TRAVESTI

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Travesti, según algunos diccionarios, es aquel que se disfraza o enmascara.
Sin embargo usamos este vocablo para referirnos solamente a personas que, con distintas argucias, pretenden hacernos creer que poseen un sexo distinto al real. Tales argucias van desde rellenos quirúrgicos varios, a postizos de diferentes tipos y formas.
Generalmente pensamos en hombres que intentan parecerse a mujeres.
Aparentemente, la gran mayoría de estas personas se dedica a la prostitución.
No ocurría lo mismo con el pobre señor Adolfo Fernández Inchauspe, que pese a intentarlo de todas las formas posibles, nunca logró que alguien, hombre o mujer, pagara por sus servicios sexuales.

Es probable que su fracaso se debiera a una mezcla de factores. Creemos que los determinantes fueran su asombrosa fealdad y la poca habilidad para travestirse. Debo aclarar que en su partida de nacimiento figuraba como Dorotea Nilda Fernández Inchauspe.
Lo que no tuvo en cuenta, es que generalmente, un señor que recurre a una señorita-señor, lo hace porque la apariencia, más o menos femenina del requerido, lo libera en alguna manera, del sentimiento de culpa que sentiría, si se confesara que no le disgustan los muchachitos. No debemos dejar tampoco de hacer mención al hecho de tener estas señoritas, un valor agregado que, evidentemente las hace muy atractivas.
Mal podía entonces Dorotea, ganarse la vida, convirtiéndose en hombre ya que la demanda para ese tipo de travestismo es muy limitada.

Se afeitaba tres o cuatro veces por semana para ver si le crecían la barba y el bigote. Recurrió a todo tipo de ungüento y pomadas caseras, algunas bastante repugnantes por cierto, pero logró sólo una triste pelusa que más que varonil, le dio aspecto de adolescente desprolijo.
Para peor cuanto más se empeñaba en ocultar sus enormes y colgantes tetas, estas, más parecían crecerle.
En general su apariencia, terminó siendo, a más de desagradable, absolutamente andrógina, o sea ni chicha ni limonada.
Consiguió que se interesaran, solamente, un par de señoras, que no querían confesarse sus tendencias. Lamentablemente, en todos los casos, se negaron a pagarle ya que él se negaba a ser considerado mujer, por esas cochinas lesbianas.
Para demostrárselo, a una de ellas le encajó una flor de piña.
Por supuesto intervino la policía, el fiscal, el juez y algunos más, lo que le valió un mes de detención.
Como el juró que era hombre, lo cumplió en Caseros. En el pabellón fue muy bien recibido por los demás presos, los que lo introdujeron en la dura vida de la cárcel, de tal forma, que le costó varios meses poder volver a sentarse.

Después de esta dura experiencia se confesó, no sin tristeza, la necesidad de encontrar otro tipo de trabajo para poder subsistir.
Luego de intentarlo en diferentes oficios, más o menos masculinos, consiguió por fin un conchabo de camionero.
A esto lo ayudo su notable parecido con Moyano, lo que hizo que lo tomaran sin muchas preguntas, creyéndolo familiar directo del sindicalista.
Tuvo así un tiempo de aparente felicidad ya que era tratado y hasta puteado como hombre.
Sin embargo era mirado como a un bicho raro por sus compañeros de oficio, que se guardaban de hacer comentarios por el antedicho parecido.
Por supuesto que se le presentaron infinidad de problemas para poder ocultar su verdadera identidad, pero logró sortearlos, con femenina astucia.
Todo transcurría bien hasta el día en que, por pura casualidad, al ir a estacionar su camión frente a una parrilla de la ruta, casi choca a otro que pretendía hacer lo mismo en sentido contrario. Era un equipo enorme con patente brasileña, Más enorme aún, le pareció el negro que bajó de la alta cabina. Se quedó atontada ante tremenda bestia y con bastante miedo ante la posible reacción del fiero bicho, pero éste pasó a su lado diciendo ¡ Teña mais cudado, boludo! y entró al boliche.
Buscó un lugar justo frente a él y se sentó a comer, no podía dejar de mirarlo.
Una extraña sensación la embargaba. Se había enamorado perdidamente de ese tipo. No sabía qué pensar ni qué actitud adoptar frente este nuevo sentimiento. Un serio interrogante se le presentaba, no sabiendo ya como considerarse a sí mismo. ¿Era acaso un hombre homosexual o simplemente una mujer caliente?
Trató por todos los medios de congraciarse con el grandote. Pidió disculpas por su torpeza al estacionar, convido con cerveza y hasta intento pagar la cuenta del almuerzo.
El negro miraba con cierto recelo, mientras pensaba ¿Será que voy a tener que cojerme a este puto?.
Por supuesto, terminaron en la cómoda cucheta del enorme camión, donde al ritmo de música brasileña, franelearon como locos.
El grandote se comportó con una gran delicadeza, hasta sacó una botella y preparó una caipiroshca para convidarla, se excusó por que la cashasa se le había acabado. Todo fue perfecto, hasta que llegó el inevitable momento de sacarse la ropa. Cuando la vio desnuda, el negro, se puso blanco y dando un grito de bronca, la sacó afuera a patadas, le tiró la ropa por la ventanilla y furioso arrancó el camión.
Mientras se iba, entre puteadas se lo escucho decir ¡Puta que parió, eu quiria coger homen, no a gorda puta!.
Ese fue el triste fin de su carrera de chofer. Todos vieron a ese extraño ser parado en bolas en medio de la banquina y se rieron de ella con verdadera saña de rudos camioneros. En poco tiempo la noticia se desparramó y Moyanito, tal el apodo que le habían puesto, se convirtió en el hazmerreír de todo el gremio.

Desesperada y abatida por este nuevo fracaso, se refugió en su casa, donde al menos encontró el consuelo que le brindo su hermano. Éste, en definitiva era la única persona que realmente la comprendía. Se llamaba Oscar pero en Palermo era más conocida como la colorada Gisela.
Varios días de conversaciones con él, que conocía a fondo el oficio, terminaron por convencerla, tenía que dejarse de macanas y ser mujer nuevamente.
A su edad y con esa facha no le sería fácil conseguir nuevo trabajo
Pese a todo, la casualidad vino nuevamente en su ayuda.
Le ofrecieron un puesto atendiendo la ventanilla de reclamos de no sé qué repartición municipal. En ella, feliz, pasaba cómodamente sus días poniendo cara de culo a cuanta persona se arrimaba y cumpliendo así a la perfección la tarea encomendada.

Años pasó en este puesto y hasta tal vez hubiera llegado a jubilarse, pero un buen día, sin haber conseguido que una persona lo hiciera, la cirrosis la tumbó.


___________________2005


2 comentarios:

Elsa Gillari dijo...

Excelente relato. Felicitaciones.

Un abrazo:-)

Carlos Podesta dijo...

Gracias Elsa
Lamentablemente a traves de este medio no puedo abrir tu perfil.
Por un casual sos la escultora, instaladora y etceteras?
Un abrazo y nuevamente gracias.
Podestá