Detallada relación de cómo y porqué, me convertí en el hombre más rico del mundo

2ª parte
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Dos días después, contraté a un pescador para que me llevara, en su barqueta, hasta Pietra al Mare. La excusa fue que quería estudiar a unas raras gaviotas que había visto en la isla. El pescador me miró con asombro y juró, que las gaviotas de allí, no tenían nada de raro.
Ante mi insistencia, se encogió de hombros, diciendo que si yo tenía ganas de gastar mis liras de esa forma, a él no le molestaba. Arreglamos que saldríamos al amanecer para llegar bien temprano y que pasaría a buscarme a la caída del sol, para emprender el regreso. Él aprovecharía esas horas para pescar.
Partimos, de acuerdo a lo convenido, aún de noche. Iba provisto, además de comida y agua, de una buena barreta, una soga, una linterna, una lupa y algunas herramientas más. No sabía muy bien para qué todo eso, pero tampoco sabía, con qué podía encontrarme, si es que algo encontraba. Por las dudas, pensé.
Una vez desembarcado, y habiendo visto alejarse al barquito que me había
traído, efectué una recorrida sistemática de todo el terreno.
Primero, quería constatar la no existencia de otras notas discordantes y segundo, comprobar que ninguna persona pudiera estar observándome.
Efectivamente, no encontré la menor piedra, aparte de la vista anteriormente, que me llamara la atención por no pertenecer al lugar.
En cuanto a la presencia de gente, seguramente salvo, los que por pura casualidad, habíamos desembarcado días atrás, en años, nadie habría pisado el poco atractivo islote.
Por fin, me dediqué a estudiar detenidamente, el trozo de roca, que tanto me había preocupado. Sin lugar a dudas, era un mármol. Probablemente, un travertino oscuro. Se notaban aún las marcas efectuadas, para mimetizarlo con el lugar. Observando detenidamente se podían apreciar restos de algún tipo de argamasa, con el que había sido fijado.
Convencido de estar frente a una especie de puerta, me planté delante de ella y con voz firme dije las palabras mágicas “Ábrete sésamo”.
Por supuesto, no pasó nada. Después de todo, no creo que el jefe de los ladrones, las dijera en castellano. Vaya uno a saber en que idioma hablarían, para hacerse entender por las piedras.
Con mucho cuidado fui quitando este pegamento. Parecía yeso o cal con arena, teñidos de color grisáceo. Suavemente y tratando de no dejar marcas, hice palanca con la barreta. Al tercer o cuarto intento, se soltó. Me costó bastante sostenerla, porque era más pesada de lo previsto.
Apareció ante mi vista la estrecha entrada de una cueva.
La emoción me embargaba. Me sentía inmerso en la historia de algún libro de aventuras, de esos que leía en mi primera juventud. Se notaba a simple vista, que se trataba de un túnel que bajaba en suave pendiente.
Después de un rato de indecisión, me armé de valor, y, en cuatro patas entré. A medida que avanzaba, pude comprobar con alivio, que se ensanchaba. Llegó un momento en que podía estar parado. Se notaban, en partes, las marcas del cincel con que se habían quitado trozos que, seguramente, obstaculizaban el paso. Cada tanto, una tenue claridad, iluminaba el pasadizo. Provenía de pequeñas grietas u orificios que, desde la altura, dejaban pasar la luz del sol. No pude saber si eran naturales o habían sido efectuados intencionalmente.
Calculo haber andado unos cien metros, cuando me encontré, con que el socavón, descendía abruptamente. Luego de una minuciosa búsqueda, descubrí unos escalones tallados en la roca, que facilitaban el descenso.
Pienso que a esta altura, debía estar bajo el nivel del mar.
Habiendo bajado unos cuatro o cinco metros, comprobé, que se abrían, tres brazos, en diferentes direcciones. Dudaba cual elegir para continuar explorando cuando, en uno de ellos, el de la izquierda, me sorprendió una inscripción burdamente marcada en la entrada. Me llevó bastante tiempo poder descifrarla. Decía “SPADA”.
Con la esperanza de que fuera la indicación de la ruta correcta, entre en él decididamente. Debía caminar lentamente y poniendo mucha atención.
Acá la oscuridad era total y corría el riesgo de caer en un pozo, o de golpearme la cabeza. La luz de la linterna que había llevado era demasiado puntual y no me daba una visión total.
Noté, con desagrado, que el pasillo por el que avanzaba se estrechaba cada vez más y el techo bajaba en forma pronunciada. Pronto me vi. en cuatro patas nuevamente. Ya pensaba seriamente en pegar la vuelta, cuando vi que a cada lado, se abrían sendos túneles. El que estaba utilizando, pocos metros más adelante, terminaba abruptamente.
A la luz de la linterna se notaba, que tanto el de la izquierda, como el de la derecha, se ensanchaban y que nuevamente podría avanzar parado.
Tomé entonces, al azar, el de la izquierda. Cuando había recorrido unos veinte pasos, desemboque en una caverna bastante amplia. Si bien su forma era irregular, calculé que tendría alrededor de veinte a veinticinco metros de diámetro.
Con asombro, descubrí, en todo su entorno, una gran cantidad de cajones.
Eran todos iguales y estaban perfectamente estibados. Aunque un poco borroso, se notaba que estaban todos numerados. Estaban confeccionados en madera dura y perfectamente clavados. Medían tres cuartas por cuatro y otras cuatro de alto, o sea, más o menos, sesenta centímetros por ochenta y otros ochenta de alto. Llegué a contar ciento cincuenta y seis. Eran sumamente pesados.
En un rincón, alcance a ver una cierta cantidad de clavos, del tipo patente, con los que habían sido clavados.
Antes de tocar nada, resolví averiguar si el paso, que había visto se abría a la derecha, me deparaba alguna nueva sorpresa.
El tramo a recorrer, era un poco más largo que el anterior, terminaba en una caverna de menor tamaño que la ya visitada, que a su vez, se comunicaba con otra mayor.
En la primera, pude observar una veintena de cajones similares a los anteriores. En la segunda, en cambio, se veían unos diez o doce arcones, quince cajones de menor tamaño que los anteriores. Además, acá se apilaban bolsas confeccionadas, aparentemente, con lonas para velas.
Todo esto, estrictamente ordenado, igual que en el otro lado.
Debo aclarar que en ningún momento, encontré esqueletos, espadas o cualquier otro objeto, de los que aparecen en los cuentos, asociados a este tipo de encuentros. Por el contrario, acá todo tenía un aspecto bastante burocrático. Parecía más la obra de un eficiente administrador, que la de piratas malos y borrachos. En el mismo momento en que pensaba esto, me di cuenta, que lo que había encontrado, era nada menos que el tesoro de Spada. El siguiente pensamiento fue ¿y qué cornos es el tesoro de Spada?
¿De dónde saqué eso?
Las horas pasaban y no estaba la cosa para perder el tiempo cuestionándome nada. Abrí al azar, un par de cajones con la barreta. Casi me caigo de culo. Estaban totalmente llenos de monedas de oro. Sospechando que el contenido de los otros fuera el mismo, abrí un par de los cajones más chicos. Uno, contenía paquetes de oro en polvo, el otro estaba completo de piedras preciosas, hermosamente talladas. Una de las bolsas resultó estar completa de piedras preciosas en bruto. Los dos arcones que investigué, tenían toda clase de objetos de oro y joyas de rara belleza.
No tenía más tiempo para quedarme admirando nada, ni para calcular el monto de mi inesperada riqueza. Vacié el contenido de un morral en el que llevaba algunas cosas que había considerado útiles, y lo llene de monedas. Creo que hasta en los calzoncillos cargue piedras preciosas, tratando que la mayoría fueran brillantes.
Recorrí el camino de regreso, en contados minutos. Una vez afuera vacié la mochila, que allí había dejado. En ese momento me di cuenta que estaba muerto de hambre y de sed. Tome un trago de agua y a la carrera, volví a entrar para llenar la mochila con unos paquetes de oro en polvo, y completé la carga con monedas.
Una vez afuera nuevamente, oculté bajo unas piedras, todo lo que había traído en mi mochila, menos el agua, la comida y una escopeta de bajo calibre. que también formaba parte de mi equipaje. Con ella tuve la suerte de poder cazar una gaviota, a la que até, bien visible, sobre la tapa de mi mochila. Acomodé el mármol, lo mejor que pude, tapando la entrada.
Ahora sí, me pude sentar a descansar un rato y a comer algo.
Había sido tan fuerte todo lo pasado ese día, que apenas pude probar bocado. Pese a todo, me doy cuenta, que todavía no entendía la magnitud de lo ocurrido, ni era conciente del cambio total que esto produciría en mi vida.
A la media hora llegó el pescador. Le llamó la atención, que cargara con el pajarraco, que para comer, no servía. Le expliqué, en la forma mas complicada que pude y mezclando palabras pseudo científicas en castellano, que estaba realizando un estudio de la glándula que segregaba la sustancia grasa que impermeabilizaba las plumas del bicho y que esto le servía para no hundirse, al estar posada sobre el agua. Hasta le mostré el lugar donde se ubicaba, sobre el rabo. Le conté además, que cada vez más, al menos en el hemisferio norte, se notaba que las aves marinas, sufrían mayores problemas de este tipo, debido a la contaminación aparentemente, de las aguas por el petróleo. Por una vez el Discovery, me había servido para algo.
Esto no hizo más que reafirmar su convencimiento de que yo, estaba totalmente loco. No cambiamos palabra en el resto del viaje.
Al llegar a puerto, le pagué y me fui al modesto hotel donde me había alojado. Caminaba lentamente, tratando que no se notara, que venía cargado como mula.
Al día siguiente, me dediqué a buscar un nuevo alojamiento. Conseguí una pequeña casita, en las afueras de Cagliari. Estaba en bastante mal estado de conservación, pero, dado a que la construcción era de piedra y la puerta y la ventana, se veían fuertes y cerraban bien, consideré que era suficientemente segura.
Hice un pozo bajo las lajas del piso, para ocultar una caja, que contenía parte de las monedas y piedras, acomodándolas nuevamente, de forma que no se notara, que habían sido removidas,
Para terminar de acomodarme, tuve que comprar, un colchón, mantas, sábanas, y enseres de cocina. Estas cosas, aparte de serme útiles, bastaban para justificar los candados y cerraduras, que coloqué en la puerta y ventana.
Al día siguiente, viajé a Palermo, para realizar las compras de las cosas que, para no llamar la atención, no quería comprar en el pueblo.

Ya en Sicilia, hice las compras en diferentes negocios, tratando de pasar lo más desapercibido posible, Para no tener problemas de movilidad alquilé un auto. Cuando conseguí todo lo que buscaba, como todavía tenia bastantes kilómetros libres, me decidí y me hice una escapada a Caltanisetta a conocer a mis parientes. Nada perdía y me podían ser de utilidad. Mis tarjetas de crédito, estaban al rojo vivo.
Cuando llegué a la pequeña ciudad, me dio la impresión, que todos me miraban, como si me conocieran. Es más, parecía que se extrañaban, por que no los saludaba. Por las dudas comencé a saludar a diestra y siniestra y noté que me respondían afectuosamente.
Ya en la casa, a diferencia de los napolitanos, no bien dije mi apellido, fui recibido con muestras de cariño y con verdadera alegría. Estaba toda la familia reunida, y cuando apareció un primo a saludarme, quedó develado el misterio. Aunque un poco mayor y más bajo, era casi un calco de mi facha. Se me hizo evidente además, que todos los allí presentes, teníamos un indudable aire de familia. Mi primo, era hijo de un medio hermano de mi padre, aunque de diferente madre. Se llamaba Pascuale, por suerte hablaba un correcto italiano y entendía bastante bien el castellano. Desde el mismo momento que nos vimos, sentimos un mutuo afecto de verdaderos hermanos.
Pronto me explicaron que la llegada de un nuevo pariente, los había sorprendido gratamente, ya que se encontraban en pleno cónclave familiar. Muchos de los allí presentes vivían en otros puntos de la isla.
La reunión se debía, a la urgencia que tenían, en juntar dinero.
La madre de Pascuale, había sufrido un serio accidente y estaba en delicado estado, tenían que trasladarla urgentemente a Roma para ser operada. La discusión giraba entre vender parte del olivar familiar o, solicitarle a un tal Don Miquele, un préstamo. La venta, podría llevar un tiempo, del que no disponían y la segunda opción, significaría caer en manos de un inescrupuloso prestamista, que para peor, era un capo mafia, perteneciente a una familia, de largo tiempo enfrentada a la nuestra.
Ante esta situación, hice lo que me pareció más correcto, y más conveniente, para ellos y para mis intereses.
Aclarando, que no era mi intención inmiscuirme en sus asuntos y mucho menos en sus negocios, como me consideraba parte de esa familia, ofrecía mi ayuda desinteresada. Podían contar con el dinero necesario, en el momento que lo necesitaran. Esto produjo, pasado el primer momento de asombro, una explosión de alegría y de efusivo agradecimiento, digno de una comedietta italiana.
En un aparte con Pascuale, le expliqué que mi único problema, era que contaba solamente con monedas de oro, y que no conociendo a nadie, no sabía a quien recurrir para cambiarlas discretamente. Comprendió rápidamente que no debía hacer muchas preguntas y me dijo que no me preocupara, que el tío Chicho, era el indicado para hacer las conexiones debidas. Enseguida de almorzar, partimos para Catania, lugar donde vivía el tío Chicho. Bastaron dos o tres llamados de teléfono, para ponernos en movimiento. Recorrimos algunos lugares de la ciudad y continuamos más tarde, la recorrida en Palermo. Un poco en cada lado, conseguí vender todo lo que había llevado. En realidad, con la venta de algunos diamantes y brillantes, quedaron cubiertas las necesidades de la familia. Con el resto podría poner al día las tarjetas de crédito y aún me quedarían unos cuantos euros, como para moverme con tranquilidad.
En el momento de partir con Pascual para Caltanisetta, me llamó la atención la despedida del Zio. Con toda solemnidad me besó la mano.
Me dijo que contaba con él, incondicionalmente, para lo que yo mandara.
En el camino se lo comenté a mi primo. Me contó entonces, que quince días antes, había fallecido Don Calógero, que era el Capo de la familia.
Por eso había encontrado a los más representativos reunidos. Ya no tenían quien resolviera por el resto, cuando se presentaba un problema. El beso en la mano era la demostración de respeto y significaba que me reconocía como el nuevo capo. Esta explicación me dejó tan alelado, que casi choco contra un camión. Le dije que se dejara de macanas, que yo no era capo de nada, que para lo único que era capo era para arreglar autos.
Muerto de risa, me dijo directamente que me jodiera, no había forma de que la familia no me considerara el nuevo jefe. Primero que mi actitud solidaria, los había desconcertado, seguramente más de uno de los allí presentes, tenía la cantidad de dinero requerida, escondida debajo del colchón. Por avaros, ninguno quiso ser el primero en ofrecerlo, y ahora se sentían bastante avergonzados. Por otra parte el día del velorio del Don, la vieja más vieja de la familia, que era considerada bruja y adivina por el resto, había vaticinado que el nuevo capo vendría de afuera.
Este nuevo argumento, me dejó totalmente descolocado, ya no supe que responder. Seguimos en silencio un buen rato.
Como quien no quiere la cosa, le pregunté, si para él tenia algún significado “el tesoro de Spada”. Me miró primero con cierto asombro, para después sonriendo, decirme, que por supuesto. Se trataba de una leyenda que se repetía de generación en generación, desde tiempos inmemoriales. El no recordaba bien como era el asunto aquel, aparentemente un tal Spada, había ocultado en alguna de las islas, una fortuna fabulosa. De todas formas, dijo riendo, no debía preocuparme, por que ya, el Conde de Montecristo, lo había encontrado.
Ahora comprendía, de donde me sonaba. Recordaba que de niño, había sacado de la biblioteca de la escuela, el novelón de Dumas, en una versión abreviada y hasta me acordaba que era de editorial Tor. De la novela en sí, recordaba bien poco. Apenas, que a un pobre tipo, lo metían preso sin razón, le piantaban la novia y se chupaba un montón de años adentro.
Creo que se llamaba Edmundo Dantes. De los malos uno se llamaba Danglars. Además había un viejo medio loco, que también estaba preso, que cuando se muere le da el plano del tesoro. El asunto es que cuando consigue escaparse, encuentra el tesoro, se cambia el nombre y se dedica a hacer mierda a todos los que lo jodieron.
Me pareció, que después de lo que me había contado, se le borraba la sonrisa y se quedaba mirándome, con una rara expresión en sus ojos.
Pensé que podría estar atando cabos. Por suerte estábamos llegando a la casa.
Allí una nueva sorpresa me esperaba, pese a lo tarde que era, me aguardaban, una innumerable concurrencia. Todos querían conocerme y presentarme sus respetos.
Sumamente confundido, al principio, pronto me di cuenta, que por sorprendente que pareciera, esto, era lo mejor que podría haberme ocurrido.
Era un negocio redondo para las dos partes. A mí me significaba un medio de poder justificar mis nuevos ingresos. Para ellos era una forma de sacarse un montón de problemas de encima. Me transferían sus responsabilidades sobre el cuidado de la familia y tenía la ventaja, que siendo yo de afuera, no pertenecía a ningún bando.
En una amplia sala escritorio, me hicieron sentar en un imponente y cómodo sillón. Supuse que era el sitial del viejo Don.
Formaron una larga fila, para presentarse y besar mi mano.
Ya era Don Carlo.




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