La Quemazón

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Uno a uno, lentamente al principio, los árboles comenzaron a contagiarse.
Cordialmente, se pasaban las llamas unos a otros.
No sabemos cómo comenzó. Colaboraron, indudablemente, el hecho de no haber empezado aún la época de las lluvias, la cantidad de hojas acumuladas en el suelo durante el invierno y las altísimas temperaturas, raras, para esta altura de la primavera.
Las hojas, los pastos y los matorrales secos, hacían que el fuego se moviera a gran velocidad a ras del piso. Cualquier brisa un poco más fuerte, levantaba las llamas, encendiendo los arbustos y árboles de madera blanda. Los cebiles y lapachos, se prendían por la base, y lentamente se convertían en grandes brasas, hasta caer, dejando su figura dibujada en grises cenizas, sobre el negro del suelo.
Algunos pájaros, desprevenidos, no alcanzaban a levantar vuelo y se quemaban en las altas ramas, al igual que las liebres y otros bichos que no escapaban a tiempo de sus cuevas.

Ahora el fuego corría a gran velocidad por el monte, dirigiéndose directamente a la ranchada, donde ajenos a todo, dormían los cuatro.
Habían caído rendidos en sus catreras después de un día agotador. A esto se le sumaba el abundante vino con el que acompañaron al dorado que comieron.
Cardona, se despertó furioso por los gritos de los monos y los insistentes ladridos del perro. Quería moler a palos a ese choco de porquería, pero pronto, el humo, lo hizo despabilarse y comprender la situación. A los gritos y a los golpes, despertó a los otros.
Alcanzaron a juntar algunas pilchas y a salir corriendo para el arroyo, justo antes que se les quemara el ranchito de palo a pique, que levantaran dos días antes. Al llegar a éste, mojaron trapos y camisas para taparse boca y narices, el humo ya amenazaba con ahogarlos.
Al trote, rumbearon aguas abajo, tratando de llegar al Bermejo, que por suerte no quedaba lejos.
Mientras corrían, tuvieron que esquivar a más de un bicho, que escapando también a la quemazón, pasaban en todas direcciones, sin prestarles la menor atención.
Lo más peligroso hubiera sido pisar alguna víbora o toparse de golpe con algún grupo de chanchos de monte, que capaz les pegaban una atropellada.
Las corzuelas corrían a lo locas sin saber muy bien para dónde ir. Como un bólido, atropellando las matas, apareció un anta con su cría y a lo lejos alcanzaron a ver a un jaguar que desaparecía rápidamente, mientras, un gualacate, se zambullía en el agua, y nadando velozmente, se les adelantaba.
Con la lengua afuera y medio sofocados, llegaron por fin al río más grande. Forzosamente debían cruzarlo si es que pretendían estar un poco más seguros en la orilla de enfrente.
Esto no se veía muy fácil. El calmo río de transparentes aguas de días atrás, ahora había tomado su color marrón rojizo y bajaba con notoria fuerza. Metía miedo con los ruidos que hacían las piedras que se chocaban al ser arrastradas por la correntada.
Evidentemente, más al norte, ya había empezado a llover.
Pese a las vacilaciones que el espectáculo les produjo, cuando empezaron a sentir el bramido del fuego a sus espaldas, se metieron al agua y comenzaron a nadar desesperadamente para el otro lado.
La corriente los arrastraba como si fueran hojitas secas y a duras penas, consiguieron llegar a la otra margen. Salieron a más de quinientos metros aguas abajo.
No todos lo lograron, a Segundo Quispe, lo encontraron después, entre unas piedras, bastante más lejos.
¡Indio bruto!, Fue el comentario del cholo Gutiérrez ¡Si no se ahogaba, se hubiera terminado cortando el cogote con su propio machete!
Taparon el cuerpo con unas piedras, lo mejor que pudieron y lo más lejos del agua posible, para que la creciente que se avecinaba, no se lo llevara.
Enfrente ya se veían las primeras llamas, lo que les hizo comprender que no estaban para mucha ceremonia. En cualquier momento, el fuego se cruzaba, había que apurarse. Buscaron una vieja picada de contrabandistas de coca, que sabían por allí estaba y rápidamente, rogando no encontrase con ninguna patrulla de gendarmes, se internaron por ella.
El chato Cardona, mientras movía rápidamente sus cortas patitas, con los ojos llenos de lágrimas, intentaba sacarle el agua a su más preciado bien, un charango que lo acompañaba desde hacía ya mucho tiempo y que pese a sus esfuerzos, se había empapado en el cruce.
Más atrás, Timoniel Pérez, el más gordo de los tres, avanzaba resoplando ya al borde del desmayo.
Mal dormidos, cansados y hambrientos, cuando creyeron haberse alejado lo suficiente, se tiraron un rato al borde de una pequeña laguna. Era evidente que allí no podrían quedarse, debían encontrar un lugar donde hacer noche y algo para comer.
Por suerte, Timoniel, había salvado su machete y el Cholo tenía su honda hecha con una cámara de auto. Con eso, seguramente, algo cazarían.
Anduvieron un rato más hasta llegar a un pequeño arroyito. En una de sus márgenes, encontraron un descampado, bastante limpio de yuyos, no muy grande, pero lo suficiente como para pasar la noche.
Mientras Pérez cortaba unos palos para hacer las catreras, que les permitirían dormir sin hacerse mayores problemas por los bichos rastreros, el Cholo y el Chato se dedicaron a buscar algo que se dejara cazar, para la comida.
Aparecieron trayendo, un lobo de río, con mas gusto a pescado podrido que otra cosa, una paloma montera, dura como piedra y un acutí. Este último era lo mejor, pero con el hambre que tenían, se comieron todo. Un rato alcanzaron a dormir, pero, primero el frío de la noche y el humo que llegaba los convenció de la necesidad de seguir camino.
Extenuados, llegaron bien entrada la noche a Aguas Blancas, donde acurrucados contra una pared, esperaron el amanecer.

Después de mucha charla y promesas, convencieron al chofer del micro, que los llevara a Oran, sin cobrarles.
Una vez en el pueblo, se fueron derecho a verlo al turco Jalil, que era quien los había contratado.
El turco, se puso como loco al enterarse de la suspensión de los trabajos
La picada debió estar terminada justo antes de las lluvias. Ahora, con la quemazón, perdería la protección del monte y su vehículo sería fácilmente detectable.
Su intención era llegar con el cargamento desde Santa Cruz hasta cerca de Tarija y desde allí, con una 4x4, por la picada llegar al Bermejo, cruzar la merca en una chalana y de ahí seguir por tierra a San Pedro o a Oran.
Ahora, sus planes deberían suspenderse hasta fines del verano y perdería mucha plata.
En tono lastimero, los tres, le rogaban al patrón que les adelantara unos pesos, para poder comer y tratar de recuperar algo de lo perdido, que si bien no era mucho, para ellos significaban, prácticamente, todos sus bienes terrenales.
Después de mucho argumentar, consiguieron ablandarlo un poco. Les tiró unos pesos con la condición de que se trasladaran rápidamente a Tarija y comenzaran el trabajo desde la otra punta, llegando de paso hasta la zona del incendio, para evaluar la posibilidad de completarlo antes de la lluvia.
Él sabia que esto ya no era posible, pero por lo menos adelantarían algo.

Lo primero que hicieron, fue darse un atracón de comida y cerveza, en un bolichito cercano a la estación, para luego comprar los avios necesarios.
Aparte de un poco de carne, galletas, harina y algunos vicios, se llevaron una damajuana de vino, y a instancias de Timoniel, una buena cantidad de cajitas de vino, una manta para cada uno, dos machetes y algunas pocas cosas más. Todas estas cosas eran más baratas de este lado y además las anotaban en la cuenta del turco, si necesitaban algo más lo comprarían en Bermejo o en Tarija.
Cardona, se compró una bolsa de plástico, la que consideró lo suficientemente impermeable, como para llevar su desvencijado charango, esperando poder restaurarlo más adelante.
El cholo Gutiérrez, consiguió que un conocido, le prestara un revólver, con la promesa de traerle, a su regreso, una caja de balas. Del otro lado se conseguían y eran mucho más baratas.
Deberían perder uno o dos días en Tarija, hasta encontrar a alguien que conociera bien la zona, ya que, con la muerte de Quispe, el grupo se había quedado sin baqueano.
En el pueblo tuvieron la agradable sorpresa de un encuentro inesperado. Al trotecito y moviendo la cola, vieron venir, al perro que los salvara del fuego. Resultaba absolutamente inexplicable comprender cómo habría hecho el animal, para llegar hasta allí. Lo habían perdido de vista, cuando escapaban del incendio por el arroyo. Como el choco no se mostrara muy dispuesto a contestar las múltiples preguntas que le formulaban, optaron por aceptarlo nuevamente como integrante del grupo y siguieron en la búsqueda del nuevo baqueano.

Conocieron, al fin, a un tal Antonio Mamani, que se comprometió a llevarlos por los mejores pasos.
Una chatita desvencijada, los llevo unos kilómetros mas al norte, dejándolos en el cruce con un camino secundario que se internaba en lo mas tupido del monte.
Caminaron por la huella hasta un punto donde ya no podían ser vistos desde el camino principal y luego de dejar una discreta marca en un árbol, se adentraron, en lo más cerrado, tratando de no dejar rastros.
Avanzaron así, por más de una hora, hasta llegar a la orilla de un pequeño arroyo. En el lugar comenzaron, rápidamente a limpiar las malezas para ubicar allí el campamento base.
Calculaban que tendrían que dedicarle por lo menos un día para terminar una ranchada, que los protegiera de las inminentes lluvias. Luego de esto pensaban dirigirse al sur, a buscar los pasos que les permitieran llegar al Bermejo.
Pasaron una noche espantosa. Un tremendo viento les voló lo poco que habían alcanzado a techar y el posterior chaparrón los dejo calados hasta los huesos.
Ese día lo dedicaron a reforzar el rancho y a techarlo prolijamente.

Mamani, demostró ser muy poco proclive al trabajo y, por el contrario, ser un muy buen consumidor de vino, para desagrado de los demás que veían como bajaban sus reservas de tetrabrik. Él, argüía que había sido contratado para ser el guía del grupo y no para perder su tiempo en esos menesteres, dignos solamente, de vulgares peones.
Las cosas se estaban caldeando, cuando tuvieron la suerte de ver aparecer a una desprevenida corzuela que llegaba a tomar agua. Rápidamente, con la ayuda invalorable del perro, la cazaron.
Cardona, se dedicó a prender el fuego para asar al bichito, que les aseguraba una provisión de carne como para dos o tres días.
La alegría reinaba en el campamento. Lamentablemente, el nuevo, se estaba poniendo muy pesado. Totalmente borracho, caminaba a los tumbos, de un lado para otro, buscando las cajitas que los otros habían escondido, mientras los insultaba a los gritos.
Trataron de no prestarle mucha atención, a la espera que cayera dormido en cualquier momento.
Por el contrario, el otro cada vez mas furioso, tropezándose con todo, revoleaba los bultos y desparramaba los comestibles en su desenfrenada búsqueda. En uno de esos tropezones, cayo pesadamente sobre la bolsa del Chato. El ruido que se escucho no dejó lugar a dudas, el charango había pasado a mejor vida.
Se produjo un momento de profundo silencio. Parecía que toda la selva había quedado paralizada, esperando algún acontecimiento tremendo.
Con un grito de furia, que se escuchó por varios kilómetros a la redonda y que fue contestado por todos los animales asustados, saltó Cardona sobre el borracho. A trompadas y patadas, lo sacó de la ranchada y ya totalmente fuera de sí, lo arrastraba de los pelos, mientras lo seguía golpeando frenéticamente. El pobre infeliz, con la cara desfigurada y cubierta de sangre no atinaba a nada, hasta que en una de las rodadas, se encontró con un machete en la mano. De un solo golpe le abrió la cabeza al Chato que cayó al suelo como fulminado.
Todo esto pasó tan rápido, que los otros no alcanzaron a hacer nada, pero, al ver a su amigo en el suelo, se abalanzaron sobre su asesino. Este comprendió, a través de su borrachera, que debía defenderse, porque de no hacerlo, con seguridad lo iban a matar.
Con desesperación, comenzó a dar machetazos para todos lados. Con uno, le corto limpíta la mano a Timoniel, que aullando, cayó al piso agarrándose el brazo mientras se desangraba.
El Cholo, sin más contemplaciones, le vació el tambor del revólver en el pecho, pero no pudo evitar, que un machetazo le cortara la yugular.

A fines del verano, encontraron lo que los animales habían dejado de los cuatro.
Fue más o menos para la misma época que se encontraron los restos de Quispe.
No sé que habrá sido del perro..

_______________________________________________2005

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