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Llegó y se sentó.
Después de todo ese sillón no era incómodo, el resto de la habitación estaba un poco demasiado limpia y ordenada para su gusto.
Los otros, al principio, lo miraron con cara de asombro, pero, pasado el primer momento de sorpresa, parecieron acostumbrarse a su presencia. Sin embargo, el viejo, gordo, mas bien bajo, dejó de leer el diario y se miraba detenidamente la punta del zapato. La mujer, flaca, reseca, de edad indefinida, terminó la vuelta que estaba tejiendo, metió todo en una canasta y se sentó frente a él mirándole fijamente la corbata.
Esto lo puso nervioso. Se dijo que no tenía ningún derecho a mirarle a uno de esa forma la corbata, menos aun cuando esta estaba deshilachada y sucia de grasa y para peor, cuando uno lo sabía y hubiera deseado tener una de esas hermosas corbatas con dibujos de mujeres desnudas que dicen que usan los norteamericanos. Pensó que cuando tuviera tiempo, le escribiría con tinta china un cartelito que dijera “Disimule, es la única que tengo y no puedo romper con las costumbres, debo usarla.”
Claro, era un poco largo y tal vez le produjera algunas molestias. Seguramente, en la calle más de una vez tendría que parar para que alguna señora un poco miope terminara de leerlo.
En fin, ya vería como arreglar eso, En general el texto le pareció correcto y lo suficientemente explícito como para no tener que dar otras explicaciones.
Por otra parte, con un poco de imaginación, podría hacer que quedara una cosa muy bonita. Esa mancha tan redondita por ejemplo, que se hizo cuando comió el chorizo, con unos pétalos bien dibujaditos y un tallo con hojitas, quedaría convertida en una hermosa florcita. Luego vería qué otros motivos agregar, que a su vez, entrelazados con las palabras, escritas con letras góticas, llegarían a hacer un conjunto muy presentable.
Estos pensamientos lo reconfortaron.
Miró a la mujer con cara desafiante, pensó sacarle la lengua, pero se contuvo. Después de todo no los conozco, él debe ser un meridional jodido y ella una menopáusica neurótica,
El perro se fue acercando despacito, lo olió y se puso a lamerle los zapatos. Él, como siempre que un perro le lamía los zapatos, le pateó el hocico. El perro, que como a todos los perros del mundo menos a uno, no le gustaba para nada que le patearan el hocico, le pegó un feroz mordisco en la rodilla.
¡Perro sarnoso! Gritó ¡Era el único lugar del cuerpo donde no me habían mordido nunca!
La mujer pegó un brinco y con un alarido de terror salió corriendo.
El perro con cara de satisfacción, lo miraba desde atrás del televisor.
Él se quedó avergonzado viendo cómo se manchaba de sangre la alfombra.
El viejo le levantó la pierna y con un pañuelo trató de limpiar el tapiz, dobló el diario en cuatro y se lo puso debajo del pie para que no siguiera manchando.
La mujer apareció con un gran botiquín a la rastra y se dedicó, pese a las protestas del interesado, a desinfectarle la boca al perro.
El viejo se sentó ahora frene a él.
.- ¡Y bien! - dijo
- Señor Strossen...- comenzó él-
- ¡No me llamo Strossen!
- Me lo temía.
. ¡Mándese a mudar de acá inmediatamente!
- Un momento- argumentó- no creo que esta sea la forma más correcta de tratar a un desconocido.
- Tiene razón- dijo el viejo- quédese a cenar o a desayunar con nosotros, así no podrá andar diciendo por ahí, que en casa del Señor Strossen lo atendieron mal.
.- Perdón- dijo él, y rengueando, se fue.
________________________1963
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