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Óleo sobre tela
0,50 x 0,60
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Varios
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Hans Vilibald Kresthaimer, era esquizofrénico.
Aunque no conociera la palabra, eso lo había sabido desde siempre y siempre le había parecido la cosa más normal.
De niño, cuando aprendió a hablar de corrido, llamaba la atención el hecho de referirse a sí mismo, como nosotros.
De mayor, muchos pensarían que lo hacía por moda, imitando a algún artista, jugador de fútbol o político.
En realidad tomó verdadera conciencia de su dualidad, a los siete años. Fue cuando los padres lo abandonaron, después de un picnic, en el parque Pereira Irala.
Al llegar la tarde y ver que todo el mundo se iba y sus padres no aparecían, comprendieron que se las tenían que arreglar solos.
Luego de una corta discusión, ambos yo, se dedicaron a buscar un lugar donde establecerse.
Encontraron un sitio un poco más alto del terreno, en lo más tupido de la arboleda y con mucho sotobosque. Allí, mientras uno descansaba, el otro trabajaba y así, en no mucho tiempo, habían cavado una confortable cueva donde guarecerse.
Con el correr de los días, la fueron ampliando y amueblando.
Para entender mejor las cosas, llamaremos yo uno, a uno y yo dos al otro.
Yo uno era serio, responsable, trabajador y medio legalista, Yo dos, en cambio, era un tipo divertido, bastante vago y poco proclive a respetar ley alguna. Se complementaban bastante bien y pese a alguna discusión que se planteaba de vez en cuando, la convivencia era buena,
Los problemas comenzaron, tiempo después, cuando se cayeron de cabeza de un árbol. Aparentemente, según creían, a raíz de este golpe, yo dos, se convirtió en esquizofrénico. Así nació, yo tres.
Yo tres, era bastante inclinado al choreo y un estafador nato.
Estas virtudes les significaron gozar de bastantes comodidades, ya que pronto tuvieron un buen televisor, equipo musical y todo tipo de artefactos para el hogar. Sin embargo, todo esto no llegaba a compensar la cantidad de problemas que les significaba el hecho de tener largas discusiones y difícilmente llegar a un acuerdo.
Generalmente, en estas discusiones, yo dos y yo tres, terminaban imponiendo su voluntad sobre yo uno, que era de carácter mas débil.
Un aspecto que parecía no tener solución, era el de las relaciones sexuales. Cuando alguno conseguía llevar a la cueva a una señorita, los otros dos, adoptaban una actitud francamente reprobable. Empezaban a hacer toda clase de gestos obscenos y a decir palabras soeces, mientras manoseaban descaradamente a la visitante.
La mayoría de las veces, esta última salía corriendo sin comprender muy bien lo que ocurría, salvo en contadas oportunidades, en que la interesada, era fiestera.
Esto empeoró, el día que yo uno, se declaró decididamente homosexual. Los otros dos, que eran bastante brutos, no podían entender, que a un tipo le gustara estar bazuqueándose, con un bigotudo. Además, les molestaba muchísimo, que pretendiera meter en el hogar, a esos marineros, que vaya a saber de dónde los sacaba.
Así las cosas, ocurrió algo totalmente inesperado. A causa de una ingesta desmesurada de caramelos de leche que tenían fecha de vencimiento bastante pasada, se pescaron una bipolaridad.
Tal vez no fuera realmente esta la causa, pero no pretendamos que encontraran una explicación mejor. Después de todo, eran unos esquizofrénicos bastante analfabetos. Convengamos también, que esto de la bipolaridad es un rebusque bastante moderno, de difícil explicación, aún para los entendidos.
El asunto era, que ahora ya no sabían, ni quiénes, ni cuántos eran, dependía esto de tantos factores, que no podían estar seguros de nada.
Cuando alguno se ponía agresivo, los otros dos, generalmente, conseguían controlar la situación, pero, cuando les agarraba a todos a la vez, la cosa terminaba medio mal. En este caso, las discusiones solían ser tan tremendas, que se escuchaban a varios kilómetros a la redonda. Más de una vez, tuvieron que reponer muebles y hasta reparar los derrumbes que se producían en la cueva. A causa de esto, en un momento de calma, resolvieron, de común acuerdo, apuntalar la casa con fuertes troncos para evitar morir aplastados. Este trabajo, que en principio aparentaba ser complicado, al ser llevado a cabo entre varios, resultó bastante simple y mejoró notablemente el aspecto del habitáculo.
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Sin embargo, de a poco, se fueron separando y reconcentrándose cada uno en lo suyo. Uno, no paraba de tener problemas con rudos marineros y estibadores del puerto de Ensenada. Dos se había convertido en jugador compulsivo, y gastaba en apuestas, todo lo que los otros conseguían juntar. Tres, robaba desde autos a carritos de cartoneros. El monte, donde vivían y sus alrededores, parecían un depósito de chatarra.
Alertados por anónimas denuncias, aparecieron los de Crónica T.V. a hacerles un reportaje.
Les encantó, más tarde, verse en televisión, haciendo un relato, más o menos incoherente, de sus vidas.
Lamentablemente, los vio también, un fiscal, que tenía en ese momento poco trabajo y necesitaba levantar puntos. Consiguió entonces que un comisario, que no tenía ningunas ganas de trabajar, le ordenara a sus subordinados que investigaran el asunto.
No les costó mucho descubrir el escondite de esa banda de mal vivientes. Presumiendo que estaba integrada por varios delincuentes, irrumpieron una madrugada. El operativo estaba al mando de un comisario, doscientos policías, el grupo GEO, y refuerzos del grupo Halcón de Prefectura.
Ellos, al ser despertados de forma tan poco considerada, reaccionaron con verdadera ira, increpando a los policías, amenazándolos con tremendas represalias. Éstos, furiosos, al ver que la mayoría de la banda se había escapado, los cocinaron a balazos.
Los canas no entendían por qué ese tipo no se moría, tres veces lo tuvieron que matar para que al fin se muriera._
________________________2005
Hans Vilibald Kresthaimer, era esquizofrénico.
Aunque no conociera la palabra, eso lo había sabido desde siempre y siempre le había parecido la cosa más normal.
De niño, cuando aprendió a hablar de corrido, llamaba la atención el hecho de referirse a sí mismo, como nosotros.
De mayor, muchos pensarían que lo hacía por moda, imitando a algún artista, jugador de fútbol o político.
En realidad tomó verdadera conciencia de su dualidad, a los siete años. Fue cuando los padres lo abandonaron, después de un picnic, en el parque Pereira Irala.
Al llegar la tarde y ver que todo el mundo se iba y sus padres no aparecían, comprendieron que se las tenían que arreglar solos.
Luego de una corta discusión, ambos yo, se dedicaron a buscar un lugar donde establecerse.
Encontraron un sitio un poco más alto del terreno, en lo más tupido de la arboleda y con mucho sotobosque. Allí, mientras uno descansaba, el otro trabajaba y así, en no mucho tiempo, habían cavado una confortable cueva donde guarecerse.
Con el correr de los días, la fueron ampliando y amueblando.
Para entender mejor las cosas, llamaremos yo uno, a uno y yo dos al otro.
Yo uno era serio, responsable, trabajador y medio legalista, Yo dos, en cambio, era un tipo divertido, bastante vago y poco proclive a respetar ley alguna. Se complementaban bastante bien y pese a alguna discusión que se planteaba de vez en cuando, la convivencia era buena,
Los problemas comenzaron, tiempo después, cuando se cayeron de cabeza de un árbol. Aparentemente, según creían, a raíz de este golpe, yo dos, se convirtió en esquizofrénico. Así nació, yo tres.
Yo tres, era bastante inclinado al choreo y un estafador nato.
Estas virtudes les significaron gozar de bastantes comodidades, ya que pronto tuvieron un buen televisor, equipo musical y todo tipo de artefactos para el hogar. Sin embargo, todo esto no llegaba a compensar la cantidad de problemas que les significaba el hecho de tener largas discusiones y difícilmente llegar a un acuerdo.
Generalmente, en estas discusiones, yo dos y yo tres, terminaban imponiendo su voluntad sobre yo uno, que era de carácter mas débil.
Un aspecto que parecía no tener solución, era el de las relaciones sexuales. Cuando alguno conseguía llevar a la cueva a una señorita, los otros dos, adoptaban una actitud francamente reprobable. Empezaban a hacer toda clase de gestos obscenos y a decir palabras soeces, mientras manoseaban descaradamente a la visitante.
La mayoría de las veces, esta última salía corriendo sin comprender muy bien lo que ocurría, salvo en contadas oportunidades, en que la interesada, era fiestera.
Esto empeoró, el día que yo uno, se declaró decididamente homosexual. Los otros dos, que eran bastante brutos, no podían entender, que a un tipo le gustara estar bazuqueándose, con un bigotudo. Además, les molestaba muchísimo, que pretendiera meter en el hogar, a esos marineros, que vaya a saber de dónde los sacaba.
Así las cosas, ocurrió algo totalmente inesperado. A causa de una ingesta desmesurada de caramelos de leche que tenían fecha de vencimiento bastante pasada, se pescaron una bipolaridad.
Tal vez no fuera realmente esta la causa, pero no pretendamos que encontraran una explicación mejor. Después de todo, eran unos esquizofrénicos bastante analfabetos. Convengamos también, que esto de la bipolaridad es un rebusque bastante moderno, de difícil explicación, aún para los entendidos.
El asunto era, que ahora ya no sabían, ni quiénes, ni cuántos eran, dependía esto de tantos factores, que no podían estar seguros de nada.
Cuando alguno se ponía agresivo, los otros dos, generalmente, conseguían controlar la situación, pero, cuando les agarraba a todos a la vez, la cosa terminaba medio mal. En este caso, las discusiones solían ser tan tremendas, que se escuchaban a varios kilómetros a la redonda. Más de una vez, tuvieron que reponer muebles y hasta reparar los derrumbes que se producían en la cueva. A causa de esto, en un momento de calma, resolvieron, de común acuerdo, apuntalar la casa con fuertes troncos para evitar morir aplastados. Este trabajo, que en principio aparentaba ser complicado, al ser llevado a cabo entre varios, resultó bastante simple y mejoró notablemente el aspecto del habitáculo.
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Sin embargo, de a poco, se fueron separando y reconcentrándose cada uno en lo suyo. Uno, no paraba de tener problemas con rudos marineros y estibadores del puerto de Ensenada. Dos se había convertido en jugador compulsivo, y gastaba en apuestas, todo lo que los otros conseguían juntar. Tres, robaba desde autos a carritos de cartoneros. El monte, donde vivían y sus alrededores, parecían un depósito de chatarra.
Alertados por anónimas denuncias, aparecieron los de Crónica T.V. a hacerles un reportaje.
Les encantó, más tarde, verse en televisión, haciendo un relato, más o menos incoherente, de sus vidas.
Lamentablemente, los vio también, un fiscal, que tenía en ese momento poco trabajo y necesitaba levantar puntos. Consiguió entonces que un comisario, que no tenía ningunas ganas de trabajar, le ordenara a sus subordinados que investigaran el asunto.
No les costó mucho descubrir el escondite de esa banda de mal vivientes. Presumiendo que estaba integrada por varios delincuentes, irrumpieron una madrugada. El operativo estaba al mando de un comisario, doscientos policías, el grupo GEO, y refuerzos del grupo Halcón de Prefectura.
Ellos, al ser despertados de forma tan poco considerada, reaccionaron con verdadera ira, increpando a los policías, amenazándolos con tremendas represalias. Éstos, furiosos, al ver que la mayoría de la banda se había escapado, los cocinaron a balazos.
Los canas no entendían por qué ese tipo no se moría, tres veces lo tuvieron que matar para que al fin se muriera._
________________________2005
El puente
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Hace muchísimo tiempo, no puedo precisar cuánto, existía un hermoso puente sobre el río Paycarabí.
Por supuesto, yo no lo conocí.
Todo lo que escribiré al respecto, está basado en los relatos de viejos isleros, que, para el caso, oficiaron de informantes.
Por lo que dicen, debió de ser muy alto, ya que si bien las lanchas colectivas, eran más pequeñas que las actuales, sus chimeneas eran mucho más altas.
Como sus máquinas se movían a vapor, iban dejando tras de sí, una densa columna de negro humo. Debían quemar grandes cantidades de carbón y de leña.
En realidad no sería mucha la utilidad que prestaban. Su poca eslora, hacía que gran parte del espacio, estuviera ocupado por la caldera, el depósito de combustible, y un bote salvavidas. Si a esto le sumamos la tripulación, que estaba compuesta por un capitán que, generalmente actuaba como timonel, un primer oficial, dos azafatas, dos marineros, que se encargaban de amarrar en los muelles y ayudar a subir y bajar a los pasajeros, un maquinista y tres tripulantes más, que se turnaban, para palear el carbón. Como si esto fuera poco, dada la poca velocidad que desarrollaban, no más de dos o tres nudos con corriente a favor, se hacía necesario que estuvieran provistas de una buena cocina. Éstas eran de las llamadas económicas. No olvidemos que no existían las garrafas. Había veces, en que un recorrido, digamos canal San Fernando al recreo Nuevo Toro, muy de moda por entonces, podía durar dos días. La línea, que por aquellos tiempos, unía Tigre con Villa Paranacito, tardaba, oficialmente, cuatro días. Horario que difícilmente cumplía. Más de una vez, por una varadura, debieron dedicarse a pescar, para no morir de hambre.
Las azafatas, aparentemente estaban por demás, pero no opinaban así, el capitán, el primer oficial y en algunos casos el resto de los tripulantes.
Si le sumamos a todo esto, la correspondencia, el equipaje y bultos varios, veremos que era imposible que transportaran más de cinco o seis pasajeros, por viaje y eso bastante apretados
Es probable que estas incomodidades, y lo poco funcionales que resultaban, fuese la causa que aceleró su desaparición como medio de transporte.
Volviendo al puente.
Su construcción, se debió a los integrantes de una colonia, que se radicó, en la zona. Eran un grupo de familias, que aparentemente, procedían de centro Europa.
En esto, pude notar, algunas diferencias de criterio entre los informantes. Los más jóvenes, de los viejos, opinaban, que difícilmente pudieran haber sido europeos, ya que creían haber visto en ellos, rasgos típicos de los habitantes de las islas Tobriand y recordaban que muchas de sus costumbres, se encontraban perfectamente descriptas por Malinowsky.
En cuanto al idioma, estaban todos de acuerdo en considerarlo de un origen protooceánico. Creían que podría haberse tratado de un dialecto de la isla Kiriwina, con algunas inflexiones, propias del Tagalo.
Eran hábiles artesanos trabajando la madera, lamentablemente, no quedaron exponentes de sus trabajos. Dada la poca calidad de las maderas utilizadas, ninguno sobrevivió al paso del tiempo.
El puente en sí, estaba finamente tallado y adornaban sus barandas y costados, grandes mascarones representando extraños personajes de aterrador gesto y exóticos signos esotéricos.
Pese a la belleza formal del conjunto, su aspecto resultaba poco tranquilizador. Desde que fuera terminado y hasta bastante tiempo después de su desaparición, los isleros, primitivos habitantes de la región, evitaron pasar nuevamente por este lugar.
Increíbles leyendas, engrosan la mitología popular, refiriendo lo sucedido a los que, con sus canoas, se atrevieron a pasar, debajo del mismo.
Cercanos a ambas cabeceras del puente, se levantaban los palafitos que formaban la aldea. Sus altos y puntudos techos, se hacían visibles desde gran distancia. Estaban recubiertos con espadañas y llamaban la atención por sus caprichosas formas.
Sobre una de las márgenes, se ubicaban las viviendas de los casados, y unas extrañas construcciones, probablemente depósitos, además de una especie de gran galpón donde se realizaban las reuniones y festejos de la comunidad. En la otra orilla vivían los solteros.
En realidad, cuando se establecieron, solo tres mujeres los acompañaban. Es de imaginar, lo triste de las noches de los solteros, en la soledad de la isla.
Al principio, solían ofrecer comprarle la mujer, a cuanta persona se aproximara a la zona. No tuvieron demasiada suerte. Con el tiempo, se deben haber ido acostumbrando a su suerte.
Pese a todas las gestiones que hicieron en ese sentido, consiguieron, solamente tres nuevas compañeras.
La primera en llegar fue una señora de unos sesenta y cinco años. Debía pesar cerca de los ciento treinta kilos. Era de incierto origen pero, había vivido gran parte de su vida en la isla. Para más datos, en el arroyo Cruz de Palo, entre el Largo y La Barquita. Según mentas, era todo un espectáculo, verla con su opulenta humanidad, sentada en un pequeño banquito en la punta del muelle, con la cabeza cubierta por un gran sombrero de paja y pescando mojarritas con una caña en cada mano.
La segunda, también una mujer bastante mayor, había trabajo durante largos años, en uno de esos bares_prostíbulo, que en cantidad, supo haber en el puerto de frutos de Tigre.
Cuando los años le indicaron que se había quedado sin trabajo, no teniendo donde ir, decidió probar suerte, uniéndose a la colonia.
La última, nadie sabía de donde había venido pero, según algunos, se habría fugado del Moyano. De ésta no tenían mas datos.
De aquí en adelante, los relatos difieren y mucho.
Todos refieren la desaparición de la colonia, achacándola a motivos diferentes.
En general coinciden, en que cualquiera fuera el motivo, todo se inicia por las mujeres, o mejor dicho, por la falta de ellas.
Aparentemente, exóticas y complicadas costumbres, provenientes de su lugar de origen, dificultaban las uniones matrimoniales.
Estas costumbres ancestrales, útiles en su momento, servían para evitar los problemas de los incestos reiterados y a la vez limitar, en cierta medida, el crecimiento demográfico desmedido, que hubiera alterado el equilibrio, dentro de las aldeas.
Trataré de explicar esto, de acuerdo con lo que me explicaron.
Por ejemplo, en un asentamiento, las familias se dividían en cuatro clanes. Como no tenemos ni la menor idea de cómo los denominaban, los llamaremos A, B, C, y D.
Los hombres del clan A, podían contraer matrimonio, solamente con las mujeres del clan C. A su vez los del clan C, únicamente, con las de los B y D. Los del B y del D con las del A.
Todo esto hacía imposible la existencia del incesto. Las mujeres en edad de casarse, eran entregadas en matrimonio, prioritariamente, a los mayores solteros. Esto limitaba la cantidad de nacimientos.
Era lógico entonces, que con todo este bagaje cultural a cuestas, las pocas mujeres conseguidas, quedaran en manos de los más ancianos.
Esto, según algunos, fue la causa de su desaparición. Simplemente, al no tener descendencia, se fueron extinguiendo.
Para otros, esta interpretación de los hechos, es por demás simple.
Es indudable que a los jóvenes no les habrá hecho ninguna gracia, el que se mantuvieran acá, estas costumbres, donde ya no tenían sentido.
Dicen, que por las noches, comenzaron a verse sombras furtivas, que cruzaban de una orilla a la otra.
Era indudable, que algún marido hacía la vista gorda o que, por lo menos, tenía el sueño muy pesado. No obstante, una mañana apareció colgando del puente, el cadáver de un joven horriblemente mutilado.
Esto habría desatado la tragedia. Pronto se formarían dos bandos que, según parece se enfrentaron con ferocidad en el centro del puente.
Cuentan los que vivían cerca de la desembocadura con el Estudiante, que vieron como bajaba el agua roja de sangre y como las palometas y otros peces se daban un festín con toda clase de restos humanos.
En este enfrentamiento habrían muerto la mayoría de los miembros de la colonia, los otros lo harían días después, por las heridas recibidas.
Para completarla, parece ser, que la mujer, de la que se decía, había escapado del neuropsiquiátrico, en un repentino ataque de locura, había prendido fuego a las viviendas.
Así habrían desparecido sin dejar rastros, estos extraños individuos, que habían llegado al lugar, no se sabe de dónde, ni cómo.
Sin embargo, por el extraño aspecto, de más de un habitante actual de la isla, sobre todo, allá por el arroyo Carpincho, alguno de ellos habría dejado descendencia.
_____________________2006.
Hace muchísimo tiempo, no puedo precisar cuánto, existía un hermoso puente sobre el río Paycarabí.
Por supuesto, yo no lo conocí.
Todo lo que escribiré al respecto, está basado en los relatos de viejos isleros, que, para el caso, oficiaron de informantes.
Por lo que dicen, debió de ser muy alto, ya que si bien las lanchas colectivas, eran más pequeñas que las actuales, sus chimeneas eran mucho más altas.
Como sus máquinas se movían a vapor, iban dejando tras de sí, una densa columna de negro humo. Debían quemar grandes cantidades de carbón y de leña.
En realidad no sería mucha la utilidad que prestaban. Su poca eslora, hacía que gran parte del espacio, estuviera ocupado por la caldera, el depósito de combustible, y un bote salvavidas. Si a esto le sumamos la tripulación, que estaba compuesta por un capitán que, generalmente actuaba como timonel, un primer oficial, dos azafatas, dos marineros, que se encargaban de amarrar en los muelles y ayudar a subir y bajar a los pasajeros, un maquinista y tres tripulantes más, que se turnaban, para palear el carbón. Como si esto fuera poco, dada la poca velocidad que desarrollaban, no más de dos o tres nudos con corriente a favor, se hacía necesario que estuvieran provistas de una buena cocina. Éstas eran de las llamadas económicas. No olvidemos que no existían las garrafas. Había veces, en que un recorrido, digamos canal San Fernando al recreo Nuevo Toro, muy de moda por entonces, podía durar dos días. La línea, que por aquellos tiempos, unía Tigre con Villa Paranacito, tardaba, oficialmente, cuatro días. Horario que difícilmente cumplía. Más de una vez, por una varadura, debieron dedicarse a pescar, para no morir de hambre.
Las azafatas, aparentemente estaban por demás, pero no opinaban así, el capitán, el primer oficial y en algunos casos el resto de los tripulantes.
Si le sumamos a todo esto, la correspondencia, el equipaje y bultos varios, veremos que era imposible que transportaran más de cinco o seis pasajeros, por viaje y eso bastante apretados
Es probable que estas incomodidades, y lo poco funcionales que resultaban, fuese la causa que aceleró su desaparición como medio de transporte.
Volviendo al puente.
Su construcción, se debió a los integrantes de una colonia, que se radicó, en la zona. Eran un grupo de familias, que aparentemente, procedían de centro Europa.
En esto, pude notar, algunas diferencias de criterio entre los informantes. Los más jóvenes, de los viejos, opinaban, que difícilmente pudieran haber sido europeos, ya que creían haber visto en ellos, rasgos típicos de los habitantes de las islas Tobriand y recordaban que muchas de sus costumbres, se encontraban perfectamente descriptas por Malinowsky.
En cuanto al idioma, estaban todos de acuerdo en considerarlo de un origen protooceánico. Creían que podría haberse tratado de un dialecto de la isla Kiriwina, con algunas inflexiones, propias del Tagalo.
Eran hábiles artesanos trabajando la madera, lamentablemente, no quedaron exponentes de sus trabajos. Dada la poca calidad de las maderas utilizadas, ninguno sobrevivió al paso del tiempo.
El puente en sí, estaba finamente tallado y adornaban sus barandas y costados, grandes mascarones representando extraños personajes de aterrador gesto y exóticos signos esotéricos.
Pese a la belleza formal del conjunto, su aspecto resultaba poco tranquilizador. Desde que fuera terminado y hasta bastante tiempo después de su desaparición, los isleros, primitivos habitantes de la región, evitaron pasar nuevamente por este lugar.
Increíbles leyendas, engrosan la mitología popular, refiriendo lo sucedido a los que, con sus canoas, se atrevieron a pasar, debajo del mismo.
Cercanos a ambas cabeceras del puente, se levantaban los palafitos que formaban la aldea. Sus altos y puntudos techos, se hacían visibles desde gran distancia. Estaban recubiertos con espadañas y llamaban la atención por sus caprichosas formas.
Sobre una de las márgenes, se ubicaban las viviendas de los casados, y unas extrañas construcciones, probablemente depósitos, además de una especie de gran galpón donde se realizaban las reuniones y festejos de la comunidad. En la otra orilla vivían los solteros.
En realidad, cuando se establecieron, solo tres mujeres los acompañaban. Es de imaginar, lo triste de las noches de los solteros, en la soledad de la isla.
Al principio, solían ofrecer comprarle la mujer, a cuanta persona se aproximara a la zona. No tuvieron demasiada suerte. Con el tiempo, se deben haber ido acostumbrando a su suerte.
Pese a todas las gestiones que hicieron en ese sentido, consiguieron, solamente tres nuevas compañeras.
La primera en llegar fue una señora de unos sesenta y cinco años. Debía pesar cerca de los ciento treinta kilos. Era de incierto origen pero, había vivido gran parte de su vida en la isla. Para más datos, en el arroyo Cruz de Palo, entre el Largo y La Barquita. Según mentas, era todo un espectáculo, verla con su opulenta humanidad, sentada en un pequeño banquito en la punta del muelle, con la cabeza cubierta por un gran sombrero de paja y pescando mojarritas con una caña en cada mano.
La segunda, también una mujer bastante mayor, había trabajo durante largos años, en uno de esos bares_prostíbulo, que en cantidad, supo haber en el puerto de frutos de Tigre.
Cuando los años le indicaron que se había quedado sin trabajo, no teniendo donde ir, decidió probar suerte, uniéndose a la colonia.
La última, nadie sabía de donde había venido pero, según algunos, se habría fugado del Moyano. De ésta no tenían mas datos.
De aquí en adelante, los relatos difieren y mucho.
Todos refieren la desaparición de la colonia, achacándola a motivos diferentes.
En general coinciden, en que cualquiera fuera el motivo, todo se inicia por las mujeres, o mejor dicho, por la falta de ellas.
Aparentemente, exóticas y complicadas costumbres, provenientes de su lugar de origen, dificultaban las uniones matrimoniales.
Estas costumbres ancestrales, útiles en su momento, servían para evitar los problemas de los incestos reiterados y a la vez limitar, en cierta medida, el crecimiento demográfico desmedido, que hubiera alterado el equilibrio, dentro de las aldeas.
Trataré de explicar esto, de acuerdo con lo que me explicaron.
Por ejemplo, en un asentamiento, las familias se dividían en cuatro clanes. Como no tenemos ni la menor idea de cómo los denominaban, los llamaremos A, B, C, y D.
Los hombres del clan A, podían contraer matrimonio, solamente con las mujeres del clan C. A su vez los del clan C, únicamente, con las de los B y D. Los del B y del D con las del A.
Todo esto hacía imposible la existencia del incesto. Las mujeres en edad de casarse, eran entregadas en matrimonio, prioritariamente, a los mayores solteros. Esto limitaba la cantidad de nacimientos.
Era lógico entonces, que con todo este bagaje cultural a cuestas, las pocas mujeres conseguidas, quedaran en manos de los más ancianos.
Esto, según algunos, fue la causa de su desaparición. Simplemente, al no tener descendencia, se fueron extinguiendo.
Para otros, esta interpretación de los hechos, es por demás simple.
Es indudable que a los jóvenes no les habrá hecho ninguna gracia, el que se mantuvieran acá, estas costumbres, donde ya no tenían sentido.
Dicen, que por las noches, comenzaron a verse sombras furtivas, que cruzaban de una orilla a la otra.
Era indudable, que algún marido hacía la vista gorda o que, por lo menos, tenía el sueño muy pesado. No obstante, una mañana apareció colgando del puente, el cadáver de un joven horriblemente mutilado.
Esto habría desatado la tragedia. Pronto se formarían dos bandos que, según parece se enfrentaron con ferocidad en el centro del puente.
Cuentan los que vivían cerca de la desembocadura con el Estudiante, que vieron como bajaba el agua roja de sangre y como las palometas y otros peces se daban un festín con toda clase de restos humanos.
En este enfrentamiento habrían muerto la mayoría de los miembros de la colonia, los otros lo harían días después, por las heridas recibidas.
Para completarla, parece ser, que la mujer, de la que se decía, había escapado del neuropsiquiátrico, en un repentino ataque de locura, había prendido fuego a las viviendas.
Así habrían desparecido sin dejar rastros, estos extraños individuos, que habían llegado al lugar, no se sabe de dónde, ni cómo.
Sin embargo, por el extraño aspecto, de más de un habitante actual de la isla, sobre todo, allá por el arroyo Carpincho, alguno de ellos habría dejado descendencia.
_____________________2006.
Los Sueños
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Tensó la cuerda de su arco con toda la fuerza que le fue posible. Apuntó cuidadosamente al corazón y sin dudarlo efectuó el disparo. La flecha salió velozmente pero, para su sorpresa, un par de metros más allá, cayó pesadamente al suelo.
Rápidamente sacó otra flecha, montó el arco precipitadamente, pero al momento de lanzarla, fue la cuerda la que se cortó esta vez.
Ahora el asombro se le convertía en terror. Miró en derredor, buscando desesperadamente algo con qué defenderse. Por suerte, vió sobre la mesada de la cocina la cuchilla grande. De un salto estuvo a su lado. La tomó y alzándola amenazadoramente se dispuso a dar el golpe mortal. En ese momento comprobó con desaliento que la hoja de su arma se doblaba, como si estuviera hecha de blanda gelatina. Sintió que se le cerraba la garganta y que la pavura le nublaba la vista.
Despertó empapado en transpiración, aterrorizado y con la boca reseca.
Le costó ubicarse y recién, cuando prendió la luz del velador, se convenció de que efectivamente estaba en su dormitorio.
Normalmente no recordaba sus sueños y si algo quedaba dando vueltas en su cabeza, no le prestaba ninguna atención ya que, en general, no dejaban de ser imágenes totalmente deshilachadas, carentes de toda lógica.
Sin embargo, esta reciente pesadilla era diferente. En distintas formas se estaba reiterando y con demasiada asiduidad últimamente.
Recordaba que en otra oportunidad, en vez del arco y flecha, era un revólver el que fallaba y que sus balas o bien perdían velocidad y caían al suelo, o no tenían la fuerza suficiente como para penetrar en el cuerpo de su oponente.
Pensó, con bastante desagrado, que lo razonable sería consultar con un analista para tratar de encontrarle una solución a este asunto de dormir a los saltos y despertarse cagado de miedo.
En realidad este pensamiento duro muy poco. Deshecho la idea por absurda. Aparte de no tenerles la menor confianza, no estaba dispuesto a gastar plata, en la más que dudosa ayuda, que pudieran brindarle estos señores.
Después de todo, como decía el gallego aquel, la vida es sueño y los sueños no sirven para nada, o algo así.
Reconfortado y con renovado optimismo, resolvió formalmente, olvidar el asunto y no dedicarle más tiempo.
No obstante se daba cuenta que muy en el fondo de sus pensamientos, una pequeña lucecita de alarma quedaba prendida.
Tomó unos mates e hizo tiempo hasta la hora de salir para el trabajo
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El día transcurrió con toda normalidad, aburrido y rutinario como siempre. Como siempre, caminó un rato por Florida, mirando minas y riéndose para adentro de la facha de los turistas, que, cargados de bolsas y con cara de boludos, daban vueltas por ahí. Después se metió en el subte rumbo a su casa.
La cosa cambió más tarde. Cuando estaba llegando sintió que alguien corría hacia él. Un inexplicable terror lo asaltó y salió corriendo como loco. Con desesperación comprobó, que paralizado por el miedo, apenas daba unos torpes pasos desmañados. Por pura torpeza tropezó y cayó pesadamente al suelo. Se levantó y nuevamente un tropezón lo hizo rodar aparatosamente. Cuando intentaba pararse, notó que la gente a su alrededor, lo señalaba y se reían de él descaradamente. No entendía el motivo para que se burlaran así hasta que descubrió que no tenía los pantalones puestos. Como pudo, llegó entre risas, hasta el ascensor que, antes que se cerrara la puerta y pudiera apretar el botón del tercer piso, se llenó de mujeres que lo miraban sonrientes o riendo directamente de él y de sus calzoncillos sucios.
Nuevamente despertó asustado y afiebrado. Esta nueva pesadilla agregaba una nueva cuota de preocupación. ¿Y si fueran sueños premonitorios?, ¿Premonitorios de qué?
Ya en la oficina, notando sus ojeras y su cara demacrada, los compañeros lo empezaron a cargar.
Parece que alguien por acá se levantó una minita y le está dando tupido, le decían. Él no los desmintió y en cambio puso cara de haber sido descubierto.
Total, para qué explicarle a estos que su cara de sueño se debía a pesadillas que no lo dejaban dormir tranquilo.
Esa tarde en el subte notó que un hombre lo miraba. Era bastante alto, de grandes bigotes negros, parecía peinado a la gomina. Estaba seguro de haberlo visto antes, pero no recordaba dónde. No le dió importancia al asunto, pero poco después, al salir del subte, camino a su casa, hubiera jurado que ese hombre lo seguía.
Esa noche, si bien no tuvo una de sus molestas pesadillas, durmió mal, dando vueltas en la cama y despertándose a cada rato. Parecía un chorizo en la parrilla, diría Homero.
Ese día, tanto en el viaje de ida como en el de regreso, tuvo la sensación de ser mirado y vigilado, no descubrió nada raro pero, le pareció notar que alguno desviaba la mirada sospechosamente.
Recordando que un compañero de oficina, comentó una tarde, que a través de un cana que conocía, podía conseguir armas baratas, fue derecho a encararlo.
- Che viejo, ¿habrá forma de conectarlo a ese botón amigo tuyo?
- Si, lo veo bastante seguido en el café de la esquina de casa.
¿Qué andás necesitando?
- Haceme el favor, preguntale si no tiene algún fierro para venderme, tiene que ser chico y muy barato.
- Está bien, si lo veo esta noche, le pregunto, pero decime, ¿a quién querés amasijar?
-No pará, es para tenerlo en casa viste, con esto de la inseguridad, al final te llenan la cabeza.
En el subte, le pasó lo mismo que en el día anterior, pero, para completarla, de nuevo vió al hombre de bigotes.
Nervioso bajó en una estación antes, espero a que fueran a cerrarse las puertas y a último momento saltó al andén. Con alivio notó que el tipo seguía viaje, aunque mirándolo con cara de asombro.
¡Esta vez te cagué!, pensó, andá a seguir a tu abuela.
Caminó lentamente hasta su casa pero no notó nada raro.
Al entrar a su departamento, le llamó la atención un papel tirado en el piso. Lo habrá pasado alguien por debajo de la puerta, se dijo.
Era una nota.
El texto lo dejó totalmente confundido y desconcertado.
FLACA NO TE SIGAS HACIENDO LA BOLUDA POQUE TE VOY A CAGAR A PATADAS. No tenía firma.
Estas pocas palabras lo hundieron en un mar de dudas. Primero, ¿por qué lo llamaban flaca en vez de flaco? Segundo, ¿qué boludes estaría haciendo como para que lo quisieran cagar a patadas? ¿Sería el autor el de bigotes?
Las preguntas saltaban una tras otra, pero no les encontraba respuesta lógica a ninguna. Pasó la noche en vela rompiéndose la cabeza. Recién a la madrugada, se le ocurrió algo razonable.
Había un error, alguien se había equivocado de piso. Justo arriba vivía una flaquita medio rapidita, seguro la nota era para ella.
Dispuesto a sacarse ese problema de encima, subió al cuarto piso y pasó el papel por debajo de la puerta del departamento que quedaba justo arriba del suyo.
No había terminado de pararse del todo cuando la puerta se abrió de golpe. Un tipo grandote, apareció en la entrada llenándola casi totalmente. Tendría unos cuarenta y cinco años y llevaba el pelo muy corto. Se quedo un momento mirándolo fieramente, para luego agacharse a recoger la nota y echarle una rápida ojeada.
Él, lo reconoció enseguida, pese a que siempre llevaba puestos un par de anteojos negros y ahora no. Se lo había encontrado más de una vez en el ascensor. Nunca cambiaron una sola palabra, el hombre pasaba a su lado como si no existiera y en más de una oportunidad le pareció notar un gesto de desagrado porque le hubiera parado el ascensor en el tercero, para bajar el también.
La cara del individuo, ahora, se había puesto roja, los ojos parecían echar chispas. Lo agarro de la corbata y comenzó a zamarrearlo como si fuera un pelele, mientras le decía:
¡Así que sos vos el hijo de remil putas que esta jodiendo a mi hija! No hubo tiempo para réplica alguna.
Lo llevó a los empujones hasta la escalera. De una tremenda patada en el culo lo mando para abajo.
¡Porquería de mierda! ¡No vale la pena gastar una bala en vos, pero te juro, si volvés a aparecer o te me cruzas en algún lado, te cago a tiros!
Dolorido y humillado, se metió en su departamento. Pasó un largo rato sentado, para poder serenarse un poco. Este energúmeno no bromea, se dijo. Tuvo que cambiarse los pantalones, se había meado encima.
No se animaba a asomar afuera ni la nariz. Pero no tenía más remedio que ir a trabajar. Llegó tardísimo y se ligó un reto del jefe, por la hora y por su aspecto desaliñado.
Para completar, se encontró en el subte, esta vez de ida, de nuevo con el bigotudo, y notó que lo observaba disimuladamente.
Ya no le quedaron dudas, este lo estaba siguiendo y no debía tener buenas intenciones, con esa cara de asesino.
En la oficina, su compañero le dijo que el cana lo esperaba esa noche en el café. Parecía que le había conseguido algo baratito, que llevara ciento cincuenta pesos.
Esto lo reconfortó, si bien la suma le pareció una enormidad para su magro presupuesto, el hecho de salir de ahí esa noche acompañado y la posibilidad de llegar a su casa armado, hicieron que se sintiera un poco mejor.
El policía, los esperaba en una mesa tomándose un vermouth con un montón de platitos y con aires de suficiencia. Este es una rata, pensó él.
Le traía un treinta y ocho corto, lechucero, que se veía bastante arruinado y medio oxidado. Él le dijo que si bien no entendía absolutamente nada de armas, le parecía un poco excesivo el precio que le pedía por un revólver que, a simple vista se notaba, no estaba en las mejores condiciones.
El otro, largo una carcajada notoriamente falsa. Le explicó, que no debía fijarse en el aspecto, todo lo que necesitaba era una buena limpieza y que si le parecía caro, no se preocupara porque esa arma se la sacaban de las manos ya mismo. Era imposible que consiguiera otra, sin número, por esa miseria y que después de todo él no la usaría, seguramente, en ningún concurso de tiro.
Estas y algunas razones más, sumadas a su ignorancia, y a la necesidad que creía tener, de estar armado lo más pronto posible, le hicieron pagar ya, sin chistar.
El vendedor, una vez embolsado el dinero, se fue alegremente, dejándole la cuenta de la consumición a pagar, igual que la de su amigo.
Por suerte, esa tarde había pedido un adelanto de doscientos pesos, que le alcanzaron justo para pagar todo. Ya vería como sobrevivir el resto del mes.
Regresó a su casa dando una larga caminata, para no gastar más plata.
Esta vez caminó con paso seguro, sintiendo el peso de su arma en el bolsillo y mirando con cara desafiante a todo aquel que creía que lo estaba mirando.
Antes de entrar al edificio, miró detenidamente para todos lados, primero para ver si lo seguían y segundo para asegurarse de no toparse con el del cuarto. Observó con alegría que no había en ese momento nadie en los alrededores. Seguramente nadie habría pensado verlo volver tan tarde un día de semana.
Una vez arriba, se dedicó con cariño, a limpiar y aceitar, su chiche nuevo. Tenía nada más que cinco balas, por cierto, con un aspecto bastante añejo. Las limpio lo mejor que pudo. Cuando tuviera unos pesos vería si conseguía comprar nuevas. En general, pese a sus esfuerzos, el conjunto no mejoró mucho. Sin embargo, se sentía realmente feliz con ese artefacto y se pasó horas, apuntado y gatillando para todos lados, por supuesto sin balas.
Frente al espejo, practicó largo rato, sacándola y disparándole velozmente, a su propia imagen. Se sentía un cowboy o un gangster de Chicago.
Nervioso y alerta, con los músculos en tensión, tampoco esa noche durmió mucho.
Viajó mirando para todos lados, tratando de descubrir si alguien lo estaba observando. Sobre todo lo preocupaban eso dos tipos con anteojos negros que, sentados un poco más atrás, se hacían los que leían el diario. No había notado en qué momento subieron y se sentaron. En la calle, cada dos pasos, se paraba y observaba con detenimiento para saber si era seguido.
Cuando por fin se sentó frente a su escritorio, notó extrañado, que ahora eran sus compañeros los que lo miraban con cara rara y hasta le pareció ver algún signo de inteligencia entre dos de ellos.
Sin hablar con ninguno y en total silencio, pasó el día haciéndose el que trabajaba, mientras con disimulo, los estudiaba a todos, tratando de pescar algún comentario adverso a su persona.
A la salida, se dirigió a la calle Florida donde con paso rápido trato de perderse entre la gente. Con cautela y siempre vigilante, tomó esta vez un subte diferente y en dirección contraria a su domicilio. Dejó pasar un par de estaciones y velozmente, bajando, subió al coche que salía para el otro lado. Convencido de haber despistado a sus posibles seguidores, hizo las combinaciones necesarias para regresar a casa.
Como nada en el entorno le llamó la atención, bastante más tranquilo, buscó la llave en su bolsillo.
Cuando iba a introducirla en la cerradura, sintió a sus espaldas, unos pasos rápidos, que lo hicieron sobresaltarse. De un brinco se dió vuelta y vió espantado al hombre de los bigotes negros que, con una extraña expresión en el rostro y con cortos, pero apresurados pasos, se dirigía hacia donde estaba él.
Saltó al medio de la vereda dispuesto a salir corriendo. Pero, recordando que ahora estaba armado, sacó su revólver decidido a terminar este asunto de una vez por todas. Apuntó directo al individuo que se acercaba gritando algo que no alcanzo a entender, y disparó.
Con horror, comprobó que sólo se escucho el “clic" del percutor.
Nuevamente volvió a gatillar, esta vez sí, con potente estampido y notoria cantidad de humo, la bala había salido, dejando un pequeño orificio, señal de su paso, en la vidriera de la florería.
Con apuro y tratando de apuntar mejor, repitió la operación. El ruido fue ahora mucho mayor. Aparentemente, la traba del viejo artefacto, no resistió. Realmente resultaba increíble ver la gran cantidad de trozos de metal que podía producir una cosa tan pequeña. Habían quedado, acompañados de uno que otro dedo, desparramados por todos lados.
Uno de estos pequeños trozos, se le clavó en medio de la frente. Otro le entró por el ojo y quedó instalado en su cerebro.
La gente se arremolino a su alrededor al igual que el hombre de los bigotes, que lo miraba despavorido.
Paró un patrullero, que por casualidad pasaba, rumbo a la pizzería.
Uno de policías hacía preguntas al portero del edificio, mientras el otro, notando que todos se separaban del bigotudo, dejándolo sólo, fue directamente a interrogarlo.
-¡A ver usted, explíqueme inmediatamente qué está pasando acá!.
- No sé agente, yo venía apurado a mi casa por que no llegaba al baño y este loco de mierda se puso a gritar que me iba a matar y empezó a los tiros. Parece que le explotó el revólver en la cara.
-¡Ajá! ¿Y usted dónde vive?
- Acá nomás, en el edificio de al lado.
-Bueno está bien, vaya a su casa, cámbiese de ropa y después venga a seguir contándome.
-Gracias agente, bajo enseguida.
Tenía razón el gallego, los sueños son una porquería, o algo así.
---------------------------------------------------------2005
Tensó la cuerda de su arco con toda la fuerza que le fue posible. Apuntó cuidadosamente al corazón y sin dudarlo efectuó el disparo. La flecha salió velozmente pero, para su sorpresa, un par de metros más allá, cayó pesadamente al suelo.
Rápidamente sacó otra flecha, montó el arco precipitadamente, pero al momento de lanzarla, fue la cuerda la que se cortó esta vez.
Ahora el asombro se le convertía en terror. Miró en derredor, buscando desesperadamente algo con qué defenderse. Por suerte, vió sobre la mesada de la cocina la cuchilla grande. De un salto estuvo a su lado. La tomó y alzándola amenazadoramente se dispuso a dar el golpe mortal. En ese momento comprobó con desaliento que la hoja de su arma se doblaba, como si estuviera hecha de blanda gelatina. Sintió que se le cerraba la garganta y que la pavura le nublaba la vista.
Despertó empapado en transpiración, aterrorizado y con la boca reseca.
Le costó ubicarse y recién, cuando prendió la luz del velador, se convenció de que efectivamente estaba en su dormitorio.
Normalmente no recordaba sus sueños y si algo quedaba dando vueltas en su cabeza, no le prestaba ninguna atención ya que, en general, no dejaban de ser imágenes totalmente deshilachadas, carentes de toda lógica.
Sin embargo, esta reciente pesadilla era diferente. En distintas formas se estaba reiterando y con demasiada asiduidad últimamente.
Recordaba que en otra oportunidad, en vez del arco y flecha, era un revólver el que fallaba y que sus balas o bien perdían velocidad y caían al suelo, o no tenían la fuerza suficiente como para penetrar en el cuerpo de su oponente.
Pensó, con bastante desagrado, que lo razonable sería consultar con un analista para tratar de encontrarle una solución a este asunto de dormir a los saltos y despertarse cagado de miedo.
En realidad este pensamiento duro muy poco. Deshecho la idea por absurda. Aparte de no tenerles la menor confianza, no estaba dispuesto a gastar plata, en la más que dudosa ayuda, que pudieran brindarle estos señores.
Después de todo, como decía el gallego aquel, la vida es sueño y los sueños no sirven para nada, o algo así.
Reconfortado y con renovado optimismo, resolvió formalmente, olvidar el asunto y no dedicarle más tiempo.
No obstante se daba cuenta que muy en el fondo de sus pensamientos, una pequeña lucecita de alarma quedaba prendida.
Tomó unos mates e hizo tiempo hasta la hora de salir para el trabajo
.
El día transcurrió con toda normalidad, aburrido y rutinario como siempre. Como siempre, caminó un rato por Florida, mirando minas y riéndose para adentro de la facha de los turistas, que, cargados de bolsas y con cara de boludos, daban vueltas por ahí. Después se metió en el subte rumbo a su casa.
La cosa cambió más tarde. Cuando estaba llegando sintió que alguien corría hacia él. Un inexplicable terror lo asaltó y salió corriendo como loco. Con desesperación comprobó, que paralizado por el miedo, apenas daba unos torpes pasos desmañados. Por pura torpeza tropezó y cayó pesadamente al suelo. Se levantó y nuevamente un tropezón lo hizo rodar aparatosamente. Cuando intentaba pararse, notó que la gente a su alrededor, lo señalaba y se reían de él descaradamente. No entendía el motivo para que se burlaran así hasta que descubrió que no tenía los pantalones puestos. Como pudo, llegó entre risas, hasta el ascensor que, antes que se cerrara la puerta y pudiera apretar el botón del tercer piso, se llenó de mujeres que lo miraban sonrientes o riendo directamente de él y de sus calzoncillos sucios.
Nuevamente despertó asustado y afiebrado. Esta nueva pesadilla agregaba una nueva cuota de preocupación. ¿Y si fueran sueños premonitorios?, ¿Premonitorios de qué?
Ya en la oficina, notando sus ojeras y su cara demacrada, los compañeros lo empezaron a cargar.
Parece que alguien por acá se levantó una minita y le está dando tupido, le decían. Él no los desmintió y en cambio puso cara de haber sido descubierto.
Total, para qué explicarle a estos que su cara de sueño se debía a pesadillas que no lo dejaban dormir tranquilo.
Esa tarde en el subte notó que un hombre lo miraba. Era bastante alto, de grandes bigotes negros, parecía peinado a la gomina. Estaba seguro de haberlo visto antes, pero no recordaba dónde. No le dió importancia al asunto, pero poco después, al salir del subte, camino a su casa, hubiera jurado que ese hombre lo seguía.
Esa noche, si bien no tuvo una de sus molestas pesadillas, durmió mal, dando vueltas en la cama y despertándose a cada rato. Parecía un chorizo en la parrilla, diría Homero.
Ese día, tanto en el viaje de ida como en el de regreso, tuvo la sensación de ser mirado y vigilado, no descubrió nada raro pero, le pareció notar que alguno desviaba la mirada sospechosamente.
Recordando que un compañero de oficina, comentó una tarde, que a través de un cana que conocía, podía conseguir armas baratas, fue derecho a encararlo.
- Che viejo, ¿habrá forma de conectarlo a ese botón amigo tuyo?
- Si, lo veo bastante seguido en el café de la esquina de casa.
¿Qué andás necesitando?
- Haceme el favor, preguntale si no tiene algún fierro para venderme, tiene que ser chico y muy barato.
- Está bien, si lo veo esta noche, le pregunto, pero decime, ¿a quién querés amasijar?
-No pará, es para tenerlo en casa viste, con esto de la inseguridad, al final te llenan la cabeza.
En el subte, le pasó lo mismo que en el día anterior, pero, para completarla, de nuevo vió al hombre de bigotes.
Nervioso bajó en una estación antes, espero a que fueran a cerrarse las puertas y a último momento saltó al andén. Con alivio notó que el tipo seguía viaje, aunque mirándolo con cara de asombro.
¡Esta vez te cagué!, pensó, andá a seguir a tu abuela.
Caminó lentamente hasta su casa pero no notó nada raro.
Al entrar a su departamento, le llamó la atención un papel tirado en el piso. Lo habrá pasado alguien por debajo de la puerta, se dijo.
Era una nota.
El texto lo dejó totalmente confundido y desconcertado.
FLACA NO TE SIGAS HACIENDO LA BOLUDA POQUE TE VOY A CAGAR A PATADAS. No tenía firma.
Estas pocas palabras lo hundieron en un mar de dudas. Primero, ¿por qué lo llamaban flaca en vez de flaco? Segundo, ¿qué boludes estaría haciendo como para que lo quisieran cagar a patadas? ¿Sería el autor el de bigotes?
Las preguntas saltaban una tras otra, pero no les encontraba respuesta lógica a ninguna. Pasó la noche en vela rompiéndose la cabeza. Recién a la madrugada, se le ocurrió algo razonable.
Había un error, alguien se había equivocado de piso. Justo arriba vivía una flaquita medio rapidita, seguro la nota era para ella.
Dispuesto a sacarse ese problema de encima, subió al cuarto piso y pasó el papel por debajo de la puerta del departamento que quedaba justo arriba del suyo.
No había terminado de pararse del todo cuando la puerta se abrió de golpe. Un tipo grandote, apareció en la entrada llenándola casi totalmente. Tendría unos cuarenta y cinco años y llevaba el pelo muy corto. Se quedo un momento mirándolo fieramente, para luego agacharse a recoger la nota y echarle una rápida ojeada.
Él, lo reconoció enseguida, pese a que siempre llevaba puestos un par de anteojos negros y ahora no. Se lo había encontrado más de una vez en el ascensor. Nunca cambiaron una sola palabra, el hombre pasaba a su lado como si no existiera y en más de una oportunidad le pareció notar un gesto de desagrado porque le hubiera parado el ascensor en el tercero, para bajar el también.
La cara del individuo, ahora, se había puesto roja, los ojos parecían echar chispas. Lo agarro de la corbata y comenzó a zamarrearlo como si fuera un pelele, mientras le decía:
¡Así que sos vos el hijo de remil putas que esta jodiendo a mi hija! No hubo tiempo para réplica alguna.
Lo llevó a los empujones hasta la escalera. De una tremenda patada en el culo lo mando para abajo.
¡Porquería de mierda! ¡No vale la pena gastar una bala en vos, pero te juro, si volvés a aparecer o te me cruzas en algún lado, te cago a tiros!
Dolorido y humillado, se metió en su departamento. Pasó un largo rato sentado, para poder serenarse un poco. Este energúmeno no bromea, se dijo. Tuvo que cambiarse los pantalones, se había meado encima.
No se animaba a asomar afuera ni la nariz. Pero no tenía más remedio que ir a trabajar. Llegó tardísimo y se ligó un reto del jefe, por la hora y por su aspecto desaliñado.
Para completar, se encontró en el subte, esta vez de ida, de nuevo con el bigotudo, y notó que lo observaba disimuladamente.
Ya no le quedaron dudas, este lo estaba siguiendo y no debía tener buenas intenciones, con esa cara de asesino.
En la oficina, su compañero le dijo que el cana lo esperaba esa noche en el café. Parecía que le había conseguido algo baratito, que llevara ciento cincuenta pesos.
Esto lo reconfortó, si bien la suma le pareció una enormidad para su magro presupuesto, el hecho de salir de ahí esa noche acompañado y la posibilidad de llegar a su casa armado, hicieron que se sintiera un poco mejor.
El policía, los esperaba en una mesa tomándose un vermouth con un montón de platitos y con aires de suficiencia. Este es una rata, pensó él.
Le traía un treinta y ocho corto, lechucero, que se veía bastante arruinado y medio oxidado. Él le dijo que si bien no entendía absolutamente nada de armas, le parecía un poco excesivo el precio que le pedía por un revólver que, a simple vista se notaba, no estaba en las mejores condiciones.
El otro, largo una carcajada notoriamente falsa. Le explicó, que no debía fijarse en el aspecto, todo lo que necesitaba era una buena limpieza y que si le parecía caro, no se preocupara porque esa arma se la sacaban de las manos ya mismo. Era imposible que consiguiera otra, sin número, por esa miseria y que después de todo él no la usaría, seguramente, en ningún concurso de tiro.
Estas y algunas razones más, sumadas a su ignorancia, y a la necesidad que creía tener, de estar armado lo más pronto posible, le hicieron pagar ya, sin chistar.
El vendedor, una vez embolsado el dinero, se fue alegremente, dejándole la cuenta de la consumición a pagar, igual que la de su amigo.
Por suerte, esa tarde había pedido un adelanto de doscientos pesos, que le alcanzaron justo para pagar todo. Ya vería como sobrevivir el resto del mes.
Regresó a su casa dando una larga caminata, para no gastar más plata.
Esta vez caminó con paso seguro, sintiendo el peso de su arma en el bolsillo y mirando con cara desafiante a todo aquel que creía que lo estaba mirando.
Antes de entrar al edificio, miró detenidamente para todos lados, primero para ver si lo seguían y segundo para asegurarse de no toparse con el del cuarto. Observó con alegría que no había en ese momento nadie en los alrededores. Seguramente nadie habría pensado verlo volver tan tarde un día de semana.
Una vez arriba, se dedicó con cariño, a limpiar y aceitar, su chiche nuevo. Tenía nada más que cinco balas, por cierto, con un aspecto bastante añejo. Las limpio lo mejor que pudo. Cuando tuviera unos pesos vería si conseguía comprar nuevas. En general, pese a sus esfuerzos, el conjunto no mejoró mucho. Sin embargo, se sentía realmente feliz con ese artefacto y se pasó horas, apuntado y gatillando para todos lados, por supuesto sin balas.
Frente al espejo, practicó largo rato, sacándola y disparándole velozmente, a su propia imagen. Se sentía un cowboy o un gangster de Chicago.
Nervioso y alerta, con los músculos en tensión, tampoco esa noche durmió mucho.
Viajó mirando para todos lados, tratando de descubrir si alguien lo estaba observando. Sobre todo lo preocupaban eso dos tipos con anteojos negros que, sentados un poco más atrás, se hacían los que leían el diario. No había notado en qué momento subieron y se sentaron. En la calle, cada dos pasos, se paraba y observaba con detenimiento para saber si era seguido.
Cuando por fin se sentó frente a su escritorio, notó extrañado, que ahora eran sus compañeros los que lo miraban con cara rara y hasta le pareció ver algún signo de inteligencia entre dos de ellos.
Sin hablar con ninguno y en total silencio, pasó el día haciéndose el que trabajaba, mientras con disimulo, los estudiaba a todos, tratando de pescar algún comentario adverso a su persona.
A la salida, se dirigió a la calle Florida donde con paso rápido trato de perderse entre la gente. Con cautela y siempre vigilante, tomó esta vez un subte diferente y en dirección contraria a su domicilio. Dejó pasar un par de estaciones y velozmente, bajando, subió al coche que salía para el otro lado. Convencido de haber despistado a sus posibles seguidores, hizo las combinaciones necesarias para regresar a casa.
Como nada en el entorno le llamó la atención, bastante más tranquilo, buscó la llave en su bolsillo.
Cuando iba a introducirla en la cerradura, sintió a sus espaldas, unos pasos rápidos, que lo hicieron sobresaltarse. De un brinco se dió vuelta y vió espantado al hombre de los bigotes negros que, con una extraña expresión en el rostro y con cortos, pero apresurados pasos, se dirigía hacia donde estaba él.
Saltó al medio de la vereda dispuesto a salir corriendo. Pero, recordando que ahora estaba armado, sacó su revólver decidido a terminar este asunto de una vez por todas. Apuntó directo al individuo que se acercaba gritando algo que no alcanzo a entender, y disparó.
Con horror, comprobó que sólo se escucho el “clic" del percutor.
Nuevamente volvió a gatillar, esta vez sí, con potente estampido y notoria cantidad de humo, la bala había salido, dejando un pequeño orificio, señal de su paso, en la vidriera de la florería.
Con apuro y tratando de apuntar mejor, repitió la operación. El ruido fue ahora mucho mayor. Aparentemente, la traba del viejo artefacto, no resistió. Realmente resultaba increíble ver la gran cantidad de trozos de metal que podía producir una cosa tan pequeña. Habían quedado, acompañados de uno que otro dedo, desparramados por todos lados.
Uno de estos pequeños trozos, se le clavó en medio de la frente. Otro le entró por el ojo y quedó instalado en su cerebro.
La gente se arremolino a su alrededor al igual que el hombre de los bigotes, que lo miraba despavorido.
Paró un patrullero, que por casualidad pasaba, rumbo a la pizzería.
Uno de policías hacía preguntas al portero del edificio, mientras el otro, notando que todos se separaban del bigotudo, dejándolo sólo, fue directamente a interrogarlo.
-¡A ver usted, explíqueme inmediatamente qué está pasando acá!.
- No sé agente, yo venía apurado a mi casa por que no llegaba al baño y este loco de mierda se puso a gritar que me iba a matar y empezó a los tiros. Parece que le explotó el revólver en la cara.
-¡Ajá! ¿Y usted dónde vive?
- Acá nomás, en el edificio de al lado.
-Bueno está bien, vaya a su casa, cámbiese de ropa y después venga a seguir contándome.
-Gracias agente, bajo enseguida.
Tenía razón el gallego, los sueños son una porquería, o algo así.
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