Innominato

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Se metió el cañón del arma en la boca y apretó el gatillo.
La pared quedo manchada de sangre y pedazos de sesos esparcidos por todos lados.
El otro se quedo paralizado y boquiabierto. No alcazaba a entender el extraño comportamiento del suicida.
¡Qué tremendo boludo! Se dijo por fin. Evidentemente era un boludo y un boludo es solamente eso, un boludo y de un boludo lo único que se puede esperar es que haga boludeces.
Más tranquilo, luego de este razonamiento, comprendió que debía actuar con premura.
Rápidamente buscó los papeles que había venido a buscar. En el portafolio del muerto, los puso junto con algunos documentos que le parecieron de importancia. Por las dudas, en un par de disquetes, copió los archivos de la computadora y la dejó en blanco. No sabía si había algún registro de sus actividades. Cuanto menos se lo conociera, mejor.
Limpió prolijamente todos los lugares que recordaba haber tocado y salió del edificio aparentando la mayor tranquilidad.

Se metió en el subte, bajándose en Once. Recordaba que en la calle Catamarca había visto un local donde se hacían embalajes. Allí hizo hacer una buena encomienda con el maletín que contenía los papeles, documentos, títulos y disquetes. En una empresa de micros cercana, los despacho a su nombre a la terminal de Posadas.
Ya liberado de la comprometedora carga, tomó un colectivo que lo acercaba al hotel, donde estaba parando, en la zona de Constitución.
Prefería cualquier transporte público, pese a los apretujones y al calor, que tomar taxis o remises. Era mucho más fácil pasar desapercibido.

El autobús, que ya venía bastante lleno, completó totalmente su capacidad y algo más. Molesto y acalorado, fue pasando al interior del coche y por pura casualidad, quedó pegado a la espalda de una atractiva y bien formada joven. No tenía la menor intención de molestarla, pero no había forma de apartarse.
Notó que olía muy bien. Una mezcla de perfume y desodorante, combinados con un fondo de transpiración y aroma a sexo femenino, le subían por el cuello. Él era demasiado sensible a los olores como para no sentirse perturbado y preocupado por las lógicas consecuencias, que ya se hacían sentir. Temía una reacción airada pero, por el contrario y para su sorpresa, la joven pareció que buscaba un mejor y mayor contacto. Lentamente, fue imprimiendo a sus caderas un suave y rítmico movimiento.
El micro, estaba ahora bastante menos lleno, sin embargo ninguno de los dos hacía nada por separase. De pronto, cuando él estaba a punto de explotar, ella, se separó, se dirigió directamente a la puerta y apretó el timbre para bajar.
Él se recompuso lo mejor que pudo y bajó detrás de ella.
Ya en la vereda la mujer, sin dirigirle ni una mirada, comenzó a caminar resueltamente con paso rápido. Unos metros más adelante, se detuvo ante una vidriera a hacer un detenido estudio de los zapatos que allí se exhibían.
Un rato más tarde y después de haber tomado un café, se dirigían a buen paso, hacia el hotel.

Agradeciendo a todos los santos del cielo y sus alrededores, sabiendo que lo mejor que podría haberle ocurrido, después de ese día de emociones violentas, era encontrar una niña así, subieron a su dormitorio.
Ya en la cama, ella demostró ser una verdadera maestra. Parecían interminables la cantidad de masajes eróticos, las posiciones y hermosas cochinadas que era capaz de inventar. Jugaron largo raro, hasta que él, totalmente relajado, cayó en un profundo sueño.

Despertó a la madrugada, ella ya no estaba, tampoco su billetera.
No se preocupó mucho, era muy precavido y por las dudas, había retirado de la misma, documentos y tarjetas. La plata que quedaba, la fulana se la había ganado sobradamente.
Desayunó, preparó su equipaje y luego de pagar el hotel, se fue para aeroparque, donde llego con el tiempo justo, para subir al avión que lo llevaría a Posadas.

Luego de tomar una habitación en un discreto hotel de la calle Líbano, intentó retirar de la terminal la encomienda, pero debió esperar un día más hasta que ésta llegara.
En cuanto la tuvo en su poder, a la mañana bien temprano, tomó la lancha y cruzó a Encarnación, poniendo su mejor cara de turista en viaje de compras.
Se dedicó a recorrer negocios de ropa, en esa especie de mercado persa, hasta que se convenció que nadie lo seguía. Entonces se dirigió a un local más grande, donde vendían ropa deportiva.
La empleada lo miró con cara de asombro, cuando él le pidió que le mostrara una camisa roja con flores amarillas. Desconcertada le informó que en ese negocio no vendían prendas así, a lo que él respondió exigiendo la presencia del encargado.
Este, que observaba atentamente la escena, se acercó y sugirió cortésmente a la vendedora que atendiera a un cliente que acababa de entrar. A él, le pidió que lo acompañara, ya que creía que quedaban una o dos camisas como las que buscaba.
Entraron así a un probador que tenía en la pared del fondo un gran espejo. Cerrando la cortina que cubría la entrada y al constatar que no eran observados por nadie, el encargado, abrió el espejo, que disimulaba una puerta. Transpuesta ésta, tuvieron acceso a un oscuro pasillo que los llevó, luego de bajar unos cuantos escalones, a una amplia habitación.
El mobiliario, compuesto por dos pequeñas camas, una mesita con una garrafita con calentador y algunos enceres de cocina, un escritorio con una computadora y pocas cosas más, le daban un definitivo aspecto de aguantadero.
Mientras esperaban la llegada de un tercero, se dedicaron a revisar los papeles y el contenido de los disquetes. Bastó un análisis superficial, para que se dieran cuenta que tenían entre sus manos una verdadera bomba. Cuando sacó todo aquello del despacho del ahora muerto, su interés era simplemente no quedar él o su gente, al descubierto, pero el resultado había sido mucho mayor a lo esperado.
Tenían ahora, pruebas irrefutables de una serie de hechos ilícitos, que implicaban a importantes personajes de la política y de las finanzas de los dos países.

Comprendieron que debían moverse rápidamente.
Él cruzó nuevamente a Posadas, desde donde efectuó varios llamados de teléfono, arreglo cuentas en el hotel y a primer hora de la mañana, regresó a Encarnación. Esta vez en colectivo. Del otro lado del puente, ya lo esperaba un auto, con el que partieron a toda velocidad para Asunción.
El viaje le resulto interminable.
Una vez en la capital paraguaya, se reunió con dos o tres, al parecer importantes funcionarios. Esa noche, pese a las invitaciones que recibiera, cayó rendido en la habitación del hotel.
Nuevamente a la mañana muy temprano, pasó a la Argentina, esta vez a Clorinda. En Formosa, luego de muchas vueltas, consiguió que en una avioneta y por una respetable suma de dinero, lo llevaran a la capital de la provincia de Salta. Lo horrorizaba la idea de tener que hacer la ruta ochenta y uno en auto, con el calor que estaba haciendo.
En la misma tuvo una larga y acalorada reunión con el gobernador provincial. Durante dicha reunión, recibieron una noticia inesperada.
La noche anterior, un voraz incendio, había destruido, una tienda de ropa deportiva en la ciudad paraguaya de Encarnación. Todavía no se sabía cómo se había originado. En su interior, encontraron cuatro cuerpos calcinados. Tan quemados estaban que era imposible identificarlos. Suponían que uno pertenecía al propietario y otro, talvez, al encargado. En el cráneo que estaba en mejor estado, se observaba un agujero, que bien podría haber sido producido por una bala, de toda forma no se podía aseverar nada hasta tanto no se realizaran todos los estudios del caso.

Reflexionando sobre lo ocurrido, tomó verdadera conciencia de la gravedad del caso y se dic cuenta de que lo seguían de cerca. Debía apresurar las cosas.
Partió a la mañana siguiente, en el Beechcraft de la gobernación, rumbo a La Rioja, donde se entrevistó con un importante empresario y con personeros de un gobierno anterior. Uno de éstos, le presentó a una joven, que si bien le pareció medio tonta, no estaba mal del todo. Tenía unos grandes ojos negros, como de vaca degollada, pensó y una gran boca de sonrisa estereotipada que le daban aspecto de boba. Después de todo, con los días de tensión y fuertes emociones que venía teniendo, se dijo que mal no le vendría una noche de relax, con esta provinciana con cara de turca.
Ella aceptó la invitación a cenar y él pronto se dió cuenta de sus humos de gran dama y de sus pretensiones de aristócrata. Era notorio que los viajes a diferentes países, que había hecho acompañando a su padre, le habían llenado la cabeza de mierda. Ahora estaba radicada en Miami y sólo esporádicamente regresaba a su provincia natal.
Esa noche en la cama, debió reconocer que le hubiera resultado mucho más agradable haber salido a buscar cualquier chinita, antes que aguantar a esa estúpida y frígida mujer. Lo peor, era que debía tratarla con cuidado, en atención a sus relaciones y parentescos. Era toda gente con la que no le convenía estar en malas relaciones en estos momentos.

Se la sacó de encima lo mejor que pudo y habiendo terminado con los encuentros y conversaciones que lo habían traído hasta aquí, resolvió viajar a Buenos Aires lo antes posible. Esta vez lo haría en una aerolínea comercial.
Pocos minutos después de iniciado el vuelo y cuando se disponía a pedirle a la azafata que le alcanzara un whisky, vio con asombro por la ventanilla, que de una de las turbinas, salían llamas y humo negro. Segundos después explotaba, mientras la otra, simplemente dejaba de funcionar. Por más que el piloto intentó, no pudo llegar a Pajas Blancas. El avión se estrelló en plena sierra. No hubo sobrevivientes.

En el listado de pasajeros que entregó la empresa, figuraban cuarenta y un personas, incluida la tripulación, sin embargo, los rescatistas encontraron cuarenta y dos cuerpos. El cuerpo encontrado de más, no pudo ser identificado, ya que pese a tener con él cuatro documentos de identidad con diferentes nombres, eran todos falsos.
Nunca se pudo saber quién era realmente, no existían registros sobre su persona.
En cuanto al famoso portafolio y a su contenido, tampoco se pudo saber nada. Simplemente desapareció y nadie llego a conocer su existencia.

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