Los Saltimbanquis

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Hoy- GRAN FUNCION- Hoy

La gran compañía de teatro

Dirigida
Por la primera actriz
Dña. Margarita Fuentes Cornejo
e
Integrada Por Los Siguientes Actores

Eva Ruiz de Pereira, Rosita D’Arles, Blanca Selene
Romualdo Pereira y Jacinto Das Neves

Estrenará la obra intitulada

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En el predio cito en la calle
-------------- Nº --------
A las------ horas
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Así rezaban los carteles que aparecieron en el pueblo esa mañana.
La dirección, la hora, y demás datos faltantes estaban manuscritos con marcador.

Veamos primero quiénes eran los integrantes de esta “gran compañía”.

Su directora: Margarita Fuentes Cornejo.
En su juventud, había trabajado en algunas obritas teatrales en el “Grupo de Teatro Vocacional Amanecer”, que funcionaba en la parroquia de su barrio, en Rosario su ciudad natal. Más adelante actuó en radio teatros de esa ciudad y de Córdoba. Cuando estos fueron desapareciendo con la irrupción de la televisión, consiguió algunos papeles secundarios en telenovelas. No duró mucho en este medio porque era muy fea. Apenas le faltaban los bigotes para parecer un sargento de caballería. Más de una vez, durante las giras, los usaría para representar a éste o a parecidos personajes.
En realidad era una vieja lesbiana, mandona y pedante. Su amante oficial era Eva Ruiz de Pereira.

Esta última, una mujer de unos cincuenta años, tal vez un poco menos, había sido ama de casa toda su vida. Cuando su marido se jubiló, a instancias de Margarita, lo convenció de lo bueno que sería unirse a la aventura teatral. No era mal parecida y arriba del escenario se veía bien. Interpretaba papeles de madre afligida o bien con corset y relleno en su corpiño, de mujer fatal. Era una buena mujer, bastante masoquista.

Rosita D’Arles era una señora de edad indefinida, demasiado mayor como para decir que era joven, pero no tanto como para decir que era vieja. Su misión principal, era ser la diseñadora del vestuario y costurera del grupo. Solía interpretar los roles de tía y cuanto papel secundario apareciera en las obras.
Aparte de esto, por ser enfermera de profesión, se encargaba de curar los males físicos de todos.
Otra de sus tareas, consistía en ser la ecónoma y administradora del equipo de saltimbanquis.

Blanca Selene era la más joven del grupo, si bien no tenía nada de bonita, sus rasgos grandes y marcados la hacían verse muy bien desde una cierta distancia, y, entre el maquillaje y las luces, aparentar menor edad de la que en realidad tenía. A cara lavada parecía ser mayor, se hacia notorio que su agitada y disoluta vida, había dejado huellas en su cara. Pese a no tener la menor idea de lo que era la actuación teatral, había trabajado, durante una gira por el interior con Jorge Corona y casi llega a aparecer en un programa de Sofovich. Esto no se pudo dar, por lo mismo que se cortó su carrera teatral, le faltó el dinero necesario como para hacerse los inevitables implantes de siliconas. Tenía unas lindas tetitas y su cuerpo era armónico, sin embargo esto no fue suficiente.
Ella no le hacía asco a ninguno de los integrantes de la compañía y mucho menos a señores o señoras de abultada billetera.
Más de una vez, ocurrió que debieron quedarse en alguna localidad dos o tres días de más, porque un señor estanciero se había llevado en su camioneta a la joven actriz.
Esto no les molestaba demasiado sabiendo que volvería trayendo unos cuantos pesos extras.
Aprovechaban a lavar la ropa y a reparar decorados.

Romualdo Pereira, fue colectivero durante treinta años y como tal se había jubilado. Pese a esto, tenía grandes ínfulas de poeta y toda su vida había aspirado a dedicarse a las artes y en especial a las letras. Su gesto adusto, se enternecía ante la presencia de jovencitos tiernos.
Muchas de las obras que se representaban, se debían a la pluma de Romualdo. La mayoría eran comedias, algunas decididamente de muy mal gusto. Se notaba en casi todas una influencia, rayana en el plagio, con autores que iban desde Ben Jonson y Moliere a Lorca, con sus “Títeres de Cachiporra” o a “Don Perlimplin con Doña Melisa en su Jardín”.
Como actor, uno de los papeles que interpretaba con más gusto, era el del villano de una o dos obras gauchescas. Las había escrito inspirándose en los radioteatros de Bates, que se transmitían por Radio del Pueblo,
Como a los intérpretes de este rol, en aquellas obras, a él se le ponía complicado mostrarse en el pueblo, al día siguiente de la función. Los habitantes del lugar que habían ido a verlos, solían insultarlo y hasta tirarle piedras.
La noche en que se daban estos melodramones, la encargada de pasar la gorra era Blanca poniendo su mejor cara de niña vejada por el malvado. La recaudación solía ser buenísima.

El vehículo que oficiaba, de casa rodante y teatro ambulante, era un colectivo, con el que Romualdo se había podido quedar, cuando la empresa donde trabajaba, luego de ser vaciada, había ido a la quiebra.
En realidad esta quiebra fue la que le dió la oportunidad de jubilarse. Pensaba reparar un poco a este viejo Mercedes y dedicarlo a charter o a micro escolar, pero, ante la insistencia de Eva y de Margarita, terminó convertido en teatro rodante.
Le pusieron “ La Andariega”, en recuerdo a aquella famosa carreta.
En verdad, ellos pasaron a ser “ El Teatro de La Andariega.”

El último integrante, Jacinto Das Neves, era un buen muchacho. De profesión mecánico, desde chico su sueño era irse con un circo. Cuando se le presentó esta oportunidad no la desperdició.
Su misión principal era hacer que el micro caminara. Además debía encarnar los papeles de galán joven o de muchachito alocado.
Dormía con Blanca, a veces con Eva, eventualmente con Rosita, pero generalmente, con Romualdo.
Era bastante buen mozo y su aire distraído y romántico, conquistaba los corazones de más de una niña pueblerina, y hasta a algún señor dignamente casado.
Gracias a sus habilidades personales se había convertido en el proveedor de aves de corral, lo que mejoraba la dieta general, además era el encargado de sangrar los tanques de los camiones estacionados en las cercanías, en busca del preciado gas oil.


La convivencia entre los actores, solía ser buena. Ellos decían que los unía el amor al teatro. En cierta medida esto era cierto, no obstante se hacía notorio, que lo que más los unía, era la necesidad de cambiar en algo sus tristes vidas. El correr los caminos en busca de nuevas aventuras los hacia sentirse muy bien.
A diferencia de los antiguos caballeros andantes que vagaban solitarios, buscando salvar o al menos pasar un buen rato con alguna pobre princesa, que desesperada veía pasar los años sin oportunidad de encontrar una buena excusa para tirar la chancleta, ellos no pretendían salvar a nadie. Como tal vez no encontraban el valor suficiente como para buscar aventuras en forma independiente, lo hacían grupalmente.

El colectivo había sido reformado en Florencio Varela, en el taller propiedad del padre de Jacinto. Casi todas las ventanillas se cubrieron con chapas. En el interior, dos tarimas con tres colchones cada una, oficiaban de dormitorio comunitario. Un pequeño bañito, que se usaba solamente cuando no quedaba otro remedio, porque el componente químico que se usaba en el inodoro, era demasiado caro y una pequeña cocinita, formaban las instalaciones más o menos fijas. A veces hasta las tablas de las cuchetas, pasaban a ser parte de algún decorado o tarima.
Unos viejos baúles donde se guardaba el vestuario, con colchonetas en las tapas, hacían las veces de asientos. Todo espacio libre del interior se encontraba colmado por los más extraños objetos, necesarios para los decorados, para el escenario o la utilería.
En el exterior se hicieron también algunas modificaciones.
Sobre el techo, se colocó, además de un tanque para el agua, una especie de gran porta equipajes, con soportes para colocar los parlantes. En el viajaban todos los elementos que podían soportar la intemperie.
En la parte posterior del micro, podía armarse rápidamente, un retablo de títeres. Desde él se daban funciones diurnas para los niños. Éstas eran pagadas, generalmente por el municipio, como forma de publicidad para su intendente. De las gestiones ante este último, se encargaban casi siempre, Selene y Eva, era muy difícil que no tuvieran éxito en conseguir esto y algunos beneficios extras.
En un costado se enrollaba un toldo, a la manera de las casas rodantes que usan los pescadores habitués de Mar de Ajó.
La diferencia es que este toldo, montado sobre dos caños con sistema telescópico, podía ser levantado a mayor altura. Dos parantes al frente, lo soportaban. Una tarima desarmable y cerramientos varios, formaban el tablado. Una vieja cortina oficiaba de telón. Un pequeño grupo electrógeno, daba la electricidad suficiente como para alimentar los tachos de luces, en los pueblos donde no podían colgarse de la red del alumbrado público. Era un poco ruidoso, pero era mejor que nada.
Cuando no había actuación, este toldo se convertía en comedor y sala de reuniones.

En ocasiones en que la recaudación había superado las expectativas y alcanzaba para unos vinos extras mas algunos gramos, se organizaban unas divertidas fiestas, donde se invitaba a personas selectas del público. Por supuesto, estos debían a su vez, hacer aporte de bebidas, picadura para armar cigarrillos o pastillas energizantes.
Terminaban, al amanecer, todos despatarrados, en los alrededores o en el interior, dependiendo del clima.
Esto les valió, más de una vez, el anatema de un cura o la aparición de un comisario, generalmente enojado por no haber sido invitado.

En cierta oportunidad, en un pequeño pueblo cercano a la frontera con La Pampa, uno de estos curas se sintió particularmente ofendido con ellos. No sólo los llenó de improperios y de tremebundos calificativos, tachándolos de demoníacos hijos de Satán desde el púlpito en el sermón de la misa del domingo, sino que fue a insultarlos personalmente.
Ante esta intempestiva aparición, Romualdo, le pidió delicadamente, que se dejara de joder y se fuera a lavar el culo.
Selene, mas suave y femenina, le solicitó que se acordara de ella en sus oraciones y mientras se hacia la paja esa noche.
El prete, se fue echando espumarajos de rabia y jurando terribles venganzas.
Un par de días después, llegando al siguiente pueblo, se encontraron con un nutrido grupo de personas esperándolos.

No era extraño que su fama les precediera y los pobladores, a su llegada les dieran muestras de afecto. Después de todo eran los únicos que llevaban algo de alegría y entretenimiento, a esos lugares olvidados.
En realidad, ellos preferían esos pequeños poblados a sabiendas que no tendrían competencia. La gente solía ser sumamente hospitalaria brindándoles un trato por demás afectuoso.
Ellos se hacían acreedores a ese trato.
Mas allá de sus pequeños pecaditos, tal vez criticables, se entregaban por entero a esa profesión que los hacía felices y a su manera hacían felices a los demás.
En definitiva eran buena gente.

Esta vez la cosa era diferente.
Nunca los habían esperado fuera del pueblo. La cantidad de gente y lo heterogéneo del grupo, hacían suponer que no se trataba solamente de habitantes del lugar.
Más atrás, dos micros estacionados, completaban el extraño panorama.
La primera piedra, destruyó el parabrisas.
Pronto se vieron rodeados por unas cuarenta o cincuenta vociferantes personas, encabezadas por el ofendido cura de la población anterior.
Eran una mezcla rara, había niñas de la acción católica, padres y madres de algún movimiento de familias cristianas, varios skin heads, y hasta algunos que aparentaban ser testigos de Jehová.
La pedrea arreciaba, cuando quisieron acelerar y pasar de prepo, se encontraron con un tronco cruzado en el camino.
El cura, gritaba como loco incitando a sus huestes a destruir a esos íncubos, salidos del infierno.
Una gran piedra entró por una de las desechas ventanillas y dió de lleno en la cara de Rosita, que cayó al piso con la cara bañada en sangre. Al verla, Romualdo, tomó la vieja escopeta que usaban como utilería y bajó del colectivo dispuesto a enfrentar a los desquiciados atacantes.
Apuntando directamente a la cabeza del cura, les gritó que lo mataba si no paraban con la agresión.
Se armó el desbande. Nadie sabía que el arma estaba descargada y se desparramaron en todas direcciones. Quedó el de la sotana solo, paralizado y con cara de terror. Por suerte para todos, llegó en ese momento la policía. Venían a apoyar a los atacantes, pero al ver los destrozos en La Andariega, pero sobre todo al notar las heridas de Rosita, cambiaron de actitud, instando a éstos a subirse rápidamente a sus ómnibus y desaparecer, a riesgo de ir todos presos con cargos por agresión, corte de ruta y desacato a alguien.

Efectuadas las primeras curaciones en una salita de primeros auxilios del lugar, los médicos le recomendaron, el urgente traslado a Buenos Aires o en el peor de los casos a Santa Rosa, para que fuera atendida en algún lugar mejor equipado. Esto fue apoyado por el comisario, quien ofreció conseguirle una ambulancia para un mejor y más rápido viaje.
Ponía como condición que no se efectuara ninguna denuncia y todos dejaran la zona lo más pronto posible.
Ante la imposibilidad de ofrecerle algo mejor a su amiga, tuvieron que acordar con el policía, que feliz, veía como se sacaba de encima un problema bastante serio y de impredecibles consecuencias.
En cuanto llegó la ambulancia, partió rumbo a Buenos Aires la herida, con Margarita de acompañante.
También el resto emprendió el triste y doloroso regreso.

Rosita se recuperó bien, casi no se notaba su nariz desviada.
Pero todos sabían que ya nada sería igual.
Un imbécil intolerante había destruido sus sueños.



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