La Cosa

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Salvo error u omisión, era así, la cosa estaba ahí, no cabía duda alguna, había que enfrentarla.
Sí la realidad era esa, no debía seguirle dando tantas vueltas al asunto. Se extrañó de su aparente tranquilidad. Nunca se hubiera imaginado que pudiera llegar a quedarse así frío, como sin darle importancia, a algo que, indudablemente, la tenía y mucho.
Sin embargo, una extraña sensación en la boca del estomago y ese sentir que los pelos de la nuca pugnaban por pararse, le hicieron confesarse, que un obscuro e inexplicable terror se apoderaba de él.
Con todo era preferible que eso pasara justo ahora, de otra forma, probablemente las cosas hubieran sido mucho peores de ocurrir más tarde. En este momento, tal vez, con un poco de suerte, le pudiera encontrar una solución o algo similar.
Tomémoslo con filosofía, se dijo, pero pronto se dió cuenta que no era con filosofía con lo que arreglaría el espantoso asunto. Acción era lo que se necesitaba.
Acá descubrió horrorizado que algo fallaba. Si bien razonaba fríamente y aparentemente su cabeza funcionaba bien, el resto de su cuerpo, no respondía como era debido a las ordenes que partían de su cerebro.
Las piernas, que le pesaban enormemente, paralizadas, se negaban a dar un paso. Sus brazos eran unos extraños objetos, que le colgaban inertes, a los costados del cuerpo, un cuerpo que le quedaba mal, parecía prestado.
Para peor, la cosa, seguía allí y crecía cada vez más. Parecía adueñarse de todo el espacio a su alrededor. Espantado y sintiendo una tremenda sensación de ahogo, puso todo su empeño en lograr moverse. Usando toda la fuerza que el terror le daba, consiguió apenas unos débiles remedos de movimientos desmañados y torpes. En el fondo se causó gracia, si la cosa no fuera tan horrible y la situación tan desesperante, hasta intentaría darse vuelta para mirarse en el espejo. Seguramente su aspecto seria el de un pelele, marioneta colgante de invisibles hilos, que haría reír a grandes y chicos.
Tal vez como forma de exorcizar al tremendo miedo que lo invadía, quiso lanzar una gran carcajada, comprobando, ya, con verdadera pavura, que era absolutamente incapaz de emitir sonido alguno.
Sintió que la cara se le contraía en horripilante mueca y que el corazón, que le latía cada vez con más fuerza, se rompía desprolijamente en varias partes. Alcanzó a pensar¡ Asunto terminado!
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__________________________________ 1990

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