Los Sueños

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Tensó la cuerda de su arco con toda la fuerza que le fue posible. Apuntó cuidadosamente al corazón y sin dudarlo efectuó el disparo. La flecha salió velozmente pero, para su sorpresa, un par de metros más allá, cayó pesadamente al suelo.
Rápidamente sacó otra flecha, montó el arco precipitadamente, pero al momento de lanzarla, fue la cuerda la que se cortó esta vez.
Ahora el asombro se le convertía en terror. Miró en derredor, buscando desesperadamente algo con qué defenderse. Por suerte, vió sobre la mesada de la cocina la cuchilla grande. De un salto estuvo a su lado. La tomó y alzándola amenazadoramente se dispuso a dar el golpe mortal. En ese momento comprobó con desaliento que la hoja de su arma se doblaba, como si estuviera hecha de blanda gelatina. Sintió que se le cerraba la garganta y que la pavura le nublaba la vista.
Despertó empapado en transpiración, aterrorizado y con la boca reseca.
Le costó ubicarse y recién, cuando prendió la luz del velador, se convenció de que efectivamente estaba en su dormitorio.

Normalmente no recordaba sus sueños y si algo quedaba dando vueltas en su cabeza, no le prestaba ninguna atención ya que, en general, no dejaban de ser imágenes totalmente deshilachadas, carentes de toda lógica.
Sin embargo, esta reciente pesadilla era diferente. En distintas formas se estaba reiterando y con demasiada asiduidad últimamente.
Recordaba que en otra oportunidad, en vez del arco y flecha, era un revólver el que fallaba y que sus balas o bien perdían velocidad y caían al suelo, o no tenían la fuerza suficiente como para penetrar en el cuerpo de su oponente.
Pensó, con bastante desagrado, que lo razonable sería consultar con un analista para tratar de encontrarle una solución a este asunto de dormir a los saltos y despertarse cagado de miedo.
En realidad este pensamiento duro muy poco. Deshecho la idea por absurda. Aparte de no tenerles la menor confianza, no estaba dispuesto a gastar plata, en la más que dudosa ayuda, que pudieran brindarle estos señores.
Después de todo, como decía el gallego aquel, la vida es sueño y los sueños no sirven para nada, o algo así.

Reconfortado y con renovado optimismo, resolvió formalmente, olvidar el asunto y no dedicarle más tiempo.
No obstante se daba cuenta que muy en el fondo de sus pensamientos, una pequeña lucecita de alarma quedaba prendida.
Tomó unos mates e hizo tiempo hasta la hora de salir para el trabajo
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El día transcurrió con toda normalidad, aburrido y rutinario como siempre. Como siempre, caminó un rato por Florida, mirando minas y riéndose para adentro de la facha de los turistas, que, cargados de bolsas y con cara de boludos, daban vueltas por ahí. Después se metió en el subte rumbo a su casa.

La cosa cambió más tarde. Cuando estaba llegando sintió que alguien corría hacia él. Un inexplicable terror lo asaltó y salió corriendo como loco. Con desesperación comprobó, que paralizado por el miedo, apenas daba unos torpes pasos desmañados. Por pura torpeza tropezó y cayó pesadamente al suelo. Se levantó y nuevamente un tropezón lo hizo rodar aparatosamente. Cuando intentaba pararse, notó que la gente a su alrededor, lo señalaba y se reían de él descaradamente. No entendía el motivo para que se burlaran así hasta que descubrió que no tenía los pantalones puestos. Como pudo, llegó entre risas, hasta el ascensor que, antes que se cerrara la puerta y pudiera apretar el botón del tercer piso, se llenó de mujeres que lo miraban sonrientes o riendo directamente de él y de sus calzoncillos sucios.

Nuevamente despertó asustado y afiebrado. Esta nueva pesadilla agregaba una nueva cuota de preocupación. ¿Y si fueran sueños premonitorios?, ¿Premonitorios de qué?
Ya en la oficina, notando sus ojeras y su cara demacrada, los compañeros lo empezaron a cargar.
Parece que alguien por acá se levantó una minita y le está dando tupido, le decían. Él no los desmintió y en cambio puso cara de haber sido descubierto.
Total, para qué explicarle a estos que su cara de sueño se debía a pesadillas que no lo dejaban dormir tranquilo.

Esa tarde en el subte notó que un hombre lo miraba. Era bastante alto, de grandes bigotes negros, parecía peinado a la gomina. Estaba seguro de haberlo visto antes, pero no recordaba dónde. No le dió importancia al asunto, pero poco después, al salir del subte, camino a su casa, hubiera jurado que ese hombre lo seguía.
Esa noche, si bien no tuvo una de sus molestas pesadillas, durmió mal, dando vueltas en la cama y despertándose a cada rato. Parecía un chorizo en la parrilla, diría Homero.
Ese día, tanto en el viaje de ida como en el de regreso, tuvo la sensación de ser mirado y vigilado, no descubrió nada raro pero, le pareció notar que alguno desviaba la mirada sospechosamente.

Recordando que un compañero de oficina, comentó una tarde, que a través de un cana que conocía, podía conseguir armas baratas, fue derecho a encararlo.
- Che viejo, ¿habrá forma de conectarlo a ese botón amigo tuyo?
- Si, lo veo bastante seguido en el café de la esquina de casa.
¿Qué andás necesitando?
- Haceme el favor, preguntale si no tiene algún fierro para venderme, tiene que ser chico y muy barato.
- Está bien, si lo veo esta noche, le pregunto, pero decime, ¿a quién querés amasijar?
-No pará, es para tenerlo en casa viste, con esto de la inseguridad, al final te llenan la cabeza.

En el subte, le pasó lo mismo que en el día anterior, pero, para completarla, de nuevo vió al hombre de bigotes.
Nervioso bajó en una estación antes, espero a que fueran a cerrarse las puertas y a último momento saltó al andén. Con alivio notó que el tipo seguía viaje, aunque mirándolo con cara de asombro.
¡Esta vez te cagué!, pensó, andá a seguir a tu abuela.
Caminó lentamente hasta su casa pero no notó nada raro.

Al entrar a su departamento, le llamó la atención un papel tirado en el piso. Lo habrá pasado alguien por debajo de la puerta, se dijo.
Era una nota.
El texto lo dejó totalmente confundido y desconcertado.
FLACA NO TE SIGAS HACIENDO LA BOLUDA POQUE TE VOY A CAGAR A PATADAS. No tenía firma.
Estas pocas palabras lo hundieron en un mar de dudas. Primero, ¿por qué lo llamaban flaca en vez de flaco? Segundo, ¿qué boludes estaría haciendo como para que lo quisieran cagar a patadas? ¿Sería el autor el de bigotes?
Las preguntas saltaban una tras otra, pero no les encontraba respuesta lógica a ninguna. Pasó la noche en vela rompiéndose la cabeza. Recién a la madrugada, se le ocurrió algo razonable.
Había un error, alguien se había equivocado de piso. Justo arriba vivía una flaquita medio rapidita, seguro la nota era para ella.
Dispuesto a sacarse ese problema de encima, subió al cuarto piso y pasó el papel por debajo de la puerta del departamento que quedaba justo arriba del suyo.
No había terminado de pararse del todo cuando la puerta se abrió de golpe. Un tipo grandote, apareció en la entrada llenándola casi totalmente. Tendría unos cuarenta y cinco años y llevaba el pelo muy corto. Se quedo un momento mirándolo fieramente, para luego agacharse a recoger la nota y echarle una rápida ojeada.
Él, lo reconoció enseguida, pese a que siempre llevaba puestos un par de anteojos negros y ahora no. Se lo había encontrado más de una vez en el ascensor. Nunca cambiaron una sola palabra, el hombre pasaba a su lado como si no existiera y en más de una oportunidad le pareció notar un gesto de desagrado porque le hubiera parado el ascensor en el tercero, para bajar el también.
La cara del individuo, ahora, se había puesto roja, los ojos parecían echar chispas. Lo agarro de la corbata y comenzó a zamarrearlo como si fuera un pelele, mientras le decía:
¡Así que sos vos el hijo de remil putas que esta jodiendo a mi hija! No hubo tiempo para réplica alguna.
Lo llevó a los empujones hasta la escalera. De una tremenda patada en el culo lo mando para abajo.
¡Porquería de mierda! ¡No vale la pena gastar una bala en vos, pero te juro, si volvés a aparecer o te me cruzas en algún lado, te cago a tiros!

Dolorido y humillado, se metió en su departamento. Pasó un largo rato sentado, para poder serenarse un poco. Este energúmeno no bromea, se dijo. Tuvo que cambiarse los pantalones, se había meado encima.
No se animaba a asomar afuera ni la nariz. Pero no tenía más remedio que ir a trabajar. Llegó tardísimo y se ligó un reto del jefe, por la hora y por su aspecto desaliñado.
Para completar, se encontró en el subte, esta vez de ida, de nuevo con el bigotudo, y notó que lo observaba disimuladamente.
Ya no le quedaron dudas, este lo estaba siguiendo y no debía tener buenas intenciones, con esa cara de asesino.
En la oficina, su compañero le dijo que el cana lo esperaba esa noche en el café. Parecía que le había conseguido algo baratito, que llevara ciento cincuenta pesos.
Esto lo reconfortó, si bien la suma le pareció una enormidad para su magro presupuesto, el hecho de salir de ahí esa noche acompañado y la posibilidad de llegar a su casa armado, hicieron que se sintiera un poco mejor.
El policía, los esperaba en una mesa tomándose un vermouth con un montón de platitos y con aires de suficiencia. Este es una rata, pensó él.
Le traía un treinta y ocho corto, lechucero, que se veía bastante arruinado y medio oxidado. Él le dijo que si bien no entendía absolutamente nada de armas, le parecía un poco excesivo el precio que le pedía por un revólver que, a simple vista se notaba, no estaba en las mejores condiciones.
El otro, largo una carcajada notoriamente falsa. Le explicó, que no debía fijarse en el aspecto, todo lo que necesitaba era una buena limpieza y que si le parecía caro, no se preocupara porque esa arma se la sacaban de las manos ya mismo. Era imposible que consiguiera otra, sin número, por esa miseria y que después de todo él no la usaría, seguramente, en ningún concurso de tiro.
Estas y algunas razones más, sumadas a su ignorancia, y a la necesidad que creía tener, de estar armado lo más pronto posible, le hicieron pagar ya, sin chistar.
El vendedor, una vez embolsado el dinero, se fue alegremente, dejándole la cuenta de la consumición a pagar, igual que la de su amigo.
Por suerte, esa tarde había pedido un adelanto de doscientos pesos, que le alcanzaron justo para pagar todo. Ya vería como sobrevivir el resto del mes.

Regresó a su casa dando una larga caminata, para no gastar más plata.
Esta vez caminó con paso seguro, sintiendo el peso de su arma en el bolsillo y mirando con cara desafiante a todo aquel que creía que lo estaba mirando.
Antes de entrar al edificio, miró detenidamente para todos lados, primero para ver si lo seguían y segundo para asegurarse de no toparse con el del cuarto. Observó con alegría que no había en ese momento nadie en los alrededores. Seguramente nadie habría pensado verlo volver tan tarde un día de semana.
Una vez arriba, se dedicó con cariño, a limpiar y aceitar, su chiche nuevo. Tenía nada más que cinco balas, por cierto, con un aspecto bastante añejo. Las limpio lo mejor que pudo. Cuando tuviera unos pesos vería si conseguía comprar nuevas. En general, pese a sus esfuerzos, el conjunto no mejoró mucho. Sin embargo, se sentía realmente feliz con ese artefacto y se pasó horas, apuntado y gatillando para todos lados, por supuesto sin balas.
Frente al espejo, practicó largo rato, sacándola y disparándole velozmente, a su propia imagen. Se sentía un cowboy o un gangster de Chicago.

Nervioso y alerta, con los músculos en tensión, tampoco esa noche durmió mucho.
Viajó mirando para todos lados, tratando de descubrir si alguien lo estaba observando. Sobre todo lo preocupaban eso dos tipos con anteojos negros que, sentados un poco más atrás, se hacían los que leían el diario. No había notado en qué momento subieron y se sentaron. En la calle, cada dos pasos, se paraba y observaba con detenimiento para saber si era seguido.
Cuando por fin se sentó frente a su escritorio, notó extrañado, que ahora eran sus compañeros los que lo miraban con cara rara y hasta le pareció ver algún signo de inteligencia entre dos de ellos.
Sin hablar con ninguno y en total silencio, pasó el día haciéndose el que trabajaba, mientras con disimulo, los estudiaba a todos, tratando de pescar algún comentario adverso a su persona.
A la salida, se dirigió a la calle Florida donde con paso rápido trato de perderse entre la gente. Con cautela y siempre vigilante, tomó esta vez un subte diferente y en dirección contraria a su domicilio. Dejó pasar un par de estaciones y velozmente, bajando, subió al coche que salía para el otro lado. Convencido de haber despistado a sus posibles seguidores, hizo las combinaciones necesarias para regresar a casa.
Como nada en el entorno le llamó la atención, bastante más tranquilo, buscó la llave en su bolsillo.
Cuando iba a introducirla en la cerradura, sintió a sus espaldas, unos pasos rápidos, que lo hicieron sobresaltarse. De un brinco se dió vuelta y vió espantado al hombre de los bigotes negros que, con una extraña expresión en el rostro y con cortos, pero apresurados pasos, se dirigía hacia donde estaba él.
Saltó al medio de la vereda dispuesto a salir corriendo. Pero, recordando que ahora estaba armado, sacó su revólver decidido a terminar este asunto de una vez por todas. Apuntó directo al individuo que se acercaba gritando algo que no alcanzo a entender, y disparó.
Con horror, comprobó que sólo se escucho el “clic" del percutor.
Nuevamente volvió a gatillar, esta vez sí, con potente estampido y notoria cantidad de humo, la bala había salido, dejando un pequeño orificio, señal de su paso, en la vidriera de la florería.
Con apuro y tratando de apuntar mejor, repitió la operación. El ruido fue ahora mucho mayor. Aparentemente, la traba del viejo artefacto, no resistió. Realmente resultaba increíble ver la gran cantidad de trozos de metal que podía producir una cosa tan pequeña. Habían quedado, acompañados de uno que otro dedo, desparramados por todos lados.
Uno de estos pequeños trozos, se le clavó en medio de la frente. Otro le entró por el ojo y quedó instalado en su cerebro.
La gente se arremolino a su alrededor al igual que el hombre de los bigotes, que lo miraba despavorido.
Paró un patrullero, que por casualidad pasaba, rumbo a la pizzería.
Uno de policías hacía preguntas al portero del edificio, mientras el otro, notando que todos se separaban del bigotudo, dejándolo sólo, fue directamente a interrogarlo.
-¡A ver usted, explíqueme inmediatamente qué está pasando acá!.
- No sé agente, yo venía apurado a mi casa por que no llegaba al baño y este loco de mierda se puso a gritar que me iba a matar y empezó a los tiros. Parece que le explotó el revólver en la cara.
-¡Ajá! ¿Y usted dónde vive?
- Acá nomás, en el edificio de al lado.
-Bueno está bien, vaya a su casa, cámbiese de ropa y después venga a seguir contándome.
-Gracias agente, bajo enseguida.

Tenía razón el gallego, los sueños son una porquería, o algo así.

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2 comentarios:

Gaby Caminos dijo...

Una historia muy interesante. ¿Era Calderón de la Barca o Lope de Vega el que decía que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son...? Siempre los confundo. El cuento me hace pensar no sólo en el margen que separa el sueño de la vigilia, sino en el peligro de no reconocer la diferencia entre un estado y el otro.Lo saludo cariñosamente.

Carlos Podesta dijo...

Estimada Rubia Gabriela: me sorprendio la aparicion de tu comentario. Acababa se subir el cuento y todavia no habia subido los cuadros que queria mostrar.
Efectivamente el autor fue Don Calderon. me alegro te gustara el cuento. No pretendo ser un escritor apenas un escribidor.Un afectuoso saludo . Podestá