de vestirse de muchos de estos lobos de mar. Le resultaba divertido y muy agradable cundo alguna de las, llamémoslas, señoritas trabajadoras, lo trataban como si fuera él, tripulante de alguno de esos grandes navíos llegados de ultramar. Generalmente, cuando se le acercaban con caras mimosas y voces melifluas, solía contestarles en un inglés champurreado, excusándose por tener que embarcarse en poco rato más. Ellas estaban siempre dispuestas a creerse cualquier cosa, siempre que pensaran, que en los bolsillos había dólares. Ante cualquier sospecha de que no era ese el caso, perdían todo interés y dirigían su atención a otro parroquiano.

Una noche, en que las copas habían sido más que las de costumbre, notó que del bolsillo del raído gabán del viejo, se asomaban unos libros.
A esta altura los dos estaban bastante borrachos. Viendo que el otro,
ya no sabía muy bien lo que decía, ni dónde estaba, se los sacó, lo más suavemente que le fue posible. Eran dos pequeños y ajados tomos. Uno era el "Billy Budd, Marinero", de Melville y el otro, "El bote abierto", de Stephen Crane.
Pese a su estado, el viejo se dio cuenta de lo que ocurría y a los manotazos, trato de recuperar lo que le pertenecía.
Él, que de haber estado fresco no lo hubiera hecho, se le rió en la cara y lo trató de macaneador mentiroso que contaba historias ajenas, para que algún estúpido, le pagara unos tragos.
Ante estas serias acusaciones, el pobre hombre, se quedó unos segundos como confundido, para prorrumpir luego en un patético llanto. Luego de esto y tras recomponerse lo mejor posible, confesó que todo lo que le decía era cierto, pero que si se lo permitía y tenía ganas de escucharla, le contaría su verdadera y triste historia.

Había nacido en la ciudad de Córdoba, donde pasó parte de su infancia. Aún recordaba un paseo que había hecho con sus padres, cuando tenía seis años. Fue cuando conoció el lago de Carlos Paz. No podía imaginar que existiera en todo el mundo, un lugar con tanta agua. Al cumplir los diez años, se mudaron a Buenos Aires. Con admiración conoció el Río de la Plata. Esa enorme superficie de agua surcada por infinitos veleros y grandes barcos.
Ya para entonces navegaba, gracias a Salgari, junto al Corsario Negro y a Sandokan. Poco tiempo después haría Veinte mil leguas con Verne.
Pero lo que realmente lo marcaría para toda su vida, fue cuando a los quince años, veranearon en Mar del Plata. El espectáculo de ese maravilloso mar, visto por primera, y aunque él no lo supiera, última vez, lo dejaron anonadado. Allí, resolvió solemnemente, dedicar su vida a navegar los siete mares.
De regreso en Bs.As., se le presento por fin la oportunidad de embarcase. Fue un día que cruzó el Riachuelo en bote. Llegó a la otra orilla, sintiéndose bastante descompuesto. Lo achacó al espantoso olor que salía de esa agua negra y podrida.
La segunda oportunidad la tuvo, cuando sus padres, resolvieron hacer un paseo por el Delta. La posibilidad de poder tomar una lancha colectiva lo llenaba de alegría. Cuando llegaron al embarcadero de Tigre, la visión de tantas lanchas que iban y venían, le produjo una sensación de tremenda excitación y no veía el momento de estar en una de ellas. Lamentablemente, una vez embarcados, no pudieron hacer mucho camino. Apenas salidos del puerto, cuando recién encaraban el Lujan rumbo al Carapachay, el timonel, pegó la vuelta y los desembarcó en la primer escalera del muelle. Él ya había vomitado encima de todos los pasajeros y tripulantes.
Pasó una semana tremenda, bastaba con recordar los movimientos de la lancha, para que no pudiera retener alimento alguno en el estomago.
La siguiente vez que pisó la cubierta de una embarcación, fue durante una visita que junto a sus compañeros de colegio, realizó a la fragata Sarmiento. Lo tuvieron que bajar entre dos marineros, mientras, el resto de los visitantes, seguía patinándose a bordo.
Pese a todas estas experiencias negativas, leía cuanto libro tuviera algo que ver con aventuras marineras. A bordo del Pequod, persiguió a la gran ballena blanca, sintió sobre cubierta el rítmico golpeteo de la muleta de John Silver, sobrevivió a innumeras batallas en las que generalmente estaba del lado de los piratas, fue perseguido por los fantasmas de Hope Hodgson y hasta estuvo en la Antártica con Sobral.
Por más que le contaran que el almirante Nelson, había dirigido la mayoría de sus batallas, desde su cucheta, vomitando y enfermo, no podía evitar la profunda depresión que sentía, al ver como morían sus sueños. Poco a poco se fue apartando de la gente, dejó sus estudios y lo único que hacía era recorrer bibliotecas en busca de nuevos libros. Así fue cayendo hasta terminar en lo que era hoy, un pobre infeliz que vivía una mentira, que al menos le permitía tomar algunas copas gratis.

Después de esta tragicómica confesión, el hombre, entrecerró los ojos y quedo inmóvil ajeno a todo lo que lo rodeaba.
Él sin decir una palabra, se levantó, pagó los tragos y salió lentamente.
Se había dado cuenta que lo escuchado, lo afectaba más de lo que podía esperase. De golpe comprendió el porqué. Veía con claridad reflejado su futuro, después de todo, había leído prácticamente los mismos libros, había imaginado infinidad de aventuras, se vestía como marinero y jamás se había decidido a subirse a un barco.
A la mañana siguiente la resolución ya estaba tomada. Presentó la renuncia a su empleo en el banco, produciendo un gran desconcierto entre familiares y amigos, que no podían entender su repentina decisión. A todas las preguntas respondía lo mismo, estaba resuelto a cambiar totalmente de vida, pero no estaba dispuesto a aclarar más nada.
Terminó de arreglar asuntos pendientes y un día, viendo al paylebot, María Luisa amarrado en el puerto, se presentó a su capitán. Le solicitó un puesto como tripulante, ofreciéndose en cambio a trabajar sin cobrar sueldo, durante dos viajes. Luego de los mismos, si ambos quedaban conformes y sobre todo, si él demostraba ser apto para el oficio de marinero, hablarían sobre su contratación definitiva.
El capitán, que acababa de desembarcar a un tripulante por enfermedad, aceptó la oferta encantado.
Así se convirtió por fin en marinero.

Bastaron unos pocos viajes para aprender muchas cosas. La primera de todas, fue que la vida a bordo, no tenía nada de romántica y que se trabajaba más de lo que hubiera pensado. El primer pampero que los tomó en medio del río, no sería un tifón, pero no le gustó nada. Menos aún, el agotador trabajo con los remos, para sacar al barco, de la varadura. Los canales eran bastante angostos y cambiantes.
Los puertos donde atracaban, eran bastante aburridos. Las mujeres escasas.
De todas formas estaba conforme, ya tenía libreta de embarque y podía intentar nuevos rumbos. Además el hecho de no haber sufrido ninguno de los males, de los que aquejaban al pobre viejo, lo llenaba de alegría.
No le fue tan fácil esta vez conseguir un nuevo trabajo, la oferta era mucha y la demanda poca, además su escasa trayectoria, lo relegaba en la lista de posibles embarques. Consiguió por fin, un puesto de ayudante de cocina o algo así, en el Cruz del Sur. Este era un gran barco factoría, que acababa de botar Perón. Seguramente su destino no sería los mares tropicales, que ansiaba conocer, pero por lo menos sería una nueva experiencia. Esta experiencia, en definitiva, le resultó menos agradable que la anterior, ya que no supo muy bien por qué, ni cómo, terminó, de cocinero, durante dos temporadas, en un establecimiento de balleneros en Grytviken, en las Georgias del Sur.
A su regreso a Buenos Aires, tenía varias cosas en claro.
La primera era que no quería oler grasa de ballena, ni comer carne de ballena por el resto de sus días. La segunda era que había comido suficiente pescado, como para los próximos cincuenta y cuatro años. Y por último, lo más importante, que estaba podrido de humedad, de agua y de jugar a ser marinerito. No quería que le hablaran más de inmensos mares ni de pequeños ríos. Lo único que realmente ansiaba, en ese momento, era pasar un montón de días, en la cama con una señorita bien oliente.
Una vez satisfecho este deseo, y viendo que sus fondos bajaban con demasiada rapidez, comprendió que debía buscar un nuevo trabajo.
Pronto se dio cuenta que no estaba dispuesto a volver a ser bancario, ni a estar encerrado en una oficina. Pese a lo malo de la experiencia anterior, le había tomado el gusto a la vida al aire libre y a los espacios abiertos. De golpe descubrió, que lo que realmente lo había impulsado a su loca aventura, era Buenos Aires. Lo agobiaba, lo ahogaba, ya no aguantaba más acá tampoco.

Dispuesto a cambiar nuevamente de vida y bastante interesado en alejarse de Bs.As., y del río, rumbeó para el interior de la provincia.
Tenía un pariente lejano, que vivía en la zona de Bragado. Siempre le había resultado un paisano muy macanudo, así que decidió visitarlo.
Si no conseguía algo por esos pagos, por lo menos, pasaría un tiempo en el campo. Al llegar, se sintió un poco molesto, lo primero que lo llevaron a conocer fue la laguna. En realidad, debió reconocer que no era lo suficientemente grande como para inquietarlo.
En general el lugar le resultó muy agradable, la gente encantadora y la carne abundante. A los pocos días de llegar, ya estaba trabajando.
En el pueblo, había un frigorífico que faenaba caballos. Parece ser que destinaban su carne, entre otras cosas, para la fabricación de mortadela. Si bien sus tareas eran de orden administrativas, el ambiente era mucho más distendido que el del banco y el resto de los empleados, eran verdaderos gauchos. Pronto aprendió a montar y una vez que tuvo su culo acostumbrado, se pudo dar el gusto de hacer largos paseos a caballo.
De a poco, consiguió que le permitieran acompañar, a los compradores
de animales. En esa forma conoció toda la provincia y gran parte de
La Pampa. Terminó hecho un verdadero entendido en equinos.
Así como antes se había mimetizado con los marinos, ahora era un auténtico gaucho. Botas, bombachas batarazas, faja y cinto con rastra,
pañuelo al cuello y para completar el atuendo, una boina pirenaica. Esta en recuerdo de su apellido materno.
Su verdadero descubrimiento, fue darse cuenta, que este mar de pasto, lo llenaba de gozo, mientras que, el de agua lo deprimía. Era ahora realmente feliz. Le gustaban los ratos que pasaba mateando, por las noches, en algún fogón con los arrieros o por las mañanas, con los paisanos en la matera de alguna estancia. Se divertía como un chico jugando a la taba o visteando con una alpargata, y en más de un boliche, lo consideraban un experto en el juego del sapo. Chinitas no faltaban en su deambular por los diferentes pueblos que visitaba.
A veces, hasta conocía a algún personaje interesante. En una oportunidad que anduvo por los pagos de Areco, le presentaron a un arriero, que decían, era famoso. Se trataba de un tal Segundo. A él le resultó un viejo plomo y grandilocuente. Se ve que el hombre no estaba en un buen día.

Enterados, que Stekelman, tenía bastantes caballos a la venta, se llegaron hasta el campo donde los guardaba. Estos estaban en el tambo de Morón, en la zona de los bajos, cerca del ombú. Después de haber inspeccionado a los animales y cerrado el trato, fueron hasta un boliche cercano. Éste, era una especie de pulpería, una de las últimas que quedaban en la zona.
Contentos por haber realizado un buen negocio, festejaron largo rato. Al salir, sintiendo ya los efectos de unas cuantas limetas, se tropezó con un hombre que entraba. Era un tipo bastante alto, flaco, vestido de negro, de bigote achinado y mirada torva. Él, medio caliente, lo enfrentó en actitud desafiante. El otro, simplemente lo apartó de un manotazo, sin darle la menor importancia. El acompañante del flaco, a la pasada, le dijo ¡Quedate tranquilo pibe, no te metas en líos al pedo! Esto lo puso como loco. Se le fue al humo, increpándolo de viva vos y haciendo ademán de sacar el facón de la cintura. Ante esta actitud, el hombre se paro y sacando de debajo del sacó, un revólver que tenía un caño como de sesenta centímetros, se lo apoyo en la frente, y sin una palabra apretó el gatillo.
El hombre de negro era Bairoleto.




_________________2005.





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¡¡¡2010!!!
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¡¡¡Parece mentira
todavía sigo por acá!!!

1999 - Flores amarillas

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Óleo sobre tela
0,49 x 0,58

1999 - La misma con el pelo teñido

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0,50 x 0,60

2009 – Paolo e Francesca nel inferno

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Óleo sobre tela
0,50 x 0,70

2009 – Un río llorare

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Óleo sobre arpillera
0,70 x 1,00

Los Saltimbanquis

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Hoy- GRAN FUNCION- Hoy

La gran compañía de teatro

Dirigida
Por la primera actriz
Dña. Margarita Fuentes Cornejo
e
Integrada Por Los Siguientes Actores

Eva Ruiz de Pereira, Rosita D’Arles, Blanca Selene
Romualdo Pereira y Jacinto Das Neves

Estrenará la obra intitulada

......................................

En el predio cito en la calle
-------------- Nº --------
A las------ horas
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Así rezaban los carteles que aparecieron en el pueblo esa mañana.
La dirección, la hora, y demás datos faltantes estaban manuscritos con marcador.

Veamos primero quiénes eran los integrantes de esta “gran compañía”.

Su directora: Margarita Fuentes Cornejo.
En su juventud, había trabajado en algunas obritas teatrales en el “Grupo de Teatro Vocacional Amanecer”, que funcionaba en la parroquia de su barrio, en Rosario su ciudad natal. Más adelante actuó en radio teatros de esa ciudad y de Córdoba. Cuando estos fueron desapareciendo con la irrupción de la televisión, consiguió algunos papeles secundarios en telenovelas. No duró mucho en este medio porque era muy fea. Apenas le faltaban los bigotes para parecer un sargento de caballería. Más de una vez, durante las giras, los usaría para representar a éste o a parecidos personajes.
En realidad era una vieja lesbiana, mandona y pedante. Su amante oficial era Eva Ruiz de Pereira.

Esta última, una mujer de unos cincuenta años, tal vez un poco menos, había sido ama de casa toda su vida. Cuando su marido se jubiló, a instancias de Margarita, lo convenció de lo bueno que sería unirse a la aventura teatral. No era mal parecida y arriba del escenario se veía bien. Interpretaba papeles de madre afligida o bien con corset y relleno en su corpiño, de mujer fatal. Era una buena mujer, bastante masoquista.

Rosita D’Arles era una señora de edad indefinida, demasiado mayor como para decir que era joven, pero no tanto como para decir que era vieja. Su misión principal, era ser la diseñadora del vestuario y costurera del grupo. Solía interpretar los roles de tía y cuanto papel secundario apareciera en las obras.
Aparte de esto, por ser enfermera de profesión, se encargaba de curar los males físicos de todos.
Otra de sus tareas, consistía en ser la ecónoma y administradora del equipo de saltimbanquis.

Blanca Selene era la más joven del grupo, si bien no tenía nada de bonita, sus rasgos grandes y marcados la hacían verse muy bien desde una cierta distancia, y, entre el maquillaje y las luces, aparentar menor edad de la que en realidad tenía. A cara lavada parecía ser mayor, se hacia notorio que su agitada y disoluta vida, había dejado huellas en su cara. Pese a no tener la menor idea de lo que era la actuación teatral, había trabajado, durante una gira por el interior con Jorge Corona y casi llega a aparecer en un programa de Sofovich. Esto no se pudo dar, por lo mismo que se cortó su carrera teatral, le faltó el dinero necesario como para hacerse los inevitables implantes de siliconas. Tenía unas lindas tetitas y su cuerpo era armónico, sin embargo esto no fue suficiente.
Ella no le hacía asco a ninguno de los integrantes de la compañía y mucho menos a señores o señoras de abultada billetera.
Más de una vez, ocurrió que debieron quedarse en alguna localidad dos o tres días de más, porque un señor estanciero se había llevado en su camioneta a la joven actriz.
Esto no les molestaba demasiado sabiendo que volvería trayendo unos cuantos pesos extras.
Aprovechaban a lavar la ropa y a reparar decorados.

Romualdo Pereira, fue colectivero durante treinta años y como tal se había jubilado. Pese a esto, tenía grandes ínfulas de poeta y toda su vida había aspirado a dedicarse a las artes y en especial a las letras. Su gesto adusto, se enternecía ante la presencia de jovencitos tiernos.
Muchas de las obras que se representaban, se debían a la pluma de Romualdo. La mayoría eran comedias, algunas decididamente de muy mal gusto. Se notaba en casi todas una influencia, rayana en el plagio, con autores que iban desde Ben Jonson y Moliere a Lorca, con sus “Títeres de Cachiporra” o a “Don Perlimplin con Doña Melisa en su Jardín”.
Como actor, uno de los papeles que interpretaba con más gusto, era el del villano de una o dos obras gauchescas. Las había escrito inspirándose en los radioteatros de Bates, que se transmitían por Radio del Pueblo,
Como a los intérpretes de este rol, en aquellas obras, a él se le ponía complicado mostrarse en el pueblo, al día siguiente de la función. Los habitantes del lugar que habían ido a verlos, solían insultarlo y hasta tirarle piedras.
La noche en que se daban estos melodramones, la encargada de pasar la gorra era Blanca poniendo su mejor cara de niña vejada por el malvado. La recaudación solía ser buenísima.

El vehículo que oficiaba, de casa rodante y teatro ambulante, era un colectivo, con el que Romualdo se había podido quedar, cuando la empresa donde trabajaba, luego de ser vaciada, había ido a la quiebra.
En realidad esta quiebra fue la que le dió la oportunidad de jubilarse. Pensaba reparar un poco a este viejo Mercedes y dedicarlo a charter o a micro escolar, pero, ante la insistencia de Eva y de Margarita, terminó convertido en teatro rodante.
Le pusieron “ La Andariega”, en recuerdo a aquella famosa carreta.
En verdad, ellos pasaron a ser “ El Teatro de La Andariega.”

El último integrante, Jacinto Das Neves, era un buen muchacho. De profesión mecánico, desde chico su sueño era irse con un circo. Cuando se le presentó esta oportunidad no la desperdició.
Su misión principal era hacer que el micro caminara. Además debía encarnar los papeles de galán joven o de muchachito alocado.
Dormía con Blanca, a veces con Eva, eventualmente con Rosita, pero generalmente, con Romualdo.
Era bastante buen mozo y su aire distraído y romántico, conquistaba los corazones de más de una niña pueblerina, y hasta a algún señor dignamente casado.
Gracias a sus habilidades personales se había convertido en el proveedor de aves de corral, lo que mejoraba la dieta general, además era el encargado de sangrar los tanques de los camiones estacionados en las cercanías, en busca del preciado gas oil.


La convivencia entre los actores, solía ser buena. Ellos decían que los unía el amor al teatro. En cierta medida esto era cierto, no obstante se hacía notorio, que lo que más los unía, era la necesidad de cambiar en algo sus tristes vidas. El correr los caminos en busca de nuevas aventuras los hacia sentirse muy bien.
A diferencia de los antiguos caballeros andantes que vagaban solitarios, buscando salvar o al menos pasar un buen rato con alguna pobre princesa, que desesperada veía pasar los años sin oportunidad de encontrar una buena excusa para tirar la chancleta, ellos no pretendían salvar a nadie. Como tal vez no encontraban el valor suficiente como para buscar aventuras en forma independiente, lo hacían grupalmente.

El colectivo había sido reformado en Florencio Varela, en el taller propiedad del padre de Jacinto. Casi todas las ventanillas se cubrieron con chapas. En el interior, dos tarimas con tres colchones cada una, oficiaban de dormitorio comunitario. Un pequeño bañito, que se usaba solamente cuando no quedaba otro remedio, porque el componente químico que se usaba en el inodoro, era demasiado caro y una pequeña cocinita, formaban las instalaciones más o menos fijas. A veces hasta las tablas de las cuchetas, pasaban a ser parte de algún decorado o tarima.
Unos viejos baúles donde se guardaba el vestuario, con colchonetas en las tapas, hacían las veces de asientos. Todo espacio libre del interior se encontraba colmado por los más extraños objetos, necesarios para los decorados, para el escenario o la utilería.
En el exterior se hicieron también algunas modificaciones.
Sobre el techo, se colocó, además de un tanque para el agua, una especie de gran porta equipajes, con soportes para colocar los parlantes. En el viajaban todos los elementos que podían soportar la intemperie.
En la parte posterior del micro, podía armarse rápidamente, un retablo de títeres. Desde él se daban funciones diurnas para los niños. Éstas eran pagadas, generalmente por el municipio, como forma de publicidad para su intendente. De las gestiones ante este último, se encargaban casi siempre, Selene y Eva, era muy difícil que no tuvieran éxito en conseguir esto y algunos beneficios extras.
En un costado se enrollaba un toldo, a la manera de las casas rodantes que usan los pescadores habitués de Mar de Ajó.
La diferencia es que este toldo, montado sobre dos caños con sistema telescópico, podía ser levantado a mayor altura. Dos parantes al frente, lo soportaban. Una tarima desarmable y cerramientos varios, formaban el tablado. Una vieja cortina oficiaba de telón. Un pequeño grupo electrógeno, daba la electricidad suficiente como para alimentar los tachos de luces, en los pueblos donde no podían colgarse de la red del alumbrado público. Era un poco ruidoso, pero era mejor que nada.
Cuando no había actuación, este toldo se convertía en comedor y sala de reuniones.

En ocasiones en que la recaudación había superado las expectativas y alcanzaba para unos vinos extras mas algunos gramos, se organizaban unas divertidas fiestas, donde se invitaba a personas selectas del público. Por supuesto, estos debían a su vez, hacer aporte de bebidas, picadura para armar cigarrillos o pastillas energizantes.
Terminaban, al amanecer, todos despatarrados, en los alrededores o en el interior, dependiendo del clima.
Esto les valió, más de una vez, el anatema de un cura o la aparición de un comisario, generalmente enojado por no haber sido invitado.

En cierta oportunidad, en un pequeño pueblo cercano a la frontera con La Pampa, uno de estos curas se sintió particularmente ofendido con ellos. No sólo los llenó de improperios y de tremebundos calificativos, tachándolos de demoníacos hijos de Satán desde el púlpito en el sermón de la misa del domingo, sino que fue a insultarlos personalmente.
Ante esta intempestiva aparición, Romualdo, le pidió delicadamente, que se dejara de joder y se fuera a lavar el culo.
Selene, mas suave y femenina, le solicitó que se acordara de ella en sus oraciones y mientras se hacia la paja esa noche.
El prete, se fue echando espumarajos de rabia y jurando terribles venganzas.
Un par de días después, llegando al siguiente pueblo, se encontraron con un nutrido grupo de personas esperándolos.

No era extraño que su fama les precediera y los pobladores, a su llegada les dieran muestras de afecto. Después de todo eran los únicos que llevaban algo de alegría y entretenimiento, a esos lugares olvidados.
En realidad, ellos preferían esos pequeños poblados a sabiendas que no tendrían competencia. La gente solía ser sumamente hospitalaria brindándoles un trato por demás afectuoso.
Ellos se hacían acreedores a ese trato.
Mas allá de sus pequeños pecaditos, tal vez criticables, se entregaban por entero a esa profesión que los hacía felices y a su manera hacían felices a los demás.
En definitiva eran buena gente.

Esta vez la cosa era diferente.
Nunca los habían esperado fuera del pueblo. La cantidad de gente y lo heterogéneo del grupo, hacían suponer que no se trataba solamente de habitantes del lugar.
Más atrás, dos micros estacionados, completaban el extraño panorama.
La primera piedra, destruyó el parabrisas.
Pronto se vieron rodeados por unas cuarenta o cincuenta vociferantes personas, encabezadas por el ofendido cura de la población anterior.
Eran una mezcla rara, había niñas de la acción católica, padres y madres de algún movimiento de familias cristianas, varios skin heads, y hasta algunos que aparentaban ser testigos de Jehová.
La pedrea arreciaba, cuando quisieron acelerar y pasar de prepo, se encontraron con un tronco cruzado en el camino.
El cura, gritaba como loco incitando a sus huestes a destruir a esos íncubos, salidos del infierno.
Una gran piedra entró por una de las desechas ventanillas y dió de lleno en la cara de Rosita, que cayó al piso con la cara bañada en sangre. Al verla, Romualdo, tomó la vieja escopeta que usaban como utilería y bajó del colectivo dispuesto a enfrentar a los desquiciados atacantes.
Apuntando directamente a la cabeza del cura, les gritó que lo mataba si no paraban con la agresión.
Se armó el desbande. Nadie sabía que el arma estaba descargada y se desparramaron en todas direcciones. Quedó el de la sotana solo, paralizado y con cara de terror. Por suerte para todos, llegó en ese momento la policía. Venían a apoyar a los atacantes, pero al ver los destrozos en La Andariega, pero sobre todo al notar las heridas de Rosita, cambiaron de actitud, instando a éstos a subirse rápidamente a sus ómnibus y desaparecer, a riesgo de ir todos presos con cargos por agresión, corte de ruta y desacato a alguien.

Efectuadas las primeras curaciones en una salita de primeros auxilios del lugar, los médicos le recomendaron, el urgente traslado a Buenos Aires o en el peor de los casos a Santa Rosa, para que fuera atendida en algún lugar mejor equipado. Esto fue apoyado por el comisario, quien ofreció conseguirle una ambulancia para un mejor y más rápido viaje.
Ponía como condición que no se efectuara ninguna denuncia y todos dejaran la zona lo más pronto posible.
Ante la imposibilidad de ofrecerle algo mejor a su amiga, tuvieron que acordar con el policía, que feliz, veía como se sacaba de encima un problema bastante serio y de impredecibles consecuencias.
En cuanto llegó la ambulancia, partió rumbo a Buenos Aires la herida, con Margarita de acompañante.
También el resto emprendió el triste y doloroso regreso.

Rosita se recuperó bien, casi no se notaba su nariz desviada.
Pero todos sabían que ya nada sería igual.
Un imbécil intolerante había destruido sus sueños.



______________________2006