El turco

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Nadie sabía muy bien cuando o como había llegado.
Algunos suponían que lo hizo con Pigafetta a bordo de la nao Trinidad, otros aseveraban en cambio, que llego como marinero de la goleta Feuerland junto con Plüschow. Me inclino a darle mayor credibilidad a la segunda posibilidad ya que no encontré, en los detallados escritos del lombardo, ninguna referencia a su persona. (Ver “Relación del primer viaje alrededor del mundo” de Antonio de Pigafetta.). Tampoco aparece, nombrado para nada en “Sobre la Tierra del Fuego “, del famoso marino-aviador pero, por una cuestión de fechas, supongo más razonable esto último.
El hecho de no figurar en este libro, podría deberse a un problema de seguridad ya que, como es bien sabido, salió de su Polonia natal, con gran sigilo por la manifiesta enemistad que le demostraron sus vecinos.
El hecho es que, fuera como fuera, el polaco Karol Klitenic se quedó en Tierra del Fuego hasta el final de sus días.
Sólo unos pocos sabían porqué, a un tipo medio rubión, bastante colorado y con ese apellido, le decían El Turco.
Aparentemente esto se debía a la rara costumbre que tenía de tomar por detrás tanto a las ovejas como a las señoras. Esta rara costumbre parecería ser la que produjo el disgusto de sus conciudadanos, quienes le achacaban el desfloramiento de varios jóvenes de respetables familias.
Sin embargo jamás aceptó ninguno de los cargos que se le hacían justificándose, en cambio, diciendo que la gente era incapaz de comprender su total falta de interés en la trascendencia a través de la descendencia.

En su deambular por la isla, conoció a Popper, ese otro extraño personaje, que al frente de su grupo de aventureros se dedicaba, como negocio a buscar oro y como deporte a matar indios. Esto último, fue lo que decidió su pronta y alegre unión a las huestes del rumano.
Una vez más, su extraña costumbre, le produjo problemas.
Sus compañeros lo expulsaron de la casa comunitaria donde se alojaba y no tuvo más remedio que construir su vivienda personal con champas de pasto, igual a las otras, pero un poco mas pequeña y alejada del resto.
Dispuesto a no pasar solo las frías y húmedas noches, consiguió la compañía de una joven selknan. Ésta, aparentemente, se sentía mal pensando que su familia la repudiaría por cohabitar con un blanco. Para evitarle a su compañera este sufrimiento, los eliminó a todos. Esta noble actitud fue muy valorada por el resto de los integrantes del grupo.
Pese al mejoramiento de su situación, su espíritu inquieto, le indicó la necesidad de buscar nuevos horizontes. En realidad influyo en su decisión, la persistencia con que Popper pretendía ubicar el faltante de una respetable cantidad de oro.
Vendió entonces, a la que cariñosamente llamaba su india de mierda, al integrante del grupo con el que menos mal se llevaba. Si bien había intentado en varias oportunidades, sin éxito, sodomizarlo, éste no le guardaba rencor.
Una fría noche partió tierra adentro, sin que nadie se enterara.

Llegado que hubo a un hermoso bosque, pensó que este era un buen lugar para desarrollar algún tipo de industria maderera. Idea que dejo de lado viendo que, ni Tolhuin ni Cami, se habían fundado aún.
Se radicó entonces en Ushuaia. En esta ciudad por suerte nadie lo conocía y en ella seguramente podría hacer buenos negocios.

Allí conoce al que a la postre sería su socio y mentor. Se apellidaba Ferrari, pero lo conocían como El Chino. Este Ferrari era un sargento retirado, no por su gusto, de la Federal.
Se hacía evidente que le era conveniente estar a la mayor cantidad de kilómetros de Buenos Aires.
A poco de cambiar las primeras palabras, comprobaron que los unían tanto sus posiciones morales como filosóficas y una gran comunión de ideales. Resuelven entonces reunir fuerzas en pos de lograr la concreción de dichos ideales comunes.
Abren, en las afueras del pueblo, un cabaret. Lo denominan El mono azul.
La competencia era mucha y con el correr del tiempo comprobaron que su facturación era muy pobre.
Puestos a hacer un análisis detenido de la situación, llegaron a la conclusión de la urgente necesidad de efectuar serios cambios en su negocio.
Sus competidores, habían importado mujeres del norte, tanto argentinas como chilenas y hasta alguna europea en decadencia.
Ellos en cambio, por ahorrar dinero, se habían conformado con salir a cazar a algunas yámanas, traer de puerto Williams a tres o cuatro alacalufes, más un par de onas del interior de la isla, que les vendió a buen precio Ramón Lista.
En principio creyeron ofrecer así un amplio espectro como para satisfacer las necesidades de los marineros que llegaban a ese puerto en busca de cariño. Lo que no tomaron en cuenta, era que la gran fealdad de sus pupilas, sumado al olor que despedían, sobre todo las costeñas, mezcla de ballena en descomposición y a cholga ahumada, no las hacía para nada apetecibles.
Decidido entonces el cambio, ponen en venta a sus dependientas. Con gran pena deben liberar a gran parte, por no haber quien se interese en las mismas.
El siguiente paso fue importar del norte a un reducido grupo de muchachas tobas. A estas las vistieron con polleras de vivos colores.
En el local pintaron grupos de palmeras y cambiaron el nombre del cabaret, por el de “Club nocturno el Pol Goguén del sur”.
El éxito fue rotundo. Atraídos por el ambiente exótico, marinos de paso y lugareños, colmaban las instalaciones del boliche todas las noches. Comenzó entonces una época dorada en la existencia de ambos socios.
La plata entraba a raudales, y si bien se robaban mutuamente, este era un riesgo que los dos tenían perfectamente asumido.
No obstante la bonanza, algunos nubarrones comenzaron a aparecer en el horizonte.
El comisario se ponía muy molesto, cuando notaba el interés conque su amigo lo miraba irse. A la vez, el Turco, veía con gran preocupación y nerviosismo, al otro, mirándolo fieramente y limpiando con detenimiento su pistola.
Por suerte para ellos, atraído por las pingues ganancias que dejaba el club, apareció un misterioso comprador de raro acento árabe-riojano, que ofreció por este muy buen dinero.
Concretado el acuerdo y antes que las cosas se pusieran peores, uno pa vos y uno pa mi, rápidamente hicieron el reparto y cada uno rumbeó para su lado
El chino se fue para Grande, donde ingresó a la policía territorial con el grado de Comisario Mayor. Esto le permitió mirar al futuro con renovado optimismo, sobre todo, pensando en las puertas que se abrían para sus futuros negocios. Pese a esta aparente felicidad, cada tanto, una sombra de tristeza empañaba sus ojos recordando la forma cariñosa con que lo miraba, de atrás, su ex socio.
El Turco, se quedó en Ushuaia. Hizo algunos pequeños negocios con Pascual in, sobre todo en el rubro aceites y cueros de lobo marino, pero, notando la creciente impopularidad, de su nuevo socio, prefirió alejarse de él, para no quedar pegado.
De todas formas, el dinero colectado desde su llegada a la isla le permitiría vivir un buen tiempo sin preocupaciones económico-financieras.
Pasa así un tiempo de tranquilidad y jolgorio, y pese al enojo de los Bridges y de los Salesianos abre su propio templo-misión.
La llama “La nueva misión para la liberación retroactiva”
Está dispuesto a catequizar a los indios e indias jóvenes.
Se lo acusa de querer convertir a esta misión en una nueva Sodoma, pero él, se defiende afirmando que sus intenciones son simplemente las de querer transmitir su espiritualidad a través de nuevos caminos y por medios alternativos de conocimientos retroalimentados. Nadie entendió muy bien que quería decir con esto, pero sí, estaban seguros que no debía ser nada bueno.
Si bien esta nueva ocupación no le producía ingresos notables, por lo menos, la misión, se autoabastecía con la venta de las variadas artesanías que fabricaban sus indiecitos.
Así transcurrió un tiempo de bucólica felicidad, encantado con la posibilidad que se le brindaba de introducir, casi todas las noches, a alguien, profundamente en el conocimiento.
Un hermoso y soleado día, raro para esa época de incipiente primavera, correteaba desnudo alegremente por la playa, en pos de una jovencita que escapaba lo más rápido que podían sus patitas.
Ésta se subió a unas piedras y desde allí se zambulló en las frías aguas del canal, para escaparse nadando.
Él prefirió seguirla corriendo por la costa, mientras pensaba ¡En algún lugar vas a tener que salir, turra!
Por correr mirando a la nadadora, tropezó con una piedra y cayo de cabeza al agua. Estaba realmente fría, así que rápidamente nadó hacia la parte más baja de la orilla, sabiendo que no podría resistir mucho tiempo esa temperatura. Cuando estaba ya por salir, sintió un arañazo en la pierna, era una tremenda centolla que, atraída por lo que creyó un sabroso gusanito, con una de sus pinzas, se lo cortó de un solo tijeretazo.
En esos tiempos, las centollas eran muchas y realmente grandes. Rápidamente aparecieron otras que se dieron un verdadero festín con él.
La noticia de su extraña muerte se conoció con prontitud en el pueblo, donde si bien fue festejada, no lo fue tanto como en su misión, donde a mas de los festejos, todos sus habitantes aprovecharon a desparramarse alegremente, por los bosques y quebradas del interior de la isla, para no aparecer nunca más.
El que apareció poco tiempo después, fue el Chino Ferrari, quien no dudó en enfrentar el paso Garibaldi, todavía cargado de nieve, al frente de un reducido grupo de policías
Según explicó, su mayor interés, era iniciar una investigación para aclarar las causales de la muerte de su ex socio. De paso incauto los bienes del occiso para tenerlos en custodia, según arguyó, hasta que algún familiar directo los reclamase.

Dicen, que alguien lo vió quedarse por largo rato, mirando la danza de los cochayuyos y con una lágrima en los ojos arrojar unas flores al canal.




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