NUEVA FORMULA

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Por suerte para nuestro país, tenemos en estos momentos, una notable cantidad de notables ciudadanos, valga la redundancia, dispuestos a restaurar la democracia y así salvarnos de la cruel dictadura impuesta por los K.
Lamentablemente estos honorables caballeros y distinguidas damas, no consiguen ponerse de acuerdo, en quien será más candidato que el otro, para candidatearse a candidato a ser el que presida los destinos de la Patria mancillada.
Tenemos en primer lugar a un señor (¿?), al que le pagamos un sueldo de vicepresidente para que patee en contra.
Luego a un cabezón ex ex, que se pelea con un siempre segundón, que pretende representar a los agrogarcas; puesto, que también quiere el bigotudo ex gobernador de la Provincia.
Entre las damas (juanas), a la inefable denunciadora.
Siguen en la lista, desde un caballero de industrias extranjero, hasta un bastante repulsivo anciano innombrable.
Hay algunos más y hasta es probable que a estos se sume un autónomo intendente ducho en negocios inmobiliarios.

En definitiva, creo haber encontrado la formula del éxito.

Compatriotas, recuperemos el tiempo perdido en vanas disputas.
Formemos una nueva y pujante UD. y

En las próximas elecciones

Voten

TAMBORINI – MOSCA


La formula del éxito

1999 – Foto familiar

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Óleo sobre tela
0,80 x 100

CANCIÓN 28

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Naves de Sanlúcar salen
para el Paraná.

Garcilazo de la Vega
Hubiera podido embarcar.

Hubiera llegado,
no para en ellas guerrear.

Sino para cantar el río
Paraná

Sauces le hubiera dado el río
Paraná.

Y verdes ninfas él al río
Paraná.


Rafael Alberti
Baladas y canciones del Paraná
(1953-1954)


2009 - Composición Careta Nº 2

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Óleo sobre chapadur
0,40 x 0,50

2009 –Composición Careta Nº 5

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Óleo sobre tela
0,40 x 0,50

2009 – Espantos acrobáticos

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Técnica mixta sobre tela
0,75 x 101

Amanecer feliz de un triste día

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Estaba oscuro aun, muy lejos se escuchó el llamado de un zorzal, pronto otro le contestó. Rápidamente los llamados se fueron acercando. Aparecieron en escena los horneros con sus cantos estridentes.
Ante tanta barahúnda, el Sol tuvo que despertarse.
Tímidamente al principio, una leve claridad apareció en el horizonte. La noche, discretamente, optó por la retirada sabiendo del mal humor con que amanecía, el aún somnoliento, antes del desayuno.
Luciendo un raro color naranja fue apareciendo.
Aparentemente, el baño en el Río de la Plata, le hizo bien por que pronto se mostró refulgente.
Con gran batifondo, salieron a saludarlo los chingolos, cabecitas negras y las ratonas, a las que se unieron pronto gorriones y otro montón de bichos ruidosos, como las cotorras y las calandrias en sus diferentes idiomas.

A gran distancia aún, se comenzó a oír un extraño y rítmico sonido.
A medida que se aproximaba, todo empezó a temblar al compás de sus marcados bajos, semejantes a bombos golpeados con furia y a estridencias de teclados electrónicos aporreados por inexpertas manos.
Pararon las orejas los animales que las tenían. Callaron los pájaros y buscaron refugio en las más altas ramas de los árboles. Unos y otros, con caras de espanto y a la vez de desaprobación, trataban de esconderse como mejor podían.
Se vio aparecer por fin, al causante de los infernales ruidos. Lentamente asomó un cientoveintiocho. Su conductor, con cara de satisfacción y aire de superioridad, escuchaba con delectación los horribles ruidos, que a través de sus cinco parlantes, emitía un compacto de cumbia villera.
Por suerte Dopler ya había inventado el efecto y el bochinche pronto se perdió en la distancia.

Ahora un nuevo cambio se producía, el canto de los pájaros era reemplazado de a poco por el sonido de infinitos motores y bocinas.
Los camiones de La Serenísima se lanzaban con ferocidad draconiana a pasar las esquinas y un montón de impasibles barrenderos poblaban las calles.

El señor Gonzáles, reconoció con fastidio que ya era hora de levantarse.
Se tomó unos mates. Se vistió lentamente y después de una rápida afeitada, salió rumbo a la estación. Miró con cariño a los árboles y al verde de la plaza, sabiendo que era lo último agradable que vería en el día.

Luego de más de media hora de sacudones, apretones y pisotones en el tren, llegó a la encantadora plaza Once. Cruzó entre los estentóreos llamados al arrepentimiento de los pecadores, lanzados al aire por innumerables pastores evangelistas, esquivando putas representantes de todas las provincias del país y de varios países latinoamericanos, entre linyeras, viejos desahuciados y niños aspirando en bolsas con pegamento.
Luego de este entretenido paseo, subió al colectivo, que tras varios minutos de nuevos apretones, pisotones y sacudones, lo dejó frente al edificio donde trabajaba.
Éste, una alta torre revestida en cristales, hermosa por fuera, espantosa por dentro. Frío laberinto de acero, aluminio y pulidos mosaicos, con oficinas que asemejaban grandes hangares, subdivididos en múltiples cubículos de bajas paredes, con el espacio justo para un escritorio y una silla, con el permanente zumbido producido por las infinitas computadoras.
Ése era el lugar donde el señor Gonzáles, pasaba gran parte de sus días. A veces, de puro aburrido, pretendía entrar a alguna página porno, pero siempre alguna mirada vigilante se lo impedía.

Ese día no se sentía del todo bien. Algo le había pateado el hígado.
No tuvo más remedio que ir varias veces al baño, cosa que le desagradaba muchísimo. Primero por la cara de culo que le puso la jefa la segunda vez que lo vio pasar. Segundo por las estúpidas bromas de sus estúpidos compañeros de trabajo. ¡Che, Gonzalito, te comiste un perro muerto! Y cosas por el estilo.
A los baños les habían quitado las puertas y dejado apenas unos pequeños manparos divisorios para evitar que los empleados pudieran encerrarse a leer el diario o a fumar un cigarrillo, cosa esta, totalmente prohibida dentro de la empresa.

¡Oiga Gonzáles! Bramó la jefa, la tercera vez que lo vio pasar.
¡A usted la empresa no le paga para estar yendo al baño a cada rato!
¡Si está con cagadera, tómese un carbón y póngase a trabajar inmediatamente, que tanto joder!
Esto, por supuesto, provocó la hilaridad de sus compañeros, que si bien no se animaban a levantar la cabeza para no caer en la volteada, lo miraban socarronamente de reojo.
A esta altura de los acontecimientos, ya se sentía realmente furioso.
Se le hacía evidente, que las oficinas de Mariani(*), parecían ahora, envidiables cosas perdidas en el tiempo.
A su lado paso el ruso Jatimliaski, el peor de los rompe bolas, ¡¿Que decís cacarelo?! Le dijo por lo bajo. ¡Que te pasa a vos, pelotudo! Le gritó él, ya harto. ¡Gonzáles! Pego el grito la mandamás ¡Déjese de molestar a sus compañeros, déjelos trabajar a ellos por lo menos ya que usted no lo hace!
Este fue el detonante. Con cara de loco, escrachó el monitor contra el suelo y entro a revolear cuanta cosa tenía a mano.
¡Seguridad! Gritaba histérica la jefa,
¡Así que querés seguridad, hija de puta! Le respondió él, mientras le ponía el escritorio patas arriba y de un piñón la tiraba de culo al suelo.
Ya estaba embalado. Empezó a prender fuego a cuanto papel caía en sus manos. Pronto eso se convirtió en un pandemonio. Todos corrían de un lado a otro dando gritos como locos. Los matafuegos no aparecían y ya empezaban a prenderse los plásticos, o sea el ochenta por ciento de lo que había en esa especie de galpón. Una densa y espesa humareda comenzaba a cubrirlo todo. La gran mayoría de los empleados corría escaleras abajo aterrorizados, uniéndoseles los de los demás pisos, que por diversión o por las dudas, aprovechaban a rajarse.

Él, ahora con cara de satisfacción, rompiendo el vidrio de una ventana, respiró una gran bocanada de aire fresco. El hermosísimo día primaveral y el recuerdo del dulce canto matutino de los pájaros, lo inspiró. Resueltamente salió volando a unirse a las palomas de Plaza de Mayo. Fue una pena. No pudo lograrlo, no era pájaro y no sabía volar. De haber sabido, tal vez sí, pero no. Quedó untado en la vereda.
Mientras tanto, de los pisos superiores del edificio, salían densas nubes de humo negro y algunas coloridas llamas.


(*) Mariani Roberto- Cuentos de la oficina.- 1926.

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2006

Felices fiestas para todos

(menos para los traidores,
los vende patria,
los torturadores,
los genocidas,
los agrogarcas,
los innombrables
y algunos mas)

1968 - Los robustos

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Óleo sobre tela
0,30 x 0,40

1985 - La tía Augusta

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Óleo sobre tela
0,50 x 0,70
Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana,
esfuérzate en ser feliz hoy.
Coge un cántaro de vino,
siéntate a la luz de la luna
y bebe pensando que mañana quizás la luna
te busque en vano

Omar Khayyan
(1040 – 1123 )

2009 - Espantos com-partidos

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Técnica mixta sobre bandas de tela
1,10 x 1,55

TRAVESTI

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Travesti, según algunos diccionarios, es aquel que se disfraza o enmascara.
Sin embargo usamos este vocablo para referirnos solamente a personas que, con distintas argucias, pretenden hacernos creer que poseen un sexo distinto al real. Tales argucias van desde rellenos quirúrgicos varios, a postizos de diferentes tipos y formas.
Generalmente pensamos en hombres que intentan parecerse a mujeres.
Aparentemente, la gran mayoría de estas personas se dedica a la prostitución.
No ocurría lo mismo con el pobre señor Adolfo Fernández Inchauspe, que pese a intentarlo de todas las formas posibles, nunca logró que alguien, hombre o mujer, pagara por sus servicios sexuales.

Es probable que su fracaso se debiera a una mezcla de factores. Creemos que los determinantes fueran su asombrosa fealdad y la poca habilidad para travestirse. Debo aclarar que en su partida de nacimiento figuraba como Dorotea Nilda Fernández Inchauspe.
Lo que no tuvo en cuenta, es que generalmente, un señor que recurre a una señorita-señor, lo hace porque la apariencia, más o menos femenina del requerido, lo libera en alguna manera, del sentimiento de culpa que sentiría, si se confesara que no le disgustan los muchachitos. No debemos dejar tampoco de hacer mención al hecho de tener estas señoritas, un valor agregado que, evidentemente las hace muy atractivas.
Mal podía entonces Dorotea, ganarse la vida, convirtiéndose en hombre ya que la demanda para ese tipo de travestismo es muy limitada.

Se afeitaba tres o cuatro veces por semana para ver si le crecían la barba y el bigote. Recurrió a todo tipo de ungüento y pomadas caseras, algunas bastante repugnantes por cierto, pero logró sólo una triste pelusa que más que varonil, le dio aspecto de adolescente desprolijo.
Para peor cuanto más se empeñaba en ocultar sus enormes y colgantes tetas, estas, más parecían crecerle.
En general su apariencia, terminó siendo, a más de desagradable, absolutamente andrógina, o sea ni chicha ni limonada.
Consiguió que se interesaran, solamente, un par de señoras, que no querían confesarse sus tendencias. Lamentablemente, en todos los casos, se negaron a pagarle ya que él se negaba a ser considerado mujer, por esas cochinas lesbianas.
Para demostrárselo, a una de ellas le encajó una flor de piña.
Por supuesto intervino la policía, el fiscal, el juez y algunos más, lo que le valió un mes de detención.
Como el juró que era hombre, lo cumplió en Caseros. En el pabellón fue muy bien recibido por los demás presos, los que lo introdujeron en la dura vida de la cárcel, de tal forma, que le costó varios meses poder volver a sentarse.

Después de esta dura experiencia se confesó, no sin tristeza, la necesidad de encontrar otro tipo de trabajo para poder subsistir.
Luego de intentarlo en diferentes oficios, más o menos masculinos, consiguió por fin un conchabo de camionero.
A esto lo ayudo su notable parecido con Moyano, lo que hizo que lo tomaran sin muchas preguntas, creyéndolo familiar directo del sindicalista.
Tuvo así un tiempo de aparente felicidad ya que era tratado y hasta puteado como hombre.
Sin embargo era mirado como a un bicho raro por sus compañeros de oficio, que se guardaban de hacer comentarios por el antedicho parecido.
Por supuesto que se le presentaron infinidad de problemas para poder ocultar su verdadera identidad, pero logró sortearlos, con femenina astucia.
Todo transcurría bien hasta el día en que, por pura casualidad, al ir a estacionar su camión frente a una parrilla de la ruta, casi choca a otro que pretendía hacer lo mismo en sentido contrario. Era un equipo enorme con patente brasileña, Más enorme aún, le pareció el negro que bajó de la alta cabina. Se quedó atontada ante tremenda bestia y con bastante miedo ante la posible reacción del fiero bicho, pero éste pasó a su lado diciendo ¡ Teña mais cudado, boludo! y entró al boliche.
Buscó un lugar justo frente a él y se sentó a comer, no podía dejar de mirarlo.
Una extraña sensación la embargaba. Se había enamorado perdidamente de ese tipo. No sabía qué pensar ni qué actitud adoptar frente este nuevo sentimiento. Un serio interrogante se le presentaba, no sabiendo ya como considerarse a sí mismo. ¿Era acaso un hombre homosexual o simplemente una mujer caliente?
Trató por todos los medios de congraciarse con el grandote. Pidió disculpas por su torpeza al estacionar, convido con cerveza y hasta intento pagar la cuenta del almuerzo.
El negro miraba con cierto recelo, mientras pensaba ¿Será que voy a tener que cojerme a este puto?.
Por supuesto, terminaron en la cómoda cucheta del enorme camión, donde al ritmo de música brasileña, franelearon como locos.
El grandote se comportó con una gran delicadeza, hasta sacó una botella y preparó una caipiroshca para convidarla, se excusó por que la cashasa se le había acabado. Todo fue perfecto, hasta que llegó el inevitable momento de sacarse la ropa. Cuando la vio desnuda, el negro, se puso blanco y dando un grito de bronca, la sacó afuera a patadas, le tiró la ropa por la ventanilla y furioso arrancó el camión.
Mientras se iba, entre puteadas se lo escucho decir ¡Puta que parió, eu quiria coger homen, no a gorda puta!.
Ese fue el triste fin de su carrera de chofer. Todos vieron a ese extraño ser parado en bolas en medio de la banquina y se rieron de ella con verdadera saña de rudos camioneros. En poco tiempo la noticia se desparramó y Moyanito, tal el apodo que le habían puesto, se convirtió en el hazmerreír de todo el gremio.

Desesperada y abatida por este nuevo fracaso, se refugió en su casa, donde al menos encontró el consuelo que le brindo su hermano. Éste, en definitiva era la única persona que realmente la comprendía. Se llamaba Oscar pero en Palermo era más conocida como la colorada Gisela.
Varios días de conversaciones con él, que conocía a fondo el oficio, terminaron por convencerla, tenía que dejarse de macanas y ser mujer nuevamente.
A su edad y con esa facha no le sería fácil conseguir nuevo trabajo
Pese a todo, la casualidad vino nuevamente en su ayuda.
Le ofrecieron un puesto atendiendo la ventanilla de reclamos de no sé qué repartición municipal. En ella, feliz, pasaba cómodamente sus días poniendo cara de culo a cuanta persona se arrimaba y cumpliendo así a la perfección la tarea encomendada.

Años pasó en este puesto y hasta tal vez hubiera llegado a jubilarse, pero un buen día, sin haber conseguido que una persona lo hiciera, la cirrosis la tumbó.


___________________2005


LOS DUEÑOS DEL HAMBRE

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Ellos están allí, fumando un puro,
fermentando sus lentas digestiones,
rozándose las calvas en los muslos
de alguna amante cara.
Ellos están allí, no saben nada
Menean la cabeza, se lamentan,
cotizan los trigales.

Son obesos riñones alfombrados.

Acusan un perfil feliz sin sangre,
regatean la luz,se dan la mano,
empujan el destino con bolsillos,
racionan el esperma semanal,
no se derrochan.

Van con el pan de los otros descontado,
con la risa llenando portafolios,
con robados veranos asaltados.

Se llaman chebrolet y billetera,
Abono en el Colon, estancias, haras.
…………………………….
………………………………
(Fragmento)

Nira Etchenique
1956

1994 – Las bolitas

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Óleo sobre tela
1,00 x 1,30

2009 – Composición careta Nº 6




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Óleo sobre tela
0,50 x 070

2009 – Espantos procreando con ahínco

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Técnica mixta sobre tela
0,50 x 0,70

Opus 4

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Llegó y se sentó.
Después de todo ese sillón no era incómodo, el resto de la habitación estaba un poco demasiado limpia y ordenada para su gusto.
Los otros, al principio, lo miraron con cara de asombro, pero, pasado el primer momento de sorpresa, parecieron acostumbrarse a su presencia. Sin embargo, el viejo, gordo, mas bien bajo, dejó de leer el diario y se miraba detenidamente la punta del zapato. La mujer, flaca, reseca, de edad indefinida, terminó la vuelta que estaba tejiendo, metió todo en una canasta y se sentó frente a él mirándole fijamente la corbata.
Esto lo puso nervioso. Se dijo que no tenía ningún derecho a mirarle a uno de esa forma la corbata, menos aun cuando esta estaba deshilachada y sucia de grasa y para peor, cuando uno lo sabía y hubiera deseado tener una de esas hermosas corbatas con dibujos de mujeres desnudas que dicen que usan los norteamericanos. Pensó que cuando tuviera tiempo, le escribiría con tinta china un cartelito que dijera “Disimule, es la única que tengo y no puedo romper con las costumbres, debo usarla.”
Claro, era un poco largo y tal vez le produjera algunas molestias. Seguramente, en la calle más de una vez tendría que parar para que alguna señora un poco miope terminara de leerlo.
En fin, ya vería como arreglar eso, En general el texto le pareció correcto y lo suficientemente explícito como para no tener que dar otras explicaciones.
Por otra parte, con un poco de imaginación, podría hacer que quedara una cosa muy bonita. Esa mancha tan redondita por ejemplo, que se hizo cuando comió el chorizo, con unos pétalos bien dibujaditos y un tallo con hojitas, quedaría convertida en una hermosa florcita. Luego vería qué otros motivos agregar, que a su vez, entrelazados con las palabras, escritas con letras góticas, llegarían a hacer un conjunto muy presentable.
Estos pensamientos lo reconfortaron.
Miró a la mujer con cara desafiante, pensó sacarle la lengua, pero se contuvo. Después de todo no los conozco, él debe ser un meridional jodido y ella una menopáusica neurótica,
El perro se fue acercando despacito, lo olió y se puso a lamerle los zapatos. Él, como siempre que un perro le lamía los zapatos, le pateó el hocico. El perro, que como a todos los perros del mundo menos a uno, no le gustaba para nada que le patearan el hocico, le pegó un feroz mordisco en la rodilla.
¡Perro sarnoso! Gritó ¡Era el único lugar del cuerpo donde no me habían mordido nunca!
La mujer pegó un brinco y con un alarido de terror salió corriendo.
El perro con cara de satisfacción, lo miraba desde atrás del televisor.
Él se quedó avergonzado viendo cómo se manchaba de sangre la alfombra.
El viejo le levantó la pierna y con un pañuelo trató de limpiar el tapiz, dobló el diario en cuatro y se lo puso debajo del pie para que no siguiera manchando.
La mujer apareció con un gran botiquín a la rastra y se dedicó, pese a las protestas del interesado, a desinfectarle la boca al perro.
El viejo se sentó ahora frene a él.
.- ¡Y bien! - dijo
- Señor Strossen...- comenzó él-
- ¡No me llamo Strossen!
- Me lo temía.
. ¡Mándese a mudar de acá inmediatamente!
- Un momento- argumentó- no creo que esta sea la forma más correcta de tratar a un desconocido.
- Tiene razón- dijo el viejo- quédese a cenar o a desayunar con nosotros, así no podrá andar diciendo por ahí, que en casa del Señor Strossen lo atendieron mal.
.- Perdón- dijo él, y rengueando, se fue.


________________________1963